Una marca del pasado

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Herneval y Frankelda siguieron recorriendo el largo jardín muerto para llegar a la casa del pesadillero real.

-¿Este es el reino de los sustos? No veo a nadie- dijo Frankelda con asombro, ya que en el jardín se encontraron con algunos sustos, mas no con todos.

-Pues es un atajo. Como les dije a todos, no quiero que mis padres lo sepan hasta que Procustes dé el aval- respondió Herneval.

Siguieron recorriendo el jardín hasta llegar a un bosque oscuro y sombrío que daba a una enorme montaña. En la punta se veía a lo lejos una casa lúgubre que en su jardín tenía un montón de manos de nubes moviéndose de un lado a otro.

-¿Cómo vamos a pasar por ahí?- Preguntó Frankelda.

-No es difícil, solo no temas, las manos detectan el miedo, sin el, puedes evadirlas con facilidad- respondió Herneval.

Frankelda tomó esto en cuenta y pensó que no podía ser tan difícil... o tal vez sí.

Ella mantuvo su mente en blanco para que ningún pensamiento perturbador viniera a atormentarla, pero esto era lo contrario de lo que tenía que hacer, ya que unos recuerdos que no quería revivir, salieron a la luz en su mente, ocupando el espacio en blanco que había ahí dentro. Al parecer, las manos usaban magia, para dar a su presa miedo y que así cayera en su trampa, porque a este tipo de pensamientos, Frankelda no los podía controlar. Veía como si lo estuviera viviendo en carne y hueso, todos los regaños que le dio su abuela cuando estaba viva y las frases que dijo, las cuales afectaron a Frankelda ya que fueron las únicas palabras que recibió de una mujer después de la muerte de su madre. También recordaba cómo la gente, cercana a ella en su infancia, trató de apagar sus sueños con el paso del tiempo, como siempre se le había dicho que las mujeres no escriben esos cuentos horribles. 

Las manos-nube se iban acercando cada vez más a Frankelda, haciendo que su caminar fuera más lento y que se perdiera cada vez más en sus pensamientos. Herneval se dio cuenta de esto, pero no podía dejar de andar, de lo contrario, las manos podrían atraparlo a él también. Así que el pobre susto trató de dar su mayor esfuerzo para hacer despertar a su compañera de tan horrible pesadilla, pero todo fue inútil. Frankelda, por su parte, trataba de despertar, pero las pesadillas seguían dentro de su mente, su único deseo era que todo eso se acabara; sus recueros daban vueltas y vueltas, oía las voces de esas personas que la hicieron sufrir, parecía ser un tren de juguete que corría maniáticamente sin piedad, una y otra vez. Hasta que llegó un momento en que el tren se detuvo, en un recuerdo tranquilo pero triste, en el se veía una mujer de pelo negro, rizado, corto y de tez morena. Aquella mujer se encontraba en una cama de hospital y su hija, una pequeña niña de pelo castaño y tez morena, estaba a su lado. 

Para Frankelda, aquel momento era uno que aún no podía soportar, un recuerdo que la marcó bastante, los últimos momentos de vida de su madre y ella acompañándola, siendo tan solo una niña. Frankelda se derrumbó, dejando salir unas cristalinas lágrimas de sus ojos.

-¡Que esto pare, por favor, ya no quiero ver más!- rogaba la fantasma, con poca fuerza, hasta que pudo escuchar la voz de su madre en ese recuerdo que le decía a su pequeña:

>>Hija, pronto me iré y me temo que no podré guiarte en el resto de tu camino. Sé que para ti será muy difícil, pero sé que podrás seguir. Mucha gente te detendrá, te impondrá su verdad y tratarán de apagar tus sueños, pero no debes dejar que eso te derrote. Cada vez que alguien, sea de tu familia o externo, te diga que no puedes, es una razón para que hagas lo que te impiden. Si te gustan los cuentos de terror, no cambies tu gusto, lee historias de terror, y si quieres, también escríbelas, todas las que tú quieras y serán siempre tu gran triunfo. Nunca dejes tu pasión, porque sin ella vivirás infeliz, y tampoco seas algo que no quieras ser. ¿Está bien?

Y después de decir esto, la mujer sonrió un poco,  cerró los ojos y descansó para toda la eternidad.

Frankelda era muy pequeña cuando escuchó esto, así que no recordaba muy bien las palabras de su madre, por lo que escuchar esto la conmovió muchísimo, y así decidió no rendirse.

Recordó sus buenos momentos, su valentía, a su madre y el por qué había ido al mundo de los sustos- ¡Ah, verdad! Estoy en el mundo de los sustos, lo había olvidado-. 

Pensó Frankelda, y así se sacudió y despertó de aquella pesadilla, haciendo que las manos se alejaran de ella, y logrando así llegar hasta el otro extremo en compañía de Herneval.

Frankelda había superado, al fin, su mayor miedo; su pasado, y ahora ya sabía qué tenía que hacer para continuar.

Experiencias en el Mundo de los Sustos/ Franfic de FrankeldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora