Parte 16 juntos en Varsovia

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CAILI

Harold no para de rascarse la nuca—hace eso cada vez que le toca trabajar para mi tío— venir a buscar los ingredientes para el antídoto de Cameron, fue la parte que nos toco hacer a nosotros.
Me urge que vuelva ser él. Esta extraña versión de amante obsesionado ya me está preocupando. Beso a Kurth cuando le mostraba los colmillos y no ha dejado de recalcar lo atractivo que es ahora. Obviamente Kurth está súper asustado, Cameron no es la persona más amable que él conoce. Esa cura es necesaria por la salud mental de todos.

De: Tío Samuel.
Tengo la sangre, nos vemos en el hotel.

Me guardo el teléfono cuando la dependienta del lugar comienza a cobrarme las cosas. La santera nos escanea con recelo—Harold está viendo los libros—aunque parecemos turistas perdidos, es obvio que se nota que somos diferentes, las personas como ella lo intuyen, y no debe ser muy común que seres como nosotros frecuenten los barrios bajos del submundo.

—¿encontraron todo lo que buscaban?
—¿tienes velas negras?

Me mira revisar la lista que me hizo mi tío como si fuera retrasada y luego cabecea hacia el estante que tiene atrás.

—bueno—se cruza de brazos—es una tienda de ocultismo...no lo sé, suena poco probable.

Pone varias sobre el mostrador, de no ser por que estoy mentalmente agotada abría reaccionado mejor al sarcasmo. Pero mis reservas de tolerancia y empatía están por los suelos. Consecuencia de mi visita a los ancianos, lo que presencié en esos videos y la nueva naturaleza de Kurth que me termino de apalear.

—llevaremos tres.

Dejo que me termine de cobrar mientras curioseo los frascos que exhibe en el mesón con fetos en formol, huesos de animales, cenizas, tierra de panteón y de más ingredientes para magia negra. La polaca menciona el total justo cuando llega Harold agregando un libro a lo que llevamos. Mal momento para recordar que mi monedero está dentro del bolso que deje en el auto que rento mi tío.

—olvide mi monedero—le digo pestañeando en exceso

Se que no necesito darle explicaciones, ni preocuparme por la cuenta, ya que mi amigo es de esos chicos chapados a la antigua que no permite que las mujeres paguemos por absolutamente nada—ojalá Cameron fuera todo el tiempo como él—deja una de sus tarjetas sobre el mostrador, misma que la mujer repara con hastío.

—solo efectivo.

Ambos compartimos una mirada de reconocimiento—no traigo un zloty encima— vuelve a buscar en su billetera y yo vacío los bolsillos sobre el mostrador.

—traigo cinco dólares, una goma de mascar, una liga para el cabello y dos bolsitas de stevia.

Él saca más billetes de los que traigo yo—genial, los dólares en el extranjero nunca fallan—confío en que serán suficientemente para cubrir la deuda y dejar una buena propina que cambie la fea actitud de la mujer que sigue viéndonos como pestes indeseables. Sostengo las bolsas y me detiene sujetándome por la muñeca.

—no acepto dinero de turistas—señala el letrero en la ventana que no vimos al entrar—sin dinero, no hay compra.

Intento zafarme negándome a regresar las compras, pero ella afianza más el agarre dejándome marcas de sus afiladas uñas en mi piel. Le pongo mala cara y ella me la devuelve.

—Calma—pide Harold—pagaremos.

Repara en Harold quien asiente lentamente convenciéndola de que no nos iremos sin pagar. Me suelta de mala gana escudriñandome como si aparte de turista, también fuera una ladrona. Y por si fuera poco, en un descuido me arrebata las bolsas.

La rebelión de los caídos 2  El ángel de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora