Capítulo 18

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—Mamá, ¿crees que puedas dejarme en el panteón? Me gustaría visitar la tumba de Siena y también la de mi padre —le pedí amablemente.

—Claro, no tengo problema —dijo en voz baja.

—¿Estamos bien? —le pregunté un tanto frustrada.

—Solo me gustaría que en algún momento me tuvieras la misma confianza que a ellos. Vivos o muertos siempre han sido las personas con las que te desahogas. Y me duele porque yo he estado contigo cuando más lo has necesitado, pero nunca me he ganado esa confianza —dijo decepcionada.

Me costó aceptarlo, pero ella tenía razón. Nunca la contemplaba, y nunca le contaba nada. A menudo, utilizaba la excusa de no querer preocuparla y tal vez las razones eran otras. ¿Por qué no tenía la confianza de contarle las cosas a mi madre? Durante el trayecto me lo pregunté en diversas ocasiones. No tuve la fortaleza de responder ante sus argumentos. 

—¿Quieres acompañarme? —le pregunté antes de bajar del vehículo.

—No te preocupes. Te veo en casa — se despidió.

Mi madre estaba mostrando facetas que desconocía completamente. Quizás había llegado el momento de derribar eso muros y comenzar a incluirla un poco más en mi vida. Me sorprendía mucho su actitud, y hasta cierto punto, la creí justificada.

Me acerqué a un puesto de flores y compré dos ramos. El calor era insoportable. Nunca me gustó estar bajo el sol, siempre he preferido los días nublados. Las distancias entre ambas tumbas eran considerables a pesar de que se encontraban en el mismo cementerio. 

Primero decidí acudir con Siena. Es increíble cómo se puede percibir el escalofrío al caminar entre los pasillos. El lugar se encontraba un tanto vacío, solo un par de sepelios rompían el silencio y la tranquilidad del campo santo. 

A pesar de que caminé pocos metros, el sudor comenzó a abarcar gran parte de mi cuerpo. La temperatura rebasaba los treinta y cinco grados centígrados. La ciudad de Granada siempre se ha caracterizado por sus eternos veranos. 

A unos pasos de llegar me percaté que ahí se encontraba la madre de Siena. Consideré que era mi oportunidad para disculparme por no haber asistido a las ceremonias.

—Hola —me acerqué tímidamente. 

—Hola, hija. Me da gusto verte aquí —me abrazó un tanto efusiva.

—Gracias. Lamento no haber estado antes —comencé a sollozar.

—Tranquila, yo lo entiendo perfectamente. Sé lo que significabas para Siena —lloró conmigo.

Fue un momento muy emotivo. Desconozco cuanto tiempo pasó. El sentimiento cedió y empezamos a contar diversas anécdotas. Pasamos del llanto a las risas en cuestión de minutos. 

—Tengo que irme. Supongo que tienen varias cosas de qué hablar —lanzó una tenue sonrisa.

—Nuevamente, le ofrezco una disculpa. Le prometo ya no estar tan alejada.
—Eso me encantaría. No me gustaría perderte a ti también —se despidió.

Me centré tanto en mis conflictos que me olvidé de las personas más importantes en mi vida. Esa despedida me hizo comprender la magnitud de mis actos. 

Me quedé viendo por unos minutos la lápida de Siena. No tenía idea de cómo comenzar. Intenté hablar en un par de ocasiones, pero mis ideas no se conectaban. Comencé a llorar. Comprendí la falta que me hacía.

—Al parecer los mensajes estaban equivocados. Yo misma fui creando una historia basada en suposiciones. Tal vez lo hice inconscientemente para sentirte cerca. Si supieras lo sola que me he sentido todo este tiempo. Las cosas no han mejorado, todo sigue en picada. Me aferré a ese sueño hasta que me golpeó la realidad, misma en la que tú ya no estas. Busqué comprobar por todos los medios que lo tuyo no había sido un accidente, me negué a creer que te fueras tan fácil. Y hoy estoy aquí para decirte que todo por lo que luché no tuvo ningún sentido. Ahora tengo pruebas contundentes y la certeza de muchas cosas que anulan por completo cada una de las teorías que fabriqué. 
Vine a decírtelo porque ya no confió en nadie. Todo el mundo me juzga y sé que, por lo menos tú, me hubieras escuchado. Duele el ya no tenerte físicamente, pero jamás olvidaré todo lo que hicimos juntas. Perdóname por no haber venido antes, últimamente mis traumas no dejan de perseguirme  —me limpié las lágrimas.

Coloqué uno de los ramos justo al lado de su nombre. Seguí observando por algunos minutos. Tenía que aceptar la realidad. Era momento de dejar ir a mi mejor amiga.

—Vendré a visitarte de vez en cuando y prometo que ya no utilizaré tu memoria para darle solución a mis problemas. Descansa en paz, amiga —puse mi mano sobre su lápida. 

Me retiré para efectuar mi próxima visita. 

El día comenzó a nublarse, encajaba perfecto con mí estado de ánimo. 
Miré el reloj y me apuré. No quería que me alcanzará la noche.

Caminé durante quince minutos hasta que vislumbre la tumba de mi padre. Me decepcioné al verla tan descuidada. El césped cubría gran parte de su nombre. Llamé a unos de los jardineros para que me ayudara a restaurarla. 
Estuve observando todo el proceso mientras reflexionaba.

Después de diez minutos la mejoría era muy notoria. Pegué por los servicios y me senté a un lado de su fotografía. Contemplé mí alrededor y después de un largo suspiro comencé a soltarme.

—A veces no sé de dónde saco mis fuerzas. Hoy vi a mamá en una faceta que desconocía. Siempre creí que era más afín a ti, pero al parecer tengo más cosas en común con ella. Entendí que no he superado tu partida y todavía no encuentro la manera de sobreponerme a tu accidente. Me sigue afectando el no tenerte, y cuando creo que lo he superado sucede algo que me demuestra todo lo contrario. ¿Cómo podré vivir con esto? Ayer le pedí al novio de mi mamá que pasará la noche en casa. Consideré que hice lo correcto y por la mañana discutieron de una forma atípica. A eso se traduce todo. Cada que intento hacer lo cosas bien se genera un efecto que termina en algo malo, o en ocasiones, en desgracias. 
A veces quisiera no existir porque termino por arruinar todo lo que toco. El mundo me odia. La soledad me abruma cada día. La conversación más larga la tengo frente a una computadora y ni siquiera sé quién está del otro lado. Mamá me reclama el no contemplarla en mis decisiones, pero no es tan fácil. No sé lo que soy, ni en lo que me estoy convirtiendo. Mi vida es un constante conflicto. Solo me dejo guiar por la venganza y eso solo genera más violencia. Pienso que la justicia es la única forma de encontrar paz, pero es complicado cuando yo soy la encargada de ejecutarla. Estoy cansada, harta y a nada de tirar la toalla. Busco cada día de dónde sostenerme, lamentablemente todos mis pilares se derrumbaron hace tiempo. 
Mi embarazo fue dictado de alto riesgo y no he cumplido ninguna indicación. Sufro al pensar que mi bebé compartirá esta vida conmigo. Ya no quiero dañar a nadie, sin embargo, todos me dañan a mí. ¿Cuál es el verdadero equilibrio?
A menudo me tengo que comportar como una mierda de persona para que dejen de molestarme. Estoy haciendo lo que no deseo solo por necesidad. Me fatiga estar alerta en todo momento, el no poder confiar en nadie. Sigo avanzando sabiendo que no voy a ningún lado. Parece que desde que no estas presente me quedé sin futuro. Tú me hacías sentirme completa y ahora no sé dónde colocar mis fragmentos. 
Me estoy centrando en poder resolver un crimen, pero sigo buscando con ganas de no encontrar nada porque cada cosa que encuentro me termina rompiendo el alma. Solo quiero quedarme donde pueda huir de todo. Mi habitación es un campo de guerra en el cual intento encontrar la claridad cada madrugada. Sigo queriendo descifrar el sentido a cosas que están fuera de lo común. He perdido tanto que a veces ya no me interesa ganar, solo quiero estar en un punto medio donde las situaciones sean efímeras y donde mi realidad pase desapercibida. Es difícil ser constante con mis pensamientos tan variables. En ocasiones, ni yo me soporto —observé su fotografía y miré al cielo.

Me desahogué frente a él. Suena ilógico pero dentro de mí tenía la certeza de que escuchó cada una de mis palabras. Me sentí tan vulnerable, y por primera vez en mucho tiempo, pude decir lo que realmente me estaba sucediendo. Fue sano porque no recibí ningún prejuicio, quizás por eso seguía confiando en los que ya no estaban. 

Me despedí y caminé por el sendero que me conducía a la salida. Percibí mi cuerpo un poco más ligero, o tal vez se trataba de mi alma. Lo que era un hecho es que me deshice de una carga que no me permitía continuar. La poca luz que restaba del día comenzó a desvanecerse, al igual que algunos de mis miedos.

Amanda RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora