Revelaciones

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—Es inútil —murmuró para sí mismo mientras hundía su cabeza en la almohada.

Esa noche Midoriya se encontraba inquieto, el lecho debajo de él estaba lejos de parecerle cómodo y empezaba a sentir como las ostentosas sábanas que antes le habían ofrecido calor y seguridad, ahora fueran la causa de su sofoco. Dejó que la frustración que se arremolinaba en su pecho saliera en forma de un suspiro. Quizás se estaba engañando y el verdadero motivo de la ausencia de su sueño no era la poca cuestionable comodidad de su cama, sino una preocupación que poseía nombre y apellido.

Se terminó de dar por vencido y se sacudió las colchas que lo cubrían. Era notorio que su cabeza estaba lo suficientemente inquieta como para dejar a un lado el cansancio físico.

El calor en su pecho aumentó junto con el malestar que había percibido en el bosque. La sensación punzante se negaba a ceder y la certeza de que algo estaba mal seguía firme en su cabeza. Eijiro le había hablado del vínculo en una ocasión, explicándole cómo sus emociones estaban ligadas a las del Conde y por lo poco que podía intuir ese era un camino que iba en dos direcciones.

Se puso de pie, el frío de la noche era mermado por su grueso camisón y por los retazos del fuego que aún ardían en la penumbra. Se calzó las botas y se echó la capa en los hombros. Tomó una gran bocanada de aire y con ella un poco de valor. Ir a la habitación del Conde de noche y sin una invitación previa parecía una falta total del protocolo, pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas y francamente prefería enfrentar al Conde a dejar que la incertidumbre siguiera atormentando su cabeza.

La puerta de la habitación no le ofreció ninguna resistencia. Abrazó su cuerpo cuando la brisa gélida que recorría el pasillo lo alcanzó. El Castillo poseía un aura atemorizante y la ausencia de sirvientes o siquiera un par de guardias no ayudaba en nada a calmar su acelerado corazón. Trató de inhalar una buena cantidad de aire y empezó a caminar. El sonido del viento y el ulular de las aves nocturnas parecía ser su única compañía, mientras las sombras que serpenteaban al ritmo de la lumbre avivaban su imaginación.

¿Qué criaturas fantasmagóricas acecharían en la oscuridad? Quizás, si no se apresuraba, terminaría siendo testigo de una de esas apariciones de las que tanto había escuchado hablar a los posaderos.

Siguió avanzando por el corredor, la oscuridad era apenas menguada por el brillo que desprendían algunas lámparas de aceite a su costado. Había estado en la habitación del Conde una vez; el primer día en que despertó en el castillo, gracias a eso, poseía una vaga idea de hacia dónde dirigir sus pasos. Midoriya siguió el rastro de la luz hasta que por fin reconoció lo que estaba buscando. La estancia se encontraba a unos cuantos metros y el reflejo del fuego encendido que se colaba a través de la puerta entreabierta, le hizo pensar que su visita no sería tan inoportuna si aún el Conde permanecía despierto.

Mientras menor era la proximidad mayor parecían sus nervios: sus manos habían empezado a sudar y las yemas de sus dedos cosquilleaban. Respiró hondo y se preparó para anunciar su presencia con un par de golpes a la puerta, pero antes de que el dorso de su mano chocara contra la madera, el murmullo inconfundible de un par de voces lo llevaron a detenerse. ¿El Conde estaba en compañía de alguien? ¿Eijiro? Se debatió por un momento, no deseaba interrumpirlo, mucho menos si sus labores lo tenían ocupado hasta tan entrada la noche, tal vez lo mejor sería retirarse e intentar entablar una conversación por la mañana, pero el vínculo empezaba a tensarse y el calor que antes se había concentrado en su pecho ahora se desperdigaba por toda su piel.

—¿Kacchan? —lo llamó con timidez mientras se asomaba por la abertura de la puerta.

Su cuerpo se congeló y tardó un par de segundos en comprender siquiera lo que estaba observando. No era Eijiro quién acompañaba al Conde esa noche. Las manos que se habían enlazado con las suyas tantas veces ahora tomaban a un completo desconocido. Su respiración se trabó cuando la boca del Conde bajó hacia el cuello del chico y sus dedos se deslizaron acariciando sus rizos. No necesitó más que eso, podía ser un jovencito inexperto, pero no era tan ingenuo como para no comprender que aquella escena pertenecía a dos amantes. Dio un par de pasos atrás y tropezó cayendo de espaldas. Sus mejillas estaban húmedas y cuando se percató había iniciado una carrera. Su cuerpo se sentía como una masa temblorosa y su visión se tornó borrosa... ¿Estaba llorando? Se secó el rostro con las mangas mientras cerraba la puerta de su habitación.

Valaquia [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora