Tierra y sangre

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La tierra vibraba y el sonido de los petos y las lanzas parecían rugir mientras se abrían camino por la densa noche. Bakugou afianzó el agarré en su lanza. Quería sentir el aroma metálico de la sangre, quería embriagarse con la sensación de la carne siendo desgarrada, del sonido de los huesos al astillarse, quería escucharlos chillar, retorcerse en el suelo, mientras temblaban y rogaban por una muerte rápida que nunca llegaría.

Tomaría a cada maldito húngaro que aún respirara y los exhibiría en los límites del castillo. Él mismo haría el trabajo sucio, insertaría las lanzas hasta que estas salieran por sus bocas, cada agujero profanado, pero no les daría la muerte, no aún. Había perfeccionado el método, la manera en que podían seguir con vida mientras sus vísceras se derramaban haciéndolos chillar y sus cuerpos se mantenían suspendidos entre gruesas estacas de madera, provocándoles el más exquisito dolor. Las aves nocturnas les arrancarían los ojos y él se regocijaría con sus gritos, porque lo habían apartado de Deku y la muerte rápida solo era un acto de expiación que no merecían. Quería ver el terror en sus ojos, quería el aroma del miedo impregnado en el aire. Quería saborear su desesperación, y cuando solo fueran una pila de cadáveres adornando las afueras de su castillo, estaba seguro de que nadie se atrevería a olvidar quien era el monstruo que gobernaba Valaquia.

Un par de caballos pasaron a su costado, su relinchar nervioso le confirmó lo que ya intuía: los húngaros estaban cerca. El paso de Vísgyarmat a través de los Montes Cárpatos era la opción más factible para atravesar Valaquia. Bakugou lo había previsto. Los húngaros avanzarían hacia la cordillera montañosa antes que remontar el río Tisza. Sabía que no intentarían cruzar por alguno de los bardos, eso los habría vuelto vulnerables ante los arqueros, en cambio, la caída de Dark Shadow había dejado desprotegida la llanura Valaca.

Necesitaba concentrarse, no había sido fácil organizar y movilizar al ejército en tan poco tiempo, pero no conseguía que el rostro de Deku desapareciera de su cabeza. Había creído ingenuamente que podría dejarlo inconsciente antes de que sus emociones lo delataran a través del vínculo, pero apenas cruzó la puerta y se encontró con Deku dentro de la capilla, supo que sería una batalla perdida. Deku no era estúpido, había sospechado que algo estaba mal desde el inicio.

Bakugou apretó sus dientes ante el recuerdo. Las súplicas de Deku lo perseguían, haciéndolo incapaz de pensar en algo más, la manera en que le había rogado que confiara en él, que le permitiera luchar a su lado. La desesperación en su voz. Y él lo había traicionado, porque lo que había hecho se sentía igual que una traición. El vínculo que compartían, lo había ensuciado, había obligado a Deku a entrar en un estado de trance en contra de su voluntad, y aquello solo lo llenaba de una profunda amargura. No importaba si había sido para protegerlo. La traición es traición en cada una de sus formas y ya no se sentía merecedor de la confianza del príncipe. El sentimiento se volvió como arena en su boca, pero se obligó a sí mismo a apartarlo, si quería volver a ver a Deku, debía concentrarse en lo que tenía al frente.

Se subió a su caballo y se puso en marcha. Sus hombres sabían exactamente qué hacer, la estricta obediencia era el sello personal que había impartido dentro de sus filas. Al contrario de muchos gobernantes, él combatía al lado de sus hombres. Nunca dejó a ningún soldado a un lado y jamás le pidió a alguno que arriesgara su vida sin antes él arriesgar la suya. Sí, era un vampiro, un ser inmortal, pero eso no lo hacía ajeno al dolor ni a las heridas. Sus hombres lo admiraban y en gran parte le temían. El miedo estaba bien, el miedo era útil, pero el miedo seguía siendo una emoción voluble, una que podía convertir a tus aliados en tus verdugos con algo tan simple como el cambio de brisa. La lealtad, en cambio, era mucho más difícil de forjar. No necesitaba que todos sus hombres le fueran leales, pero si necesitaba que fueran la mayoría.

Avanzó hasta las filas superiores y supervisó que cada hombre estuviera equipado correctamente. En otros ejércitos era costumbre que los soldados rasos apenas utilizaran jubones y no poseyeran ningún tipo de protección, eso era inadmisible en el suyo, la vida de cada hombre se arriesgaba por igual, por esa razón había ordenado que incluso los menos instruidos vistieran al menos una cota de malla ligera, al igual que un yelmo que les protegiera la cabeza, esto no solo aminoraba las bajas en las avanzadas por parte de la caballería enemiga, sino que volvía a sus soldados más seguros y leales. Después de todo, era más fácil combatir cuando sabías que el más mínimo error no te conduciría a una muerte segura. En realidad, que la mayoría de su ejército estuviera constituido por hombres que poseían una extensa instrucción militar no era una simple casualidad. Había demasiadas disputas territoriales y tener un ejército fuerte y bien constituido era algo a lo que había tenido que prestarle atención en sus primeros años como gobernante.

Valaquia [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora