Destellos en el bosque

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—Shhh, tranquila, todo terminará pronto —Uraraka susurró con gentileza mientras sus manos jugaban con los rizos cobrizos de la doncella entre sus piernas. Su boca se humedeció, la sangre tenía un sonido parecido al de un torrente, corría brava como si intuyera que su cauce estaba a punto de secarse. La joven tembló contra su pecho, cuando sus labios por fin se abrieron, tomando la piel delgada de su cuello. Ochako cerró los ojos, y hundió sus colmillos más profundo, mientras apretaba su agarre.

«Toga».

Pensó en ella, siempre en ella. Succionó con más fuerza y el líquido tibio llenó su garganta, permitiéndose fantasear con la sangre dulce de la mujer que alguna vez había amado. Sabía que era una mentira, sabía que el sabor a grosellas de la sangre de Himiko jamás volvería a saciarla, ya no más.

Había pasado todo este tiempo tratando de ahogar su sed, una sed que nunca podría ser calmada. Jamás se saciaría, no importaba cuántas doncellas sedujera entre sus brazos. La sangre que una vez compartió en el vínculo no podía ser reemplazada.

Escuchó un leve quejido y volvió su atención en la chica. El rubor rosado que había teñido aquellas suaves mejillas había comenzado a desvanecerse, sus colmillos se desprendieron antes de que el corazón dejara de latir. La joven la miró, sus pupilas color miel estaban fijas en ella, mientras un par de lágrimas bajaban por sus pómulos deteniéndose en sus labios entreabiertos. Era una especie de súplica, el trance había terminado y Ochako le regaló un beso tierno, permitiendo que probara el sabor de su propia sangre, antes de que sus latidos encontraran su final.

Dejó a la doncella en el suelo. El viento golpeaba las paredes, silbaba y se retorcía. La vieja cabaña susurraba en un lenguaje propio, era una especie de eco que se mezclaba junto con la madera y al aroma denso producto de la humedad. Simplemente lo ignoró. Incluso siendo un ser inmortal agradecía tener un techo donde cobijarse. Los elementos eran volubles y en ocasiones podían ser despiadados. Su vida mortal había sido un constante recordatorio de ello.

Una línea delgada se formó en sus labios.

Tomó a la joven y salió del lugar, sus brazos colgaban inertes meciéndose de un lado a otro llevados por el vaivén de sus pasos. Caminó por un largo rato, hasta que llegó a un apacible lago que rompía con la espesura del bosque. Uraraka le dio una última mirada a la doncella acariciando el contorno de sus pómulos. Era hermosa, se parecía a Himiko, pero no era ella, apartó su rostro y la soltó, su cuerpo se hundió en el agua helada como si fuera apenas una muñeca. La observó por unos segundos, mientras los últimos volados de su vestido se desvanecían en la profundidad.

Volvió sus pasos hacia la pequeña cabaña, apenas cerró la puerta, tiró un par de leños y el fuego chispeante llenó de luz la habitación. Su mirada se clavó en las llamas que bailan saboreando la madera. No podía evitarlo, el fuego siempre evocaba los recuerdos, el cuerpo de Himiko ardiendo, su risa mientras el indomable elemento la abrazaba, el aroma de su piel: cenizas y sangre. Sus ojos vacíos fijos en ella.

—Estás aquí —escuchó una voz profunda detrás de ella. No se molestó en voltear.

—¿Y dónde más estaría? —dijo de mala gana. El vampiro a su lado la miró con desdén.

—Creo que olvidas quién soy.

—Quién eras —le corrigió.

—Sigo siendo tu amo.

Uraraka negó sacudiendo el polvo de sus manos.

—Perdiste ese nombre cuando él te venció, ahora le pertenezco, incluso aunque preferiría sacarme las entrañas antes que hacerlo.

—Eso cambiará dentro de poco. —El hombre dio un par de pasos y dejó su vista fija en el fuego.

—No me interesa, por la única razón por la que sigues con vida es porque te necesito. —Sus ojos se clavaron en los suyos—. No puedo hacerlo sola, por eso estás aquí, y si necesitas recordarlo, traerte de vuelta tuvo un alto precio, Shinsou.

Valaquia [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora