El castillo

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Cuando Bakugou llegó al palacio con el mocoso entre sus brazos, no pudo más que sentir una incertidumbre aplastante recorrer su cuerpo. Aunque habían transcurrido ya tres días y dos noches, Deku seguía inconsciente. Bakugou permaneció acostado a su lado; podía sentir el vínculo vibrar entre ellos, y la sensación de estar unidos, aunque fuera de una manera tan débil, lo llenaba de satisfacción.

El príncipe mantenía una respiración suave y constante; su cuerpo, al parecer, había necesitado más tiempo del habitual para aceptar el vínculo, y por eso había permanecido inconsciente por tanto tiempo.

Bakugou apretó al chiquillo entre sus brazos, haciendo caso a la necesidad ineludible de mantenerlo a salvo. Dejó que su mirada se posara en el rostro angelical del niño; sus rizos caían con gracia por su frente, enmarcando su rostro en forma de corazón. Deslizó su mano y tomó las verdosas hebras, dejando que sus dedos jugaran con ellas. El aroma que desprendía era dulce, y parecía estar impregnándose debajo de su piel.

«Serás mío, pero a su tiempo». No se permitiría cometer ningún error. Esperaría que el vínculo permanente fuera una opción plausible, y le daría al niño el regalo de la inmortalidad. Nada lograría arrebatárselo, ni el tiempo, ni la vejez, ni ninguna circunstancia anclada al mundo de los humanos.

El vínculo se tensó. Deku se movía agitado entre sus brazos, y Bakugou pudo intuir que estaba a punto de despertar. Tomó algo de distancia; seguramente el príncipe podría sentirse incómodo si recobraba la conciencia estrujado contra su pecho. Entonces hizo un enorme esfuerzo y se sentó al borde de la cama, esperando a que el niño abriera los ojos.

Bakugou quedó estático, la sangre subía caliente a su cabeza y tuvo que aferrarse a la moldura de la cama para no caer en un frenesí. Deku se había sentado, parecía confundido. Sus ojos de un verde profundo se conectaron con los suyos, mientras el ligero camisón de seda caía grácilmente por sus hombros. La boca de Bakugou empezó a salivar, y fue únicamente la voz del chico lo que lo sacó de ese trance.

—¿Qué hace usted aquí? ¿Dónde estoy? —dijo Izuku.

El Conde podía oler el miedo. Deku se aferraba a las sábanas con los puños cerrados, probablemente sintiéndose como una presa. Bakugou sonrió; el niño no estaba del todo equivocado.

—Estás en mi castillo —dijo, sin mayor complicación—. Estuviste inconsciente un par de días, y le pedí a Eijiro que te trajera a mis aposentos.

—¿Sus aposentos? ¿Estoy en su habitación? —Su rostro se llenó de pánico, y Bakugou no pudo evitar dejar salir una sonrisa.

—¿Ocurre algo, su alteza? —dijo, dejando que su tono saliera dulce. Pudo sentir como cada músculo del príncipe se tensaba de forma deliciosa, haciendo que el torrente de sangre del mocoso resonara aún más provocativo en sus oídos.

Las pupilas del chico se movieron de un lado a otro, recorriendo la habitación. Izuku se quedó quieto como si su mente fuera más rápida de lo que podía procesar su cuerpo.

—Esa noche, la mujer, usted... —murmuró Izuku. La mirada del chico se clavó con decisión contra la suya; había una exquisita fuerza en ella. El mocoso quería respuestas, y por el mismo infierno que se las daría.

—Adelante, mocoso, pregunta —soltó con jovialidad mientras se encogía de hombros.

—¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Quién es usted en realidad?

Bakugou se puso de pie, caminando hacia su escritorio. Sacó una botella y vertió su contenido en una sencilla copa que estaba a su derecha. Dio un trago al opalino líquido y dejó que este endulzara su paladar.

—¿Recuerdas la orden que te di esa noche y tú, como el mocoso rebelde que eres, desobedeciste?

Izuku tragó un poco de saliva. Quería contradecirlo, pero no se atrevió.

Valaquia [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora