Ley del infierno

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23 de enero de 1964, abadía de satín Joseph.

Julio era uno de los sacerdotes más devotos de aquel convento, era el único en quien las monjas confiaban ciegamente, aunque también era el más joven, y con un oscuro secreto que nunca se atrevió a confesar a la iglesia, sin embargo, mantuvo sus esperanzas y su fe en que Cristo, en que dios lo iba a perdonar algún día.

Aquella noche iban a dar las doce, y sin embargo el joven sacerdote aun se encontraba despierto, en su capilla de costumbre, rezando, no podía dormir, algo lo perturbaba mucho.

—padre, dime que es este miedo que tengo en mi corazón—dijo el sacerdote de rodillas, con sus manos juntas entrelazadas y mirando fijamente a la cruz que se elevaba sobre el altar.

Está rezando, rezando a dios, porque aquella noche de fuerte tormenta y de mucho calor el miedo se apoderaba de su alma.

Baja lentamente su cabeza y cierra sus ojos, con fuerza, pero mucha fuerza, como si le doliera algo dentro del, murmura algo, estaba rezando en voz baja.

—Tú debes de ser julio—dijo aquella voz que se apoderaba de la capilla en su totalidad

—el mismo julio, tu presencia es sacrílega, ¿Quién eres?, ¿Qué haces aquí?—preguntó el sacerdote poniéndose de pie, muy serio, con voz firme y sin miedo alguno de enfrentarse a aquella presencia.

—Tú me recuerdas, muy bien que me recuerdas—volvió a decir la voz, tan fuerte, pero a la vez un tanto suave, con inteligencia, entre risas pervertidas.

—Ya sé quién eres, ¿Qué haces aquí?—preguntó Jorge bajando su expresión de valentía, colocando entonces una expresión de miedo, retrocediendo a la zona del sagrario.

—pronto sabrás lo que quiero, por ahora solamente quiero que me sientas aquí, quiero que sepas lo que estoy buscando—volvió a decir la criatura para luego dejar de oírse.

Julio se quedó mirando el vacio por un minuto, y luego lo entendió, sabia con claridad lo que quería aquel ser, pero lo más interesante era que lo conocía a la perfección, como si ya antes se hubieran visto, o incluso enfrentado.

Su sotana se movía de un lado a otro, julio corrió a la puerta de la capilla y la cerró con llave por dentro, para que de esa manera nadie pudiera entrar, roció agua bendita en cada una de las esquinas y encendió todas las veladoras de las imágenes sagradas de ese lugar.

—padre, no me desampares, no me abandones en este momento, que se haga tu voluntad, pero que no se haga la mía—dijo para dejarse caer enfrente del altar, inclinándose ante la cruz, la cual no estaba como antes, cuando julio levantó su mirada, aquella gran cruz de unos tres metros de alto estaba sangrando.

Julio sabía que no podía salir de la capilla, pero sin darse cuenta, eso era lo que el mal quería, el mal quería que él se quedara en la capilla, esperando, aguardando la llegada de quien tenía que tomar su cuerpo.

La noche seguía corriendo, pero aquel sacerdote no estaba durmiendo, y al llegar la mañana la luz diurna del sol atravesó los ventanales de la capilla, julio aun estaba de rodillas, seguía orando, seguía rezando a dios, suplicando lo librara de todos los males.

Unos golpes en la puerta lo hacen reaccionar, julio voltea de forma brusca, mira con detenimiento la puerta y se pone de pie, camina muy lentamente hacia ella y coloca su oído derecho sobre la puerta de madera con algún grabado sagrado.

—Padre julio, ¿aun no es hora de misa?—dijo la voz de alguna mujer fuera de la puerta

—Me siento un poco mal, no creo poder abrir la capilla hoy—dijo el sacerdote lamiendo sus labios, tenía la respiración acelerada, una gota de sudor corrió por su frente.

Infernal [volumen 1: la creación]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora