Inverness estaba cubierta por un suave manto blanco como una capa que la engalanaba, haciéndolo ver como un escenario de cuento a través de la ventana. Su pie golpeaba con impaciencia el suelo de moqueta que un día fue verde y que cubría la sala de la biblioteca. Tecleaba con rapidez en su ordenador datos y datos de la misma especie que tenían que digitalizarse, rogando por acabar de una vez. Miles de filas de información se dibujaron ante ella y no podía esperar a ir de vuelta a la residencia y dormir. La bibliotecaria se asomó y la miró con el ceño fruncido. Diana era la única persona que estaba en el edificio en el día de nochebuena y era por ello el único obstáculo para que pudiera cerrar e irse con su familia. La mujer carraspeó captando su atención y con solo mirarla pudo entender su mensaje, así que guardó con rapidez sus cosas y se marchó.
El frío aire de diciembre la recibió, provocando que se encogiera sobre sí misma tratando de mantener su calor corporal. Suspiró provocando que una nube de vapor saliera de su boca y comenzó a caminar, rumbo a su residencia. Su teléfono comenzó a vibrar y cuando lo miró se le paró el corazón. Llevaba tratando de evitar esa conversación desde que llegó a Inverness hacía apenas dos semanas y ya no le quedaban más excusas. Respiró hondo antes de responder.
-¿Mamá?
-Hombre, por fin te dignas a cogerme el teléfono. Sorprendente que por fin estés libre.
-Tenía mucho trabajo.
-Ya veo, ya...¿cómo estás?
-Bien, cansada.
-Lo sabía, es una locura lo que has hecho. Has cogido una ridícula beca con tal de no pasar la navidad con nosotros. Solo tienes veinte años y ya estás consumiéndote.
-Sabes perfectamente que yo no soy bienvenida en esa casa.
-Ya estamos con la pataleta. Él te quiere aunque no lo creas.- Diana no pudo evitar poner los ojos en blanco.
-Seguro mamá, seguro.
-No eres capaz de darle ni una sola oportunidad. ¿Sabes lo difícil que me lo pones? Estás tratando todo el rato de que coja un bando.-La voz de su madre se rompió.
-Esto era precisamente lo que quería evitar.
-¿El qué? ¿Chantajearme? ¿O tratar de hacerme sentir mal por no querer posicionarme?- Los sollozos de su madre se escuchaban cada vez más fuertes a través de la línea, haciendo que a Diana se le revolviera el estómago y que sus ojos le empezaran a picar.
-No tengo ganas de discutir en Nochebuena, mamá, así que voy a colgar. Lo siento.
-Dian...
Apagó el móvil y miró el cielo oscuro cubierto por las nubes, tratando de contener sus lágrimas. Se sentía la peor hija del mundo decepcionándola a cada rato, odiaba hacer llorar a su madre y desde que perdió a su padre, eso pasaba continuamente. Pero también sabía perfectamente que estar cerca de él la hacía temblar de miedo y que él la odiaba con cada fibra de su ser.
Miró su reflejo en el escaparate de la vieja librería Leakeys y se sintió impotente. Solo era una don nadie, irrelevante y desagradecida de veinte años, que había sido capaz de coger la peor beca del mundo con tal de no pasar la navidad en Barcelona. Y aquel día soñó con que llegara el día en que pudiera mirarse al espejo estando satisfecha y sintiéndose genuinamente feliz con su vida.
Siete años después.
Sus ojos recorrieron su reflejo en el espejo antes de soltar un sonoro resoplido.
-Esto es absurdo.- Dijo mientras miraba la forma gatuna que el delineador había dejado en su mirada.
-No lo es.- Respondió Silvia a través de la videollamada.- Es tu momento de reputar.
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La última flor de Escocia
RomanceDesde hacía dos años, Edimburgo se había convertido en el hogar y refugio de Diana. Había sido su vía de escape de todo el dolor que sentía al recordar su pasado. Había sido capaz de rehacer su vida, tenía un trabajo que adoraba, una casa acogedora...