Capítulo 2: La flor de Escocia

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Flower of Scotland- The Corries

Adam se había presentado a las seis de aquella tarde en la casa de Diana para llevarse a Cincinaguer. No fue ninguna sorpresa porque él mismo le había avisado previamente. Así que abrió la puerta con la llave que ella le dio cuando empezaron a ser amigos. Sin embargo, algo parecía distinto esta vez. La actitud segura y relajada de Adam había sido sustituida por puro nerviosismo.
-Ah, ¡estás aquí! Estoy acabando de hacer la maleta, dame un momento que ahora mismo estoy contigo. Estás en tu casa, si tienes sed o hambre puedes coger lo que quieras de la cocina, ya lo sabes.- Escuchó que le decía la voz de Diana a través del pasillo.
-Claro, sí. No hay problema.- Respondió el joven tratando de controlar el temblor de su voz.
Adam se sentó en el sofá y nada más hacerlo Cincinaguer usó su regazo como almohada para su siesta. Observó la estancia a su alrededor y sonrió levemente. La casa de Diana representaba con exactitud su esencia. Por fuera no llamaba la atención, era una casa de piedra más de tejados negros de Edimburgo. Sin embargo, su interior había renunciado al minimalismo hacía tiempo. Las paredes estaban pintadas con algún color suave o con papeles de pared de motivos de naturaleza. El suelo de parqué de un color caoba oscuro estaba adornado en algunas estancias por alfombras de muchos colores que hacían juego con las paredes. Había pinturas, fotografías y plantas en las paredes y en las estanterías, que estaban llenas de libros y guías de naturaleza. Pero también de autores clásicos de la literatura como: Austen, Tolkien, Cervantes, Tolstoi o Whitman. Era al fin de cuentas, una casa hogareña y acogedora, exactamente como era Diana cuando la conocías en profundidad. Tras esa fachada seria y profesional que solía tener con la gente a la que no conocía, había una chica afable, simpática y muy divertida. Aunque también era discreta y un tanto misteriosa. Apenas había hablado de como era su vida en España antes de venir a Edimburgo, y siempre que trataba de sacar el tema, ella lo esquivaba con una habilidad casi innata.
-Creo que debería empezar a preocuparme.- La voz de Diana le sacó de sus pensamientos.-Como te deje a Cincinaguer durante todo este mes, va a preferir que tú seas su dueño antes que yo.- bromeó antes de sentarse a su lado en el sofá y coger a Cincinaguer para ponerlo en su regazo.
-Cinci te adora. Sin ti él no habría estado aquí.
Y era así. Diana llevaba dos meses trabajando en la oficina, cuando un día apareció con un gatito gris del tamaño de su mano, con la patita rota y un pésimo estado de salud. A pesar de todo, lo sacó adelante y por eso ese en ese instante ese gato estaba en el regazo de Diana ronroneando por puro placer, mientras su dueña le acariciaba la cabeza.
-Ay Cinci, ¿qué voy a hacer yo sin ti este mes?- farfulló abrazándolo.- Por favor, no te olvides de darle las pastillas para el hipotiroidismo y hacer que se mueva. Y no te dejes engatusar por este chantajista profesional para que le des más comida, o sino mi veterinaria no va a parar de hacerme bullying por lo gordo que está.
-No te preocupes, le haré moverse.
-Muchísimas gracias por quedarte con él, Adam. No te haces una idea de lo mucho que te lo agradezco.
-No hay nada que agradecer, ya lo sabes.
Diana le miró brevemente mientras él estaba entretenido con Cinci. Podría haber sido si lo hubiera querido el Duque de Hastings en la serie de los Bridgerton. Con su casi metro noventa, su cuerpo atlético, su tez oscura y su perfecto acento londinense. Diana, no podía negar lo guapo que era Adam y sin embargo, no sentía nada más que puro y genuino cariño por él como amigo.
Estuvieron charlando un rato más ahí sentados con música de fondo y con Cincinaguer entre los dos para que le acariciaran la barriga. Y para entonces, Adam, que nunca había sentido pánico mientras conquistaba a una mujer, se sintió aterrado por lo que iba a hacer a continuación. Estaban ya casi en la puerta, a punto de despedirse y eso significaba que no la volvería a ver hasta marzo.
-Di, tengo algo para ti. Antes no te lo pude dar en la oficina por todo el bullicio que había y quería que lo tuvieras contigo.- Lo había dicho tan rápido que a Diana le costó entenderle. Sin embargo, la bolsita blanca y celeste que sujetaba en su mano, era esclarecedora.
-Oh Adam, no hacía falta que me compraras nada. Ya sabes que no me gusta especialmente mi cumpleaños.
La joven cogió la bolsita y la abrió con delicadeza, encontrándose con una cajita azul de terciopelo. Miró con los ojos entrecerrado a su amigo, como si tratara de leer que le pasaba por la cabeza. Y finalmente abrió la cajita que la dejó sin palabras.
-Recuerdo que dijiste que habías visto un colgante que te encantaba de la diosa Diana en una tienda pequeñita cerca de la Royal Mile. Y bueno... quería que lo tuvieras.- Comentó mientras se rascaba la cabeza incómodo.

La última flor de EscociaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora