Capítulo III

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Luego de que saliera del coliseo, Seiya no volvió a ver a Hinata en toda la noche. Eso lo preocupó un poco, aunque era exagerado ya que se había ido con Hyōga a pasar algo de tiempo con él, además, se trataba de un dúo de caballeros, si llegaran a estar en peligro habrían salido victoriosos dado que ningún humano normal podía hacerle frente a aquellos poseedores del sexto sentido. Sólo por esa suposición no había ido a buscarla por las calles como un desquiciado.

Al amanecer, Pegaso trató de buscar a la santa en la mansión Kido. Entró luego de pedir acceso a Tatsumi, quien le dijo que los demás guerreros se hallaban en el comedor desayunando. Al llegar a dicha sala, notó enseguida la larga melena de Hinata ubicada entre su hermano y Shun, éste último no dejaba de hablar enérgicamente de cómo se alegraba de verlos juntos. El resto de caballeros no parecía muy contento, cómo no, no podían comer a gusto con tanta palabrería pero ¿cómo hacer callar a Shun? Nadie se atrevía a hacerlo.

Al aparecer, todos notaron su presencia y solamente llegó a sonreír un poco.

—¡Buenos días, Seiya! —exclamó Shun enseguida.

—¡Seiya! ¡Haz llegado! —dijo Hinata alegre —Te estábamos esperando.

—¿A mí? —se señaló.

—Sí, de hecho iba a ir a buscarte pero Shiryū dijo que no tardarías en venir —explicó ella levantándose de su asiento. Seiya miró al mencionado y aquel no le alzó la mirada, tal vez era pensamiento suyo pero algo no cuadraba. Hinata se le acercó y lo obligó a sentarse en la silla más cercana que dejaba ver a los presentes —espera aquí, ya vuelvo.

Dicho esto, desapareció por el arco con dirección a la cocina, si supiera, ya había comido cereal antes de salir.

Entonces estando él ahí, nadie soltó otra palabra, y eso porque Shun estaba terminando de comer sino quién sabe qué cosas les iría a decir. Inhaló, y por consecuente exhaló, sintió una mirada extraña que lo molestaba. Lentamente dirigió su vista a donde su instinto le dijo. Se cruzó entonces con los ojos azules de Hyōga que le veían con seriedad ¿cuál sería la razón? Se preguntaba, a lo mejor quería intimidarlo para cuando le tocara competir contra él. No lo sabía, pero esa mirada no le gustó.

—Que bueno que llegaste, la comida se estaba enfriando —entró Nat con una bandeja en manos, la dejó frente al castaño y volvió a su lugar.

Seiya le agradeció, pero enseguida se fijó en las expresiones del Cisne, que se veían más relajadas con la presencia de su hermana, que extraño era. Parecía mostrarse tranquilo con ella, lo raro es que no sabía si se portaba así con los otros guerreros o sólo con él, de ser así ¿por qué sería?

—Seiya, —pestañeó al oírla otra vez—en serio que estás pensativo hoy, se te va a enfriar la comida, anda, apresúrate. Ayer dijiste que querías que te ayudara a entrenar esta tarde.

—¿En qué piensas, Seiya? —cuestionó Shun.

—Sí ¿qué te mantiene tan distraído? —añadió Hyōga usando un tono de voz extraño.

—El entrenamiento —reveló, aunque ni de eso se acordaba. —¿Te parece que iniciemos al mediodía, Nat?

—Claro ¿por qué no?

El ambiente no se sentía cómodo, tal vez no era el único que lo sentía de esa manera, Jabu lo miró y se encogió de hombros, Shiryū siguió ajeno a ellos, Nachi parecía dormirse al recargarse en su codo contra la mesa. Shun y Hinata no parecieron notar a los demás dado que empezaron a hablar de quién sabe qué, y Hyōga volvió a darle una mirada fría a su persona.

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