23. Un privilegio llamado Ema

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23. 

Por Asher James:

Jamás pensé que podría lograr a superar mis propios límites de estupidez, pero realmente he superado y con creces, ni siquiera sabía que los tenía para empezar. Pero cuando, cuando sentí la tensión en el pecho, justo en algún lugar del lado izquierdo, justo cuando pude sentir que los hilos que me ataban a la cordura, se aferraron, se aferraron, y se aferraron con todo lo que tenían para mantener los pies en la tierra.

Y si una sola de sus miradas en mí, los rompió.

Los hizo añicos, los destrozo por completo, fue entonces que sentí que flotaba, sentía que todo en mi era liviano, era libre, libre, y por favor, por favor, mierda que alguien me dejé seguir volando.

Seguir soñando, talvez.

—Cambia esa canción—. Eliot me ignoro por completo.

La tarde era extraña, el cielo era entre morado y naranja, con tocas entre la mezcla de amarillo. Se sentía como un golpe en el pecho, fugaz, distante, pero te daba la sensación de que se había quebrado algo ahí adentro. Suspire, necesitaba que el aire llegara a mis pulmones, que me invadiera la sensación de que tenía el control de algo.

Aunque estos días no tenia nada.

—No, esta me gusta—. Tarareaba la letra de Older, era una canción, no hay mas que decir, la música, siempre era buena.

—Podría alguien recordarme ¿Por qué acepte tremenda estupidez? —. Me recosté en mi asiento, y dejé caer mis brazos a ambos costados. Tome una segunda bocanada de aire.

—Te gusta pasar tiempo con nosotros, aunque seas un gruñón—. Vi a la chica pelirroja a mi lado, aguantar con todo su ser una risita, y le dediqué una mirada punzante.

Al menos esperaba que eso fuera suficiente para que ese indicio de risa se apagara, no lo hizo.

—Si que es gruñón—. Repitieron las chicas, y nunca desea golpear tanto a mi mejor amigo.

No la verdad si lo había querido golpear muchas veces, puede ser un idiota bastante seguido.

—No soy así—. Me defendí, aunque eso hizo que todos empezaran a reír.

—Los odio de sobremanera—. Eso es una mentira, pero ellos no tienen por qué saberlo.

—Por Ema también... ella está aquí—. Eliot, gran hijo de puta.

Ema trato de enconderse, sobre si misma cuando empecé a mirarla. Estaba ahí, a unos cuantos centímetros de mí, incluso mi mente me engañaba y me hacía creer que su calor alcanzaba un poco mi brazo izquierdo.

Su mirada café me apuntaba, ella me veía a mí. Tenia su cabello por todos lados, lo rojo de sus pecas estaba ahí, en sus hombros desnudos. Tenía una camisa corta de tirantes, y luego una falda verde que con facilidad podría cubrir hasta debajo de sus rodillas. Ella me veía a mí.

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