9. Te quiero

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Eros

Caigo sobre el sofá del salón sintiendo como mis pulmones arden y están a punto de estallar. Me duelen todos los huesos del cuerpo y las alas. 

Para poder llegar hasta aquí he tirado varias cosas, solo espero que Érika tenga el sueño pesado. 

Apenas puedo moverme. Estoy lleno de heridas abiertas y moratones por todo el cuerpo. Seguro que ya he manchado el sofá de sangre. 

Mis alas están medianamente estiradas para poder dejarlas descansar. 

De repente escucho algo caerse al suelo, abro los ojos viendo a Érika a los pies de las escaleras. 

-Eri... -intento estirar la mano hacia ella pero estoy tan cansado que los huesos no me responden. Dejo caer mi cabeza hacia atrás quejándome del dolor. 

La escucho irse corriendo, no la culpo, ver esto tiene que ser horrible. Pero estoy equivocado, vuelve con el botiquín en las manos, se arrodilla en el suelo y empieza a buscar cosas. -No tienes por qué hacerlo Érika. -susurro. 

-Cállate. -en cuanto deja caer las primeras gotas de alcohol sobre la gran herida que hay en mi costado no puedo evitar gritar. -¡No te muevas joder! -grita, pero su voz suena rara. La miro con los ojos entre abiertos, le tiemblan las manos y se le caen los algodones al suelo. Sus ojos están empapados en lágrimas, las cuales no tardan en resbalar por sus mejillas. 

Limpio la lágrima de su mejilla con mi índice. -Pensaba que ya no ibas ha volver... Ha pasado una semana joder... 

Se aparta el pelo de la cara y empieza a pasar el algodón por mi piel pálida. 

-Es increíble como tu imaginación puede hacerte llorar en cuestión de segundos... -murmuro. 

-Pensaba que me habías abandonado... 

-¿Cómo iba a abandonarte boba? Si tú eres la excepción a todo lo que alguna vez dije que no haría. 

Me ayuda a sentarme en el sofá para poder vendarme todo el abdomen y parte de mi pecho. 

-¿Cómo te ayudo con esto? -pregunta viendo mis alas, por suerte no tienen heridas, solo manchas de sangre. 

-Así está bien. -se pone en pie delante de mí, tan solo lleva una camiseta mía que usa como camisón para dormir. 

Sus ojeras están más marcadas que la última vez. Aunque para ella ha pasado una semana para mí han sido apenas unas horas, el tiempo en el Olimpo es distinto. 

-Ven aquí. -pido abriendo mis brazos un poco, ella me ve aterrorizada. 

-No quiero hacerte daño, Eros... -una pequeña risa sale al decir mi nombre. -Un poco irónico ¿no?

-Érika, necesito un abrazo, por favor... -suplico. Ella poco a poco se pone sobre mis piernas y rodea mi cuello con sus brazos. 

-¿Cuánto ibas a tardar en decírmelo? 

-No lo sé, tenía miedo de que salieses corriendo. 

"Aunque nunca antes lo hiciste. "

-¿Cómo iba a salir corriendo de alguien que me está sacando del pozo en el que entré? -dice separándose un poco para mirarme a los ojos. -Dios, estás tan ciego... Nunca se me ocurriría huir de alguien que me hace sentir viva por primera vez en mucho tiempo.

-¿Sabes cuánto amo que digas eso? 

-Creo que me hago a la idea. -dice moviendo sus ojos nerviosa y limpiándose las mejillas húmedas. -¿Esta vez cuánto vas a tardar en curarte? ¿Una noche? ¿Dos? 

-Érika, esto lo ha hecho el arma de un Dios, no se irá de un día para otro. Es cómo si alguien se tirase de un quinto piso contra el suelo. -agarro su carita entre mis manos y acerco sus labios a los míos. 

No puedo evitarlo, la necesito cerca como la madera al fuego. Ella es mi fuego y necesito sentir su calor. 

Un beso tan rápido y sutil que parece habérselo imaginado. 

Pero quiero más, no, necesito más. Saco las fuerzas de dónde no las hay para volver a besarla con más ganas. Disfruto de sus labios y su lengua y, joder, siento el puto infierno dentro de mí. 

Mis manos bajan por su espalda hasta dónde sé que a ella le gusta, porque nada más hacerlo un escalofrío recorre su espalda. 

Me doy el lujo de empezar a subir la camisa que lleva puesta hasta dejar su tanga al descubierto. Engancho mis meñiques con los laterales de su ropa interior. -Estás mal Eros, no podemos hacer esto. 

-Hieres mis sentimientos Érika, no digas eso. No me dejes con las ganas por favor. 

-No quiero que empeores. -aparta mechones rubios de mi cara. -Mírate, estás destrozado, necesitas descansar. Besa mi frente, pero deja sus labios más tiempo del que espero. -Tienes fiebre Eros, ya es hora de dormir. -se pone en pie y me extiende sus brazos para ayudarme a ponerme en pie. 

Lo consigo con mucho esfuerzo, pero lo hago gracias a ella. Empezamos a subir escaleras hasta nuestra habitación. Mis fuerzas desaparecen de golpe y caemos sobre el colchón los dos juntos. 

-Ay madre... ¿Estás bien? ¿Te duele algo? -pregunta ayudándome a sentarme pegando la espalda al cabecero de la cama. Se sienta al borde del colchón justo a mi lado mientras habla rápido, su vena italiana sale a la luz. 

Yo solo puedo mirarla a los ojos. Admirar toda la belleza que tiene y que no es consciente que tiene. 

Escondo un mechón cobrizo tras su oreja sin apartar mis ojos de los suyos. 

-Δεν θα λάμψουν ποτέ όλα τα φώτα της Βερόνα το ίδιο με τα μάτια σου Érika.

-¿Qué? Estás delirando de la fiebre, necesitas dormir ya. -se levanta alejando nuestras manos, y ese simple gesto no podría hundirme más. 

-No te vayas Eri. -ruego estirando mi brazo para ir detrás de ella, pero un latigazo en mi espalda me mantiene quieto. 

-Tus alas... No quiero hacerte daño. 

-Ven. -palmeo el colchón para que se acerque, nos tumbamos boca abajo juntos, pero la distancia entre nosotros me mata. 

La pego a mí rodeándola con los brazos para que no se mueva mientras que con una de mis alas nos tapo a ambos. 

-Σε αγαπώ.

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora