16. Es que yo estaba muy enamorado de ti

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Érika MacBeth

Agarro el volante del coche como puedo, estoy volviendo a casa después de un día de compras. 

He decidido que voy a pedirle a Eros que se case conmigo. Si no lo hago me arrepentiré toda mi vida. 

Tengo el anillo en mi bolsillo, no puedo evitar sentirme nerviosa. 

El cielo comienza a nublarse, pero no me preocupa que llueva. 

Cuando paro el coche y salgo siento mis pies muy pesados, demasiado, tanto que casi me caigo pero me sujeto a la puerta como puedo. Escucho un trueno bastante fuerte, pero lo ignoro. Quiero ir con Eros. 

Miro el móvil, dice que vaya con él al patio trasera, junto al acantilado. 

Camino hacia allí, pero con cada paso que doy me siento más y más pesada pero ligera a la vez. 

Es una sensación extraña. 

El viento me da en la cara con fuerza, agitando mi pelo y moviendo mi vestido. 

-Eros... -susurro con una sonrisa en la cara al verle con un ramo de flores en la mano, vestido con una de sus camisas que tanto me gustan (mi favorita) y sus mejores pitillos negros rotos en las rodillas. 

Su pelo negro ondulado está vagamente peinado, pero con el viento su flequillo le tapa parte de su visión, parece nervioso. 

Eros

Me tiembla el pulso, levanto la cabeza al escuchar un trueno. El viento se vuelve fortísimo en cuestión se segundos. 

Sujeto las flores con fuerza para que no se me caigan por los nervios. Antes de que se nos acabe el tiempo quiero pedirle que se case conmigo. 

-Eros... -el viento me trae su suave voz hasta mis oídos. 

Me giro viéndola con una sonrisa débil. Cae sobre mi pecho como un peso muerto. -¡Érika! -la agarro dejando caer las flores al suelo. 

Caigo de rodillos al suelo poniéndola sobre mis piernas mientras la rodeo con los brazos y pego su cabeza a mi pecho. 

-Pensaba que tendríamos más tiempo. -susurra entreabriendo los ojitos. 

Le aparto un mechón cobrizo de su cara escondiéndolo tras su oreja, como tanto me ha gustado hacer en todas sus vidas. 

-Eri, lo siento... Lo siento tanto mi amor. Yo... 

Coge mi mano y saca del bolsillo de su vestido algo pequeño que pone en mi dedo índice. 

Hago los mismo con ella, las marcas de Lete se han hecho visibles, siendo como pequeños tatuajes en color blanco bajo sus uñas. -Érika MacBeth...

-Yo puse el anillo primero bobo. -ríe sintiendo dolor en su pecho como yo ahora mismo. 

El mar picado choca contra el acantilado a la vez que un trueno ilumina el cielo. Nos quedan unos minutos, puede que segundos. 

-Hasta ahora siempre fuiste tú, quiero pedírtelo yo al menos una última vez... -ya no le sale la voz, sus lágrimas opacan sus ojos, pero limpio su humedad mientras son mis ojos los que se empañan. -Érika MacBeth, una vez me dijeron que no eras para mí... Justo a mí, que soy desobediente. -ella suelta una pequeña risa rota, que se mezcla con sus sollozos. Está sintiendo mucho dolor, como si sus huesos estallasen uno por uno. -Me gustas tanto como para asumir las consecuencias de pedirte que te cases conmigo... Por favor, mi pequeña Eri, dime que sí. 

-Sí quiero, Eros, te diré que sí siempre. -su cara de dolor la hace callar por unos segundos. 

No tiene más fuerzas como para continuar hablando, el dolor se la está llevando. 

Agarro sus mejillas y la beso con todo el amor que tengo. Al separarme ella me sonríe pasando su mano por mi pelo. -Quiero ver al Dios del amor, no al del sexo. -dice haciendo que mi pelo rubio salga y mis alas aparezcan. 

La vuelvo a besar cerrando los ojos y sintiendo sus labios, el tiempo a nuestro al rededor va mucho más rápido, no sé si hacia adelante o hacia atrás. Pero algo dentro de mí se acaba de romper por completo. 

Intento aferrarme a ella pero algo la está alejando de mí. 

Siento manos firmes agarrando mi cuerpo para separarme. Al abrir los ojos ella también está en la misma situación. Érika intento no alejarse, pero nos es imposible. 

Acabamos perdiendo contra las manos del destino, que nos separa y nos aleja irremediablemente. 

Caigo en el suelo del Olimpo con una gran herida sangrante en mi pecho. 

Grito de dolor dejando escapar mis lágrimas sin importar quiénes estén ahí. Golpeo el suelo frustrado y enfadado conmigo mismo. -¡No! 

-Cielo... -Afrodita se arrodilla a mi lado y me abraza. 

Me limpio las lágrimas con fuerza pero enseguida vuelven a salir. 

Grito con tanta fuerza con la única intención de que ella, esté dónde esté, me pueda escuchar y... Aunque sea en lo muy fondo de su corazón, se acuerde de mí. 

...

-Ella... Estaba en su derecho. Ella no tuvo la culpa en nada... Fui yo, por ser un egoísta de mierda y no preocuparme por ella, no fue culpa suya. 

-Estabas enamorado, ¿eh? 

-La quería, la quería tanto... Porque un rato con ella era mejor que diez horas con cualquier otra. 

Se forma un silencio interrumpido únicamente por los pájaros que vuelan a nuestro alrededor. 

-No pude despedirme de ella como me hubiera gustado. 

-Realmente nunca nos vamos a poder despedir bien de alguien a quien queremos, nunca. -miro sus ojos rosas sin entender lo que quiere decirme. -Pero lo importante fue el camino, Eros, fue cada día que pasasteis juntos. El final no es lo más importante, si no el proceso, si te has portado bien con ella durante todos estos años y le demostraste que la querías y que te hacía sentir orgulloso, no importa cómo te hayas despedido porque ya está. Ella sentía amor por ti, se sentía orgullosa. No te martirices con ello, porque vivirás el resto de la eternidad con un cargo que no te corresponde. 

-Gracias por escucharme Perséfone. 

-Para eso estoy cielo. -me sonríe con su inocencia. 

Despliego mis alas y hecho a volar saliendo del jardín de Deméter hacia las nubes. 

Me siento en la más baja mirando la tierra, como la gente pasa. 

Me fijo en una pareja joven, con un carrito de bebé de color blanco. Nunca tuvimos hijos. 

Ese pensamiento me hace apretar los puños, ¿habrían sido rubios o de pelo cobrizo?

Quién sabe...

"No pude salvarnos Érika. "

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora