2. La puta impotencia

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Érika MacBeth

No hay algo más insulso que la intención del ser humano de comprender o admirar algo que ni entiende ni le gusta.

¿Pero qué se les puede exigir a tanta cantidad de huesos y carne con pensamientos propios que se enterxan en querer entender algo que no está a su alcance y que solo pueden admirar?

¿Qué podemos exigirnos a nosotros mismos si la mayoría del tiempo tampoco sabemos admirar lo más simple?

Y no me creo la mejor persona por saberlo, porque yo podría ser perfectamente la más ciega de toda Italia.

Hasta hace unos meses soñaba con tener una casa con jardín. Ahora solo aspiro a ponerme los cascos y disfrutar del antiguo arte romano.

Pero me temo que ya he visto este sitio demasiadas veces, y, aunque todas las caras sean distintas, las de los cuadros son siempre las mismas.

Mientras lucho contra el cable de mis auriculares para desenredarlos, choco contra algo fuerte y duro, con un olor embriagador a rosas y ropa de marca.

-Perdona, yo... -al mirar hacia delante no hay nada ni nadie. Me estoy diculpando al aire.

Lo único extraño esque ese olor me atonta un poco. He pasado tantas veces por este pasillo y esta es la primera vez que huelo algo así, aunque en el fondo siento que esto ya es conocido para mí.

Al menos de cierta forma...

Solo sigo caminando antes de que algún extranjero se piense que he perdido la cordura que no tengo.

...

Arranco el papel del cuaderno al ver el horrible resultado de lo que intentaba dibujar.

-¡Puta mierda! -grito llevándome las manos a la cabeza y resoplando.

En la radio comienza a sonar "esa" canción y no puedo evitar entrar en cólera. -¡Cállate! -camino hacia la radio y la tiro del mueble al suelo haciendo que se rompa, pero sigue somando.

Esa estúpida canción que no hace más que quemar mis entrañas y recordarme toda la mierda con la que cargo.

-¡Cierra la puta boca! -piso la radio rota haciéndome daño en la planta del pie, lo que me cabrea más y me hace patear este trasto con todas mis fuerzas hasta que choca contra la pared rompiéndose del todo.

Pero no es suficiente. Mi rabia aumenta a pasos agigantados haciéndome tirar la lámpara al suelo haciendo que la bombilla se rompa.

Tiro la paleta de pintura y los pinceles mamchando todo lo que tocan.

Me entran ganas de quemar toda la casa conmigo dentro, pero no lo hago porque tengo una puñetera hipoteca que pagar y no lo cubrirá el seguro.

Grito y sigo tirando cosas hasta que acabo en una esquina de la habitación, sentada en el suelo llorando en silencio y con una cara neutral.

Apoyo mi cabeza en la pared mirando el desastre que yo misma he provocado y me tocará recoger en algún momento.

Pero sencillamente no puedo, no tengo la fuerza mental para enfrentarme a esa tarea ahora mismo.

No cuando algo tan simple significa tanto.

Solo me doy la paz de cerrar los ojos y dormir aquí sentada, apoyada contra la pared y delante de este desastre al que llamo vida.

...

-¿Por qué estoy en mi cama? -susurro después de estar veinte minutos en la misma posición y en silencio pensando en que ha podido pasar como para que yo este aquí.

Me dormí abajo, ¿Cómo narices he llegado aquí?

Supongo que esto es una duda existencial que no tiene respuesta, y tampoco me romperé la cabeza para buscarla.

Bajo de la cama y, en vez de poner las chanclas les doy una patada apartando las. Entro al baño para refrescarme la cara con agua y hacerme un moño o algo que me mantenga el pelo lejos de mi campo de visión.

Me suenan las tripas, señal de que llevo bastante tiempo sin comer nada. Así que decido ir a la cocina y prepararme algo simple para poder irme a algún lado lejos de aquí. Pero antes debo recoger el desastre de ayer. 

Al entrar al estudio veo una armonía que antes no había. Todo está en su sitio, ordenado y limpio. No hay nada roto, la lámpara vuelve a estar en su sitio (y con una bombilla nueva), incluso la radio está entera y enchufada. 

Pero lo más raro es ese olor a rosas, el mismo que ayer. Pero si hubiese algo más raro que resalta a simple vista es el jarrón blanco que hay al lado de la radio. Lleno de rosas de un color tan claro y llamativo que no puedo evitar acercarme y examinar el ramo más de cerca. Entre las flores hay plumas blancas que al tocarlas un cosquilleo me recorre la espalda. 

Siento una corriente eléctrica rodearme. Y eso me da tanto miedo que me aparto, salgo de la habitación y cierro la puerta con llave para después tirarla en alguna esquina, negándome a ver algo que es imposible que haya pasado, algo que no tiene explicación. 

-Necesito comer alg... ¡¿Quién coño eres?! -grito al ver a un chico tumbado en mi sofá con una botella de vino abierta de pie en el suelo y casi acabada. 

-No grites, me duele la cabeza. -dice él, corro a la encimera de la cocina y cojo un cuchillo, me pongo a sus pies y le apunto con el. -Vale vale, ya me levanto. -dice poniéndose en pie rápidamente. 

-Largo de mi casa, ahora. -amenazo caminando hacia él con la intención de que se aleje, pero no lo hace, simplemente se queda ahí parado delante de mí. 

Justo cuando creo que voy a atravesar su pecho desnudo me agarra las manos y me mira directamente a los ojos. 




CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora