CAPÍTULO DIECISIETE

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Lucy Müller

Un simple cubículo de baño.

Alargo la mano al rostro de mi hermano. Dicen por ahí que las caricias y las miradas es lo único que se lleva a la tumba luego de una gran vida, pues es lo que deseo llevarme conmigo por el resto de la vida. Nuestra conexión sobrepasa los límites de la hermandad. Si, por momentos podrá ser un grano en el culo, por otros, es más sobreprotector que mi padre, pero jamás deja de amarme tal cual soy. Y tan solo por ello, estoy más que agradecida con él.

—Prométeme que si me haces cuñada, me avisarás —observo una marca morada en su cuello—. Y que no me harás tía antes de tiempo.

—Claro que no, tonta —Revuelve mi cabello. Le pego un manotón, pues estuve toda la mañana planchándolo para nada.

Si no fuera por sus palabras aquella tarde en el auto, después de volver de la universidad, no estaríamos parados aquí y mucho menos, me hubiese atrevido a pedir una beca, que semanas más tarde llegó. No es mi persona a seguir, mejor dicho nadie. Admitir en voz alta esa frase sería, querer ser un completo grosero e idiota al levantarme, tal cual es. Mejor no. Sí que de él aprendo a no cometer los mismos errores por los que cayó en el pasado.

—Te quiero.

—Te quiero también, Lucy —sonrío al oírlo.

Rodeo mis brazos por última vez en su cuello —Y por favor, tapate ese chupetón —susurro en su oído.

—Hija, avisa si llegas bien —Pide mamá por enésima vez.

—Y no te desabrigues mucho en esta época del año, por favor —Le sigue mi padre.

—Tranquilos que todo irá más que bien. No pienso dar brazo a torcer hasta traer el título a casa.

Asiento para convencerlos una vez más de que sé cuidarme solita. Los abrazo fuerte por última vez en el mes, y me adentro al auto que me llevará hacia Oxford. Han sido semanas largas, y después de tanto alboroto y nervios, puedo tomarme el tiempo de recostar la cabeza en el asiento y cerrar los ojos. Disfruto del viento leve chocar mi mejilla y la sensación de hormigueo en los pies cuando el auto está en movimiento.

Conecto mis auriculares y con uno de mis álbumes favoritos, me relajo durante esa hora y media en que tardamos en atravesar la ruta hasta mi nueva universidad. Es un edifico realmente antiguo, su enseñanza data del año 1096 y desde 1167 se desarrolló con rapidez, luego de que su rey les prohibiera a los estudiantes asistir a la universidad de Paris.

El vehículo se detiene en una casa mediana. Consta de un solo piso, no es muy grande, pero se ve acogedora. Las tejas rojizas en todo el vecindario le dan un aspecto muy inglés. Me bajo, observando el pastizal totalmente verde, a pesar de que el verano se está marchando.

—Señorita, sus maletas —El chofer entrega mis cosas y luego se quita una tarjeta del bolsillo interno del traje—. En caso de necesitar algo más, brindo por su seguridad así que ya sabe.

—Muchas gracias —Arrastro hacia el otro lado de la calle el maletero.

Toco la puerta con precisión, y a los segundos una persona se acerca, siento los pasos detrás de la puerta hasta que la abre. Una castaña me recibe con una gigante sonrisa.

—¿Eres tú, Lucy? —Me arrebata la valija más pesada, entrándola a la casa— Estuve esperándote toda la mañana. Ven. Pasa.

—Permiso —guardo mis manos en los bolsillos.

Es bastante espacioso el ambiente, con un sofá a un lado de la sala y un gran televisor para ver películas los fines de semana. Diviso en cada rincón de la habitación pinturas, esculturas y maquetas ambiguas. Cada una pareciera tener un significado diferente cada vez que te detienes a observarlas con precisión. Las ventanas están abiertas y el sol se filtra a través del cristal. Me agrada que haya una silla para balancearse frente a una de las ventanas. Al menos, tendré mi espacio pequeño ahí, antes de marcharme a clases.

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