CAPÍTULO TREINTA

19 0 0
                                    

Léa Wright

La desdicha del albatros

Los momentos no son más que una especie de pausa que realiza nuestro cerebro antes de volver a la mierda donde estamos hace tiempo. Percibo el tacto del oficial tan lejano, como la distancia entre invierno y verano. El corazón me escuece con cada látigo que me arrojo al recordar lo último que mencioné: Ojala hubieras muerto en vez de ella. Todo el maldito tiempo aguarde el momento en que se rodeará con la cuerda nuevamente, y dejará de arruinarme la vida, pero ahora que realmente lo hizo, nos jodió a ambos.

No distingo la faz presente que estoy viviendo, y tal pareciese que soy espectadora de una película, pero esto es real. Clavo las uñas en mi carne con dificultad, debido a la fuerza que Eider impone para sostener mis brazos. Sollozos incontrolables abandonan mi garganta sin poderlos controlar. El termino punto débil llega a mi mente, ¿así se siente cuando te dan en él?

El cuerpo me pesa, y todo a mi alrededor también. Recuesto la cabeza en el hueco que se forma en su cuello, y en silencio sigo llorando con la vista borrosa en el techo que mandé a diseñar específicamente cuando compré el pent-house.

—¿Por qué duele tanto?—instigo— Volvió mi vida un asco, y ahora —Realizo una seña con las manos— lloro su muerte —Rompe nuestro contacto, y me coloca en su regazo con su espalda contra la pared.

—Era tu padre Léa, por muy cabrón que haya sido —menciona con caricias leves en mis manos, ya que las sostiene con las él cuando notó que me estaba auto lastimando. —Mírame —toma mi cuello con brusquedad cuando evado ampliamente su tormentoso azul—. Y ya sabes que por más que te alejes, te perseguiré.

—Eso lo sé —Me acomodo en su pecho.

—Necesitas limpiar las sombras que han flaqueado tu alma —Esconde sus dígitos en mis hebras rizadas, para palmar con delicadeza y lentitud—. Y lo harás tu misma, pero apoyarte en alguien para que tironee tu mano cuando quieras detenerte en el transcurso, no es sinónimo de astenia. Resurgirás como este cuarto que has creado.

Guardo silencio, y a medida que transcurren los minutos, solo se oyen nuestras respiraciones calmas.

«—Vamos —comienza a removerse para quitarme de encima.

—¿A dónde? —Lo observo desde abajo cuando ya se ha puesto en pie.

—Solo ven y no preguntes.

Sigo sus instrucciones con la vista cansada, aunque no caminamos mucho, puesto que, se detiene a dos cuadras de la calle donde vivo. En el gimnasio más cercano, y en el cual entreno con regularidad antes de iniciar el día. Llama mi atención el simple hecho de que conozca a Francisco, el dueño. Agradezco de que tan solo haya cinco personas entrenando en este horario.

—Fran, ¿cómo estás? —chocan manos— Por casualidad, ¿estará el ring libre?

—Todo para ti, tan solo que en una hora cerramos.

—Será suficiente.

¿Me trae a boxear? ¿Pero es idiota? Con razón me dirigió a la habitación y comenzó a cambiarme con una calza y un corpiño deportivo, solo que para el momento, seguía en fase de shock.

—¿Dónde están las calzas? —mencionó, abriendo todos los cajones del vestidor.

—No sé —Me limite a responder, mientras yacía en mi cama con las piernas estiradas.

Ni siquiera me hice problema porque estuviese revisando todas mis cosas, necesitaba dormir y olvidar todo. Temía que al despertar no hubiese sido más que un maldito sueño, de esos que me ocasionan las pastillas que el Doctor López me daba. No obstante, y con los ojos rojos y ardiendo, los cerré y dispuse mi atención a otro punto que no fuera mi pecho. Al poco tiempo, sentí las manos del oficial desnudarme, aunque no fue mucho trabajo con la braga negra y la camisa que llevaba puesta.

EXITIUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora