CAPÍTULO VEINTICINCO

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Léa Wright

Una nueva trampa en tierras italianas

El sol refleja las partículas en suspensión del ambiente, y cae la claridad en su cabello pelinegro. Sus ojos se iluminan como dos piedras celestiales, me percato de los matices que rodean el iris en tonos grises y blancos que rodean la pupila, y unos puntitos amarillos cerca de esta. El azabache de su cabellera brilla como el pelaje de una pantera salvaje en medio de la selva robusta.

Desvío la vista a sus labios entre abiertos y su barba incipiente entorno a su mandíbula cuadrada. Tiene los ojos rasgados, casi pequeños. Podría pasarme el tiempo detallando y descubriendo nuevos rastros en su aura, pero el cuerpo me quema y anhela su tacto.

—¿Quieres que conceda tu fantasía? —gesticula un poco menos tenso.

—Quiero que me des tan duro que los gemidos se oigan hasta en la cabina.

Su pupila se dilata ante mi arrebato, mueve su mano que con anterioridad se sujetaba con firmeza al asiento beige. Estamos solos, y tan solo unos metros más allá, detrás de una cortina, se encuentran tres azafatas en caso de necesitarlas.

Presiona mi muslo con su mano izquierda en cuanto abro un poco más mis piernas. El vestido ceñido al cuerpo no me permite extenderme tanto. Deambulan sus dedos en sentido ascendente, sin llegar a concretar una certera caricia. Tan solo tacta y descubre el interior de mis muslos. El coño me palpita sin cesar desde que llegue a su departamento, y ya debo de tener las bragas totalmente repletas de jugos.

—Follame con los dedos —demando. Arqueo mi espalda entorno al asiento.

—No solo será con los dedos, nena —traza círculos imperceptibles en mi centro—, pero aquí no.

Lamo mis labios, y acto seguido lo tomo de la muñeca para guiarlo al baño privado. Necesito saciar mis ganas con urgencia. Su aclamante polla me pide a gritos ser montada. La boca me babea de imaginarla en mi boca, lamiendo desde la punta para comenzar, y luego más profundo, mientras su mano me sujeta el cabello en su dirección.

Abro la puerta del servicio y la cierro con seguro. Un gran espejo con luces frías reflejan la excitación en los ojos de ambos. El inodoro, y una ducha algo reducida se encuentran a un rincón. En el lado contrario hay tres ventanillas más del jet, donde se refleja la luz hacia adentro. Del lado contiguo está el umbral para ingresar a la habitación con una cama enorme donde suelo dormir en los viajes más largos.

—Quiero que te toques frente a mí —ronronea con la voz suave.

De un salto pego mi trasero al mármol gris, de espaldas al espejo. Percibo como se apoya en la pared con las manos en los bolsillos para observarme con fijeza. Bajo mis dedos y los engancho en el borde del vestido para subirlo hasta mi cadera. Mi mente vuela a la vez en que me toque sobre mi cama con su imagen rondando sin remedios. Aparto la tela negra fina y tanteo la zona mojada hace tiempo.

—Observa bien, porque luego lo harás tú.

Abro mis pliegues con facilidad, la sensación me obliga a abrir la boca para respirar mejor. El que me esté viendo, lo vuelve aún más nubloso y robusto al placer. Con el dedo medio dejo una caricia minúscula en mi clítoris hinchado, y luego lo toco con pleitesía y veneración a aquel manojo de nervios tan importante para el orgasmo femenino.

—Mételos. Con lentitud, quiero ver como resbalan en tu canal —rebate con la mano perdida en sus pantalones.

Capto su orden y la ejecuto. Le otorgo un certero pellizco a mi clítoris antes de introducir con especial calma y suavidad el índice. Suelo penetrarme con agilidad y rapidez para hacer desaparecer las ganas cuanto antes, pero la forma lenta en que lo estoy haciendo me va a terminar matando.

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