CAPÍTULO VEINTINUEVE

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Léa Wright

Corona de grises y sollozos

—¿Qué me dices? —Me pongo de pie, alejándome de la silla donde se encuentra— Explícate.

Pasea las manos por su rostro con desespero, y habla—: Antes de decirte todo esto tienes que saber que él me tenía amenazada, que no volví a ti porque corría riesgo tu bienestar.

—Por dios, Annie —exclamo—. No entiendo una mierda lo que me dices. ¿Quién te tenia amenazada?

—Rhave.

—¡Merda! —aclamo en mi idioma natal. Maldita sea.

—Léa, cálmate.

Observo que intenta pararse, pero la detengo levantando mi mano. Tomo dos respiraciones, y luego de unos segundos en silencio, prosigue. Visualizo que está nerviosa porque ha comenzado a tocarse las manos.

«—¿Conoces la ley 29 del poder? —interpela con los ojos neutros por primera vez desde que la vuelvo a ver. Mantiene la inquietud entre sus manos, y el ceño algo fruncido. El cantar de unos pájaros, enjaula mi atención, pero a los segundos la disipan como las cenizas en el viento.

—Planifica tus acciones de principio a fin —repito como un discurso—, ¿qué tiene que ver?

—No puedo asegurarte que hubo un principio, pero si un desarrollo que se encargó de trazar con extrema precisión —suelta, y desde mi posición puedo palpar el cuidado con el que lo dice—. Tu padre estaba enamorado, fui testigo de eso —hace una pausa—, pero la ambición y el amor son amantes explosivos.

He pasado toda mi infancia con añicos tras de mí, y ahora resulta que a mi padre lo venció la ambición. Tengo recuerdos certeros de su relación algo quebradiza por instantes, pero él la amaba, de eso estoy segura, o... eso me he querido hacer creer.

Repaso mi vida antes de mis doce años de edad, no teníamos la mejor relación del mundo debido a que siempre se ausentaba, pero mi madre estaba ahí para disfrazar con sonrisas la ausencia de un padre presente.

—Explícate.

—Rhave inicio esa empresa con tu madre, como algo pequeño en el pueblo —conmemora los rincones antiguos de su memoria—, pero se movía a la vez en cosas pocos legales para el ojo público.

—¿Mi padre traficaba droga? ¿Eso me quieres decir?

—No precisamente —No despego la mirada para que continúe—. Se llamaba Ambrosia, o al menos es lo que recuerdo —toma una respiración para seguir—. Estaba asociado al dueño de un club de prostitución, con ese producto que Rhave le proporcionaba, formaron grandes tratos económicos de los que Marena no tenía idea.

—¿Qué me dices Annie? —bramo aturdida.

Odio a ese hombre con cada capa de piel que me recubre, y tengo una y mil razones para hacerlo. Pero oír que ha sido una basura que se movía en el mundo criminal, ha colmado el vaso que se rebalsó hace tiempo. Puedo soportar que nunca cumplió el rol de padre que se le otorga cuando se desea formar una familia, pero el hecho de que mi madre tuvo que aguantar tanto...

—Tiempo después se enteró de todo y...

—¿Qué le pasó realmente a mi madre? —Su boca se abre sorprendida y se cierra al instante en que apunto esa pregunta.

—El matrimonio se desmorono, y se aseguró de alejarme muy bien de ti.

—¿Qué le pasó a mamá, Annie? —repito la pregunta.

—Eso no me corresponde a mí, Léa.

—¡¿Y a quien cojones si?! —vocifero con un golpe en la mesa— ¡¿A mi madre muerta?! ¡¿O al alcohólico de padre que me tocó?!

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