CAPÍTULO VEINTISEIS

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Andreus Katz

Elise

Subo mi bóxer y el pantalón en el proceso, entretanto ajusto la hebilla del cinturón. Un buen orgasmo, si tenemos en cuenta los años que tiene la vagina donde me introduje. Observo a la secretaria de Léa recuperar la respiración sobre el escritorio de trabajo.

—¿Ya se va? —inquiere al verme.

—La carpeta —aludo a nuestro trato. Follar a cambio de unos documentos.

Supe que iba a ser un blanco fácil cuando me enteré que vive sola y no tiene pareja estable. Porque ella, a diferencia de su jefa, es sencillo de sobrellevarla. Para la otra fiera, se necesita más que un par de palabras bien organizadas y una buena follada en el auto.

Aproveche el momento de que el mujerón de cabello ondulado no acudirá esta semana a la empresa, para sellar lo que llevo tanto tiempo por poseer en mis manos. Geraldine acomoda su falda tubo que subí hasta su cintura para empotrarla de atrás. Finalmente, abre una puerta con sumo cuidado, escondida para que nadie se dé cuenta de su presencia. Saca la llave, y de la misma, utiliza sus arrugados dedos para sacar la contraseña de la caja fuerte introducida en ese pequeño espacio. Giro los ojos por la estancia pulcra, finamente decorada, al borde de la obsesividad, de pronto, unos ruidos aprisionan mi atención. La carpeta bordo.

—Estos son los papeles que busca —los extiende frente a mí—, ¿se le ofrece algo más?

—Pues no —Camino a la puerta, pero me detiene por la muñeca.

—Si...si algún dia quiere, puede pasar por mi departamento.

Clavo la mirada en ella con asco, una cincuentona con ganas de recibir orgasmos gratis, no me sabe nada bien. Probar carne vieja no me desagrada, pero no es mi aperitivo preferido. Más bien, otros que divagan en tierras ajenas a Londres.

Monto el coche con una presión menos en el cuerpo, ser cazado. Pendía de un hilo proponerle semejante trato a la secretaria, pues al principio no se lo tomo nada bien, pero en cuanto acerté en la tecla con algunas disconformidades que tiene de su jefa, se dejó.

Extiendo la vista al cielo encapotado a punto de dar inicio a una llovizna suave. Conduzco a la hacienda de reuniones familiares, como solemos acostumbrar. Los kilómetros quedan atrás y el verde-bordo me rodea completamente en cuanto las ruedas pisan la entrada. Arboles por aquí y por allá protagonizan el cuadro que a mi padre le satisface ver. La construcción blanquecina con techos verdosos pintados hace tantos años, se impregna del agua que ha comenzado a caer del cielo.

Estaciono el vehículo cerca de la entrada e ingreso a la casa, no hay nadie, por lo que supongo que está en las caballerizas. Me sirvo un poco de whisky y aguardo a su regreso en la estufa amplia de la sala. Media hora después, cuando el torrente de agua cae con más ferocidad, se oye la puerta ser abierta.

—¿Y? ¿Lo tienes? —exclama en cuanto me observa. Seca su ropa con una toalla de la entrada, la cual no sé porque se encuentra ahí, y se acerca al fuego— Acércalos.

—Fue más sencillo de lo que creí —cruzo una pierna sobre la otra—, es decir, ni siquiera tuve que hacer un intento tan arduo.

—No me digas que te follaste a la cincuentona —carcajea—. Al menos dime que usaste condón. No quisiera un hijo infestado por un coño viejo y usado infinita de veces.

—Vamos a lo importante —apoyo los codos en mis muslos—. Tenemos los documentos de exportación en nuestro poder, ¿qué pieza moverás ahora?

—No tan rápido, Andreus —se sienta en el sillón próximo a mí—. Dejemos que nuestra preciada ninfa goce de sus últimos días de tranquilidad, antes de que el verdadero desastre inicie.

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