CAPÍTULO QUINCE

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Eider Müller

Arder en el averno

Aparco en el borde de la calle, observo a un lado la casa blanca que se alza ante mis ojos y la ira vuelve a tomarme al instante. Ha transcurrido casi una semana desde la última vez que discutí con Alexander Müller, y desde entonces, ignoro cada una de sus llamadas. No es por mi orgullo que estoy aquí, porque aun lo tengo intacto, pero Lucy se va dentro de tres días al campus y hoy pidió que este con ella. La temporada de estudio comienza pronto, y ella debe instalarse cuanto antes, conocer el lugar y la habitación que compartirá.

—Viniste —abre la puerta mi padre. Lleva unas ojeras horribles bajo los ojos, y una camisa arrugada, por lo que, supondré que acaba de regresar del estudio.

—Lo hice por ella —Lo aparto a un lado, avanzando. Hacia el interior de mi antigua casa.

Estos días atrás, estuve en especial contacto con mi madre. Su salud fue mejorando con los días y ya puede estar fuera de la cama como si nada. Hasta volvió al trabajo el día de ayer.

—¡Al fin llegas! —exclama Lucy, a la vez que se asoma por la puerta de su habitación— Ven.

Los ojos se me disparan al mirar el desorden que carga la estancia. La ropa está tirada entre la cama, el suelo, y parte, colgada de la puerta. Una maleta toma posesión de toda la cama, lugar donde únicamente las prendas están ordenadas por color, hasta me sorprende.

—¿Y este desastre que has montado? —quito unos pantalones del borde para sentarme.

—Necesito ropa suficiente para las clases y salir a la noche.

—No entiendo por qué tantas cosas —rio.

—No lo entenderías porque eres hombre —rueda los ojos como suele acostumbrar.

Toma la valija y la deposita en el suelo, a un lado de la cama. Se recuesta, observando el techo y lanza un suspiro. Miro su perfil, la leve curva que surge de su nariz, y su cabello rubio desparramado entre la almohada. Abre la boca para decir algo, pero luego se arrepiente.

—Suéltalo —digo sin rodeos.

—Papá ha estado más callado de lo normal —Posa su mirada en mí.

—Lucy, es una piedra. De por sí ya no habla.

—Lo sé, pero ha sido más tan piedra después de la discusión.

—He venido aquí por ti, no para hablar de él. Si quiere arreglar las cosas, que venga a solucionarlo. Estoy cansado de ser siempre yo.

Tal vez soy muy duro con él, y lo cierto es, que no me agrada hablar de esto con Lucy. Aunque tenga diecinueve años, y es lo suficientemente madura para comprender, hay cosas que no le digo. Prefiero no mezclarla entre mis problemas, y que salga perjudicada.

—Está bien. Mamá fue a comprar, ya debe estar llegando —menciona después de un rato en silencio.

—Bueno, ¿y llevas todo? —me enderezo— ¿Toallas? —asiente— ¿Documentos? —Vuelve a afirmar— ¿Licencia de conducir ¿Preservativos?

—¡¿Qué?!

—Oh, no me digas que eres virgen.

—¡Pues no, imbécil! Pero habla bajito, papá esta en casa, te recuerdo.

—Ya, ya.

Se oye la puerta abrir y el grito de mamá un segundo después. Ambos salimos de la habitación en dirección a la cocina. Kathrin Laurente se encuentra cortando una tarta de chocolate y preparando café expreso. En la punta de la mesa está Alexander leyendo una hoja y hablando por teléfono. En cuanto aparezco en su campo de visión, fija la mirada en mí y luego la desvía como si nada.

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