Siento sus manos en mi cuello, arrebatándome el poco oxígeno que me queda. Sus dígitos son largos y finos, con una mano parecida a la de una pianista profesional. Es tan delicada, y aún así, tiene tanta fuerza que siento como si mi cuello fuese a quebrarse por la presión que ejerce.
Intento mirarla a los ojos, chocar mis ojos carmesí contra el azul cielo de su semblante. Pero no puedo. Desde mi posición,-recostada en el suelo con la cabeza hacía un lado- lo único que puedo ver es el cuerpo sin vida de su última victima. Ni siquiera recuerdo su nombre. Parecía ser alguien importante, algún burócrata de nombre que tenía un asunto que atender con ella.
Las iris verdes que antes me observaban con angustia mientras de su boca salían gritos de auxilio, ahora no tenían vida. Su pecho desnudo tampoco se movía, en cambio, de la herida abierta de su pecho brotaba sangre sin parar. El suelo estaba cubriéndose poco a poco de la sustancia viscosa, haciendo al sótano parecer un lugar más claustrofóbico de lo que ya era.
-Eres tan patética.-Dice desde atrás una voz que reconozco muy bien.-No sabes cuanto te odio.
Trato de murmurar su nombre, hacer alguna clase de sonido para que de alguna forma tenga compasión de mi. Nada sale de mi boca, mis cuerdas vocales estaban paralizadas, y no tenía forma de hacerlas cantar.
Solo podía quedarme ahí, temblando y llorando como una cría estúpida mientras rogaba silenciosamente que no me matase.
Porque la amo.
Porque quiero estar con ella para toda la vida, incluso cuando mis piernas se encuentran rotas por su culpa, incluso cuando me tiene bajo sus manos, tan débil y vulnerable que nada le costaría el quebrarme el cuello y acabarlo con todo del tirón. No quiero que haga eso, si lo hace, por mucho miedo que me brinde el permanecer junto a ella, no tendría la oportunidad de conocer aquella faceta que mantiene oculta de mi.
-D-di-dian-
-Cállate.-Convierte el agarre en uno poderoso mientras escupe las palabras como si yo fuera un desecho humano.-Incluso en una situación así seguirás diciendo mi nombre, una y otra vez como una perra desesperada.
¿Dónde quedó la rubia gentil que me salvó aquel día, la persona de la que yo creí estar enamorada? El problema no era que la persona que ahora me mantenía al borde de la muerte cumpliera o no con mis expectativas, el hecho que me asustaba es que me gustaba casi tanto como lo odiaba. Por muchas oportunidad que hubiese tenido anteriormente de escapar, incluso de matarla, simplemente no podía hacerlo. Mi propio cuerpo me lo impedía.
Cuando mi visión comienza a oscurecerse, Diana me suelta y me da espacio para toser y retorcerme por el dolor, todo antes de tirar de mi pelo y obligarme a mirarla.
-¿No dirás nada? Entonces tendré que sacarte las palabras a la fuerza.
Su cuerpo se acerca a mi. Tan majestuoso como siempre, digno de alguien que pertenece a la realeza. Siempre he pensando, desde el primer momento en el que la conocí, que no pertenecía a este mundo. No alguien tan noble como Diana, que no dudaba en brindarle una mano a cualquiera que lo necesitase. Tan perfecta y querida por todos.
¿Cómo podría, alguien como yo, tan patética y asquerosa acercarse a alguien así sin opacar su brillo? Por eso me metí en la boca del lobo a escondidas, intentando por días descubrir el código de la puerta de su casa. Me tomó meses el conseguirlo. Y cuando por fin lo conseguí...Me encontré con que tenía un sótano donde tenía a un hombre desnudo encerrado.
A veces me pregunto de si haberlo sabido con antelación, jamás hubiese intentado adivinar el código.
No. No puedo engañar a nadie. Oler su ropa fue recompensa suficiente por entrar, aunque luego mis tobillos se vieran dañados por su fuerza.