𝐭𝐫𝐞𝐢𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐜𝐢𝐧𝐜𝐨

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Un largo sueño.
Cinco meses después de la batalla del cielo y la tierra.

Podía escuchar el oleaje. También, sentir la suave brisa acariciar las olas que llegaban a la orilla, besando con delicadeza la arena, para volver a marcharse. Mis párpados se sentían pesados, su voz se escuchaba tan lejos, que me impedía irme sin encontrarla. Soñoliento me removía de la cama, mis ojos se abrían poco a poco, para voltearme y verla ahí. Yacía recostada, con sus ojos cerrados. Sus labios rosados y carnosos estaban entre abierto, soltando leves suspiros. Se sentía vacío, porque despertaría de este sueño que siempre culminaba en una pesadilla, pero aún estando consiente de que abriría mis ojos, disfrute verla ahí, torturando mi subconsciente. Abrió sus ojos, esos azulados ojos que buscaba entre las personas, creyendo que algún día volvería a verlos. Mi corazón palpitaba rápidamente, visualizando cómo sonrió de lado hasta llevar su mano a mi rostro. El cálido tacto, se sentía real, tanto que mi piel se erizo, para llevar mi mano a su cintura y acercarla a mi con brusquedad. Era el desespero, el mismo de cada noche por no tenerla conmigo. En medio de ese sueño, cerré mis ojos para no verla más, para dejar descansar mi vacía alma, hasta que pude forzarme a despertar.

Mire aquel techo, el cual daba el reflejo de la iluminación que intentaba adentrarse por las cortinas de esa habitación. El vacío, la tristeza perpetua que arrastraba, me hizo no tener valor de mirar el lado vacío de mi cama. Me levante, restregando mis ojos hasta quedar sentado. Suspire gruesamente, mirando de reojo aquel lado. Ya no había nada ahí. No había nadie, solo un lado vacío que se asemejaba con mi corazón. Una mitad vivía, pero otra mitad había muerto. La cortina se elevaba, dejando adentrar la brisa fresca de las afueras de este lugar donde me había establecido. Veía las cajas alrededor de la habitación, las cuales estaban repleta de ropas y artefactos que me pertenecían. En medio del silencio abrumador que había, pude escuchar unos pasos provenir del pasillo. Alguien también había despertado. Volví a suspirar, escondiendo mi rostro entre mis manos. Vivía el mismo sueño, cada día y aún, no estaba ni cerca para volver a cumplirlo. Me dolía, esto me mataba cada pasar el tiempo, como nadie podría tener idea. Escuché la puerta abrirse de una manera sigilosa, como también la sabana arrastrarse como si alguien la jalara para treparse. Quite mis manos del rostro para mirar de reojo cuando el colchón se hundió, hasta que unas pequeñas manos se envolvieron en mi cuello.

—¡Bu!—escuché en mi oído, por lo cual sonreí para girar el cuerpo de Mila y atraparla en mis brazos, besando rápidamente su mejilla y frente.—¡Papá, wacala!—decía ella, mientras la abracé fuerte.

—¿Así que despertaste primero?—le pregunté, para ver cómo se limpiaba su rostro y se quitaba el rubio cabello despeinado, asintiéndome.

—¿Por qué cuando abrí la puerta no estabas? ¿Estás molesto conmigo?—me preguntó, por lo cual negué rápidamente, acariciando su cabello.

—No, papá solo está un poco triste.—musité, mientras que Mila se incorporó, quedando sentada en mi falda, para verme a los ojos.

—¿Es por qué mamá no ha vuelto del hospital?—perplejo la miraba, intentando de calmar mis emociones cuando noté como su rostro decayó.

—Es porque hoy me abandonas para irte con tu tía Annie.—respondí, mirando como Mila se cruzó de brazos, haciéndome una mueca.

—Tú solo quieres que yo rompa esas cajas y yo, ya no quiero jugar a recoger.—expresó, haciéndome reír, abrazándola fuertemente.

—Vamos, hay que prepararnos, será un día largo.—dije, sosteniéndola en mis brazos para ver cómo ella envolvía los suyos en mi cuello.

Habían pasado cinco meses desde aquella batalla. En estos momentos, lo más seguro para nosotros fue establecernos en Marley. Pese a que la mayaría se ha acoplado fácilmente, aún se nos hace difícil convivir con personas que sin duda alguna, tuvieron algún día desprecio hacia nosotros. Muchas naciones estaban empezando de cero, la escasez de comida era inevitable, pero nos absteníamos para ayudar en todo lo que estaba a nuestro alcance. La Isla estaba lejos e intacta, como así, Eren lo había anhelado desde que rompió las murallas para dejar a su gente en libertad. Seque el cuerpo humedecido de Mila, peinando su hermoso y sedoso cabello rubio. Ella sonreía, dándome instrucciones de cómo peinarlo para luego, mostrarme la ropa que quería usar. Era una niña inteligente, muy decidida y eso, me hacía sin duda más fácil este gran trabajo de ser su padre, aunque habían días donde me drenaba, por miedo, ella siempre me dejaba saber lo grandioso que era. Viéndola, notando su nobleza y la manera tan firme que era, me daba un amargo recuerdo de cómo su madre había sido, incluso en sus últimos suspiros. La extrañaba y a veces, no podía sin ella, pero lo estaba intentando, aunque fuera más el dolor que las ganas.

𝐁𝐄𝐓𝐖𝐄𝐄𝐍 𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍── 𝐀𝐫𝐦𝐢𝐧 𝐀𝐫𝐥𝐞𝐫𝐭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora