Mi respiración estaba agitada de tanto correr, me había perdido de nuevo en la entrega y sabía que si no regresaba a mi trabajo en 2 minutos, está vez si estaría frito; di un salto para pasar la baranda de un estacionamiento, baje la velocidad para poder cruzar la esquina y seguí corriendo en línea recta por toda la acera —Demonios— empecé a quejarme en voz alta. La gente me miraba de forma extraña por lo rápido que me desplazaba; al llegar a mi trabajo recién pude tomar la mayor cantidad de aire posible, siento una mano en mi espalda y volteo a ver quién era, Ulises, mi compañero de trabajo.—Amigo, el jefe quiere verte— Me miró algo triste, ambos sabíamos que pasaría, tomé una última bocanada de aire y suspiré frente a lo mencionado, asentí con la cabeza y le dejé mi mochila al castaño. Me dirijo a la oficina del jefe; para ser sincero incluso yo estaba decepcionado de mi mismo y del como me he ido en picada hacia el suelo en el aspecto de rendimiento laboral, al pararme en frente de la puerta tomé el picaporte y me quedé paralizado allí, no quería entrar, tenía un nudo en la garganta y noté en el reflejo de una bandeja de plata viendo que estaba pálido, con mucho valor abrí la puerta encontrándome con la mirada penetrante del mayor.
—Siéntate— Su semblante era serio y frío, la presión en la oficina se sentía brutal, odiaba cuando eso pasaba —Chico, he comprendido tu situación actual, del como vives y de mayormente tu edad, ya que aquí solo trabaja gente adulta. Pero te lo dije en el momento en que llegaste, todo tiene un límite—. Asentí con la cabeza sin poder hablar, mi mirada no se apartaba de la suya a pesar de todo —Deja tus cosas en la habitación de empleados y retirare, gracias por todo y fue un placer conocerte— Se levantó de la silla haciendo que yo también lo haga, nos dimos un apretón de manos y me dirigí a la salida al instante.
—Gracias por todo, adiós— Me retiró de la habitación y a la primera persona que vi fue a Ulises, no dijo nada pero solo con verlo me preguntaba si estaba bien, me acerque a este y le sonreí de forma leve —Tranquilo amigo, estoy bien, aún nos podremos ver de vez en cuando, te llamó luego— Lo tomé de los hombros haciendo que de media vuelta y lo empujé ligeramente —Ahora ve a trabajar, tienes mucho que hacer, ánimos— Le sonreí otra vez y este solo respondió de igual manera. Fui a cambiarme dejando mis cosas donde ordenó el mayor y me retiré del local desanimado.
Al llegar a mi casa me recosté de la puerta unos segundos para poder tomar un ligero impulso y caminar hasta el segundo piso, dónde era mi habitación, me desplome en la cama tomando una de las almohadas y cubrí mi cara con ella.
Estaba desanimado, sin ganas de nada, tenía ganas de llorar, me sentía un inútil, sentía como poco a poco me hundía en mis pensamientos y me sentía cada vez peor, esa sensación en el pecho era horrible pero al mismo tiempo me sentía intranquilo, estaba como desesperado por hacer algo, pero no tenía nada más que hacer, era bastante angustiante, sin mencionar el silencio que había en la casa, era muy grande pero tan vacía, nunca sentí calidez alguna desde que tengo memoria.
Solo puedo recordar desde que tengo ocho años, mi nombre es Zack Forets, nací el dieciséis de Octubre del dos mil cinco, soy de Minnesota (Estados Unidos), tengo el pelo negro, tez clara y mis ojos eran algo particulares ya que eran grises, ya con eso no me sentía cómodo en muchos lugares, vivía en una “Familia” que cuidaban de mi, pero a pesar de todo nunca me sentí cómodo o parte de ellos en ningún momento, mi “padre” siempre trabajaba, mi “madre” siempre fue muy distante conmigo, mi “Hermano mayor” siempre me desprecio y me trataba mal y mi “Hermana mayor” no fue la diferencia, siempre me evitaba y sentía que mi presencia no era de su agrado, por eso la pasaba mayor parte de mi tiempo encerrado en mi habitación, jugando en la computadora, estudiando y la mayor parte del tiempo fue durmiendo. Desde los diez años mi padre me enseñó el arte de la katana, era el único momento donde sentía que podía conectar con el en todo el día y cada vez era mejor en ello por lo que mi confianza en mi mismo creció mas. También había un medicamento que debía tomar todos los días a la misma hora, sin falta, aparte de las responsabilidades otorgadas de cuidarme me mantenían al día con el medicamento, me habían dicho, que si no lo tomaba moriría, y nunca quise arriesgarme para averiguarlo.
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El experimento fallido
Science-FictionEl ser humano nunca será perfecto, sin importar cuánto evite serlo, nunca lo conseguirá