Otros Pormenores

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—¿Qué te pasa?— le preguntó una voz, sacándolo de sus pensamientos.

Shota levantó el rostro con pesadez para encontrar con la mirada a Hitoshi. Seguía recargando su peso sobre los lavamanos. —Nada. Estoy bien.— respondió con dificultad. Le estaba costando respirar.

—¿Otra vez tienes migraña?— le preguntó mientras se acercaba y colocó su mano izquierda sobre el hombro derecho del pelinegro.

Shota suspiró y enderezó su postura. —Estaré bien.— retiró con cuidado la mano de Hitoshi y caminó hacia la salida.

—¿Hasta cuándo piensas seguir con eso?— preguntó el menor.

Shota se detuvo. —No sé de qué me estás hablando.— le dijo sin voltear a mirarlo.

—Kemy me lo dijo todo.

—Kemy no tiene por qué meterse en mis asuntos.— respondió y salió de el baño, dejando a Hitoshi con un terrible sentimiento de impotencia.

Los últimos años, Shota había trabajado como profesor en Shiketsu. Kemy Utsushimi se había convertido en su alumna, después en su amiga y ahora colega, ya que también decidió dedicarse a la educación; se volvieron bastante cercanos.

Gracias a Kemy, Shota conoció a Hitoshi. Ellos se conocieron durante la preparatoria, aunque ella era mayor que el chico. Tiempo después, cuando ambos se habían graduado de la universidad, Ustsushimi lo invitó a aplicar en Shiketsu como profesor. Cuando Hitoshi llegó a la academia, estaba totalmente destrozado. Recién había terminado su relación con Camila y estaba luchando por no caer en depresión.

Una tarde, el hombre de cabello índigo se encontraba calificando exámenes, cuando de pronto escuchó un golpe justo afuera de la sala de profesores. Eran cerca de las siete de la noche, demasiado tarde como para que los alumnos siguieran en la escuela. Se levantó sigilosamente y se acercó a la puerta para investigar de dónde provenía aquél sonido. Su sorpresa fue enorme al cruzar y darse cuenta de que había un hombre en el suelo, Shota, para ser más precisos. Lo ayudó a ponerse de pie, lo metió a la sala y lo sentó en una de las sillas que estaban cerca de la entrada.

—Hey, ¿Estás bien? ¿Quieres ir al hospital?— le preguntó preocupado. No estaba seguro de qué hacer.

—Estoy... Bien...— decía tomando aire entre palabras, mientras mantenía los ojos cerrados. —Tengo migraña... Es todo.—

—¿Estás seguro? No te ves nada bien.— insistió Shinso.

—Sólo necesito... unas pastillas de mi auto. ¿Podrías... Ir a buscarlas?— le preguntó mientras buscaba en su bolsillo las llaves de su auto.

—Claro. ¿Dónde está?— le preguntó Hitoshi, tomando las llaves en cuanto el pelinegro las extendió frente a él.

—Cerca... De la entrada principal... Es un Chevrolet negro... Con cristales polarizados.— explicó. Se llevó las manos a la cabeza para presionarla con ellas, como si de alguna manera eso fuese a aliviar su dolor.

Hitoshi se apresuró a buscar el auto, una vez que lo encontró, lo abrió de prisa y tomó un pequeño frasco con píldoras blancas que se encontraba en la guantera para regresar rápidamente al aula de profesores.

—Aquí están.— le dijo a Shota, bastante agitado por correr.

El pelinegro tomó el frasco, vació un puño de píldoras en su mano, colocó un par de ellas en su boca y las tragó en seco. —Gracias.— le dijo con alivio a Hitoshi, aún manteniendo los ojos cerrados.

—Espera aquí a que las pastillas surtan efecto. Yo estaré trabajando.— dijo Hitoshi y regresó a su escritorio. Por más que trataba de concentrarse, seguía un poco impresionado por haber visto a Shota tan mal.

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