Insistente

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La cabeza estaba comenzando a dolerle mientras caminaba hacia el aula de tercero a la que iba a dar clase. Trató de actuar con normalidad, como si nada lo estuviera afectando. Después de tres horas, que a su parecer fueron eternas, tomó de su escritorio un frasco con píldoras y fue a refugiarse a la azotea, el lugar más tranquilo en todo el plantel. Subió las escaleras y atravesó la puerta; caminó un par de metros y se detuvo ante la sorpresa de que no se encontraba solo.

-¿Kemy?- preguntó sorprendido.

Ella rápidamente secó sus ojos para evitar que el pelinegro la viera en ese estado. -¿Qué pasa?- preguntó con la voz aún quebrada. Estaba sentada, viendo hacia el barandal, dando la espalda a la salida de las escaleras.

Para el pelinegro era más que evidente que ella estaba llorando. Se acercó lentamente y se sentó junto a ella. -¿Está todo bien?- preguntó, buscando su rostro con la mirada para enseguida encontrarse con los rojos y la nariz enrojecida de la rubia.

-¿Tú qué crees?- preguntó molesta.

Hubo silencio, mientras ambos miraban al horizonte, viendo como transcurría la tarde. Pasaban los minutos y ninguno de los dos decía nada.

-¿Conociste a la nueva directora?- preguntó ella, mucho más tranquila, pero tratando de evadir el tema de su enojo.

-Si, pero no fui al almuerzo de bienvenida, ¿Y tú?- preguntó neutral. Kemy podía llegar a ser bastante sensible y no quería que continuara molesta con él.

-Sólo la vi en la ceremonia. He estado aquí desde que hablamos...- su voz comenzó quebrarse. -No tenía más clases.- una lágrima rodó por su mejilla y el pelinegro acercó su mano rápidamente para secarla.

-Kemy, ya tomé una decisión y tienes que aceptarla.- le dijo de forma delicada, tratando de no lastimarla más.

-No quiero hablar de eso.- respondió ella cortante.

-No voy a cambiar mi decisión sólo por ti.- le dijo con cierta molestia.

-¿Sólo por mi?- preguntó enmedio de una risa irónica. -Creo que no has entendido. No se trata de mi, también se trata de Hitoshi, él ha sido un buen amigo para ti y tú para él, te aprecia y no es fácil para él saber que su mejor amigo puede morir en cualquier momento.- dijo enmedio de su frustración, dejando caer aún más lágrimas.

-Es por eso mismo que no lo haré.- respondió sereno. -Él también es alguien importante para mí y, si la cirugía sale mal, no podría hacer que cargara conmigo, sería un desperdicio para su vida.-

-¿Y cómo sabes que va a salir mal? ¿Qué tal si sale bien y te recuperas? ¿No has pensado en eso?- preguntó tratando de convencerlo de tomar el riesgo de aquella operación que podría salvarlo de la muerte.

-Es mejor no esperar nada, para no salir decepcionados.- respondió tranquilamente.

Kemy no soportó más, se puso de pie y negó con la cabeza. -No puedo creer que te tomes todo tan a la ligera.- dijo llena de dolor y dió la vuelta para ir hacia las escaleras.

-No lo estoy tomando a la ligera, estoy pensando en lo que es mejor.- dijo Shota desde el suelo, pero la rubia se marchó sin darle respuesta.

La relación que tenía con Kemy era una amistad muy sólida, de casi diez años, pero todo eso había estado cambiando, desde que ella se enteró del aneurisma de Shota, un par de meses atrás, se comportaba muy diferente con él.

Lo descubrió una tarde, mientras ambos estaban en el departamento de pelinegro viendo películas. Estaban en la sala, cuando Shota comenzó a tener un dolor de cabeza y le pidió a la rubia que fuera a buscar un frasco de píldoras que tenía en el cajón de el pequeño buró de madera que estaba junto a su cama, ella obedeció y encontró un sobre con la inscripción "Dra. Shuzenji, Neurocirugía". Kemy llevó las pastillas a Aizawa y, después de tomarlas, lo ayudó a llegar a la cama para que descansara, se recostó junto a él y esperó a que se quedara dormido. Una vez que parecía estar en un profundo sueño, ella se levantó y revisó el sobre. -No puede ser.- musitó mientras un par de lágrimas salían de sus ojos.

-No deberías revisar mis cosas.- le dijo Shota, quién aún mantenía los ojos cerrados, pero fue despertado cuando escuchó el cajón abrirse.

—¿Por qué no me habías contado sobre ésto?— preguntó Kemy preocupada.

—No es importante.— se limitó a decir.

—¡Por supuesto que lo es! Shota, ésto es muy grave.— dijo sentándose en la cama junto al pelinegro. —No puedes dejar pasar mucho tiempo, éstas cosas suelen ser muy peligrosas si no se atienden. Mañana mismo iremos con otro médico, hay que buscar una segunda opinión.— Decía desesperada y asustada por lo que pudiese pasarle.

Él abrió los ojos y la miró tranquilamente. —Tranquila, voy a buscar una solución.— le dijo y ella esbozó una pequeña sonrisa de alivio.

Después de ese día, Kemy insistió constantemente para que Shota buscara una manera de atender aquél problema que, ella estaba segura, eran la causa de sus frecuentes migrañas. Una tarde, la rubia llegó al departamento del pelinegro; estaba cansada de que éste hiciera caso omiso a todas sus advertencias y peticiones. Él abrió la puerta y la dejó pasar, aunque, al verla furiosa, casi sabía de qué se trataba.

—No puedes dejar que ésto siga así.— dijo entrando de forma brusca al departamento y sentándose en el sofá de la sala.

—Hola.— dijo el pelinegro, con un poco de pereza. Caminó hasta la sala, pero se mantuvo de pie frente a ella.

Kemy rodó los ojos y negó con la cabeza. —Deja de ignorar lo que te digo. Tienes que aceptar esa operación o...— hizo una pausa y pensó en lo que diría. —Le contaré a Hitoshi todo lo que está pasando.— sentenció.

Shota dejó salir un suspiro en señal de resignación. —Haz lo que quieras.— le dijo en un tono despreocupado.

La rubia se sintió profundamente herida al escuchar al pelinegro decir eso. Él se había convertido en una de las personas más importantes en su vida y le dolía siquiera el pensar en que pudiese morir por no cuidar de su salud. —¿De verdad no te importa?— preguntó con dificultad, por un nudo en la garganta.

—No me interesa. Y si sólo estás aquí para eso, puedes marcharte.— respondió manteniendo su expresión seria.

Kemy, decepcionada, se levantó, se dirigió hacia la puerta y, sin decir nada más, se marchó. Shota se sentó en el sofá, una lágrima silenciosa rodó por su mejilla mientras en el pecho sentía un vacío muy grande. No quería herirla, quería verla con esa característica sonrisa suya, pero prefería que ella se alejara, que se mantuviera distante para que, cuando a él le tocara partir, ella no sufriera su ausencia, sin embargo, nunca llegó a imaginar que los sentimientos de la rubia hacia él fueran tan fuertes como para no rendirse, aunque a decir verdad, ella tampoco estaba conciente.

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