Cinco

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Bills se sentó en el sofá con los brazos y las piernas cruzadas, mientras la muchacha buscaba algo en el mueble sobre el que estaba la televisión. La vio sacar una caja un tanto cubierta de polvo de la que extrajo una consola que tardo varios minutos en conectar al televisor, para después ofrecerle un mando en forma de una geométrica pistola.

-Es un poco viejo, pero todavía funciona- le dijo María dándole el mando al dios- El objetivo es muy sencillo: se dispara a los patos y el que tumbe más gana.

Bills observó la pantalla y vio un perro de caza con un globo de diálogo. No pudo leer lo que decía, pero la expresión del animal virtual no le cayó muy bien al dios. El juego tampoco se le hizo muy interesante, pero ensayo de todos modos. La partida inicio y una hilera de patos apareció. Bills observó a la mujer hacer el primer tiro. Por lo que vio lo único que había que hacer era apuntar a la pantalla con la pistolita esa. Tumbo tres muy fácilmente. El juego era bastante aburrido, mas al notar que María llevaba siete continúo para superar la marca de la chica. Pronto estuvieron diez a diez y para entonces Bills tenía el entusiasmo de la competencia brillando en los ojos, mas cuando disparo al siguiente pato no dio en el blanco. Y no fue culpa de su puntería sino por un error del juego. María lo superó. Llevaba trece e iba por más así que Bills volvió a disparar, fallando otra vez. El tercer intento fue el bueno, mas parecía que el juego lo estaba fastidiando aproposito. Para colmo cada vez que fallaba un tiro el perro se reía de él de manera tan burlona que le acabo por resultar fastidioso. Cuando no dió en el blanco por sexta vez acabo por volar la televisión de un disparo de ki. Aquello provocó un poco de humo y un agujero en la pared, pero también que algunos cristales fueran a incrustarse en las piernas de María, que estaba sentada en la alfombra.

-¿Por qué hizo eso?- exclamó la muchacha viéndole con enojo.

-Tu juego era muy aburrido y funcionaba mal- le contestó Bills sin ningún remordimiento por haber causado las heridas en la mujer.

-No hacia falta destruir la televisión ni mi casa...

-Soy un dios de la destrucción, mi trabajo es acabar con las cosas defectuosas e incapaces de cumplir su función- respondió Bills tomandola por la ropa para alzarla a la altura de su rostro- Deberías darme las gracias por no destruirte a tí- agregó al soltarla y sin darle oportunidad de hacer otro reclamo, Bills se marchó.

María quedó de pie sobre la alfombra, viendo con desánimo la televisión perforada y el muro detrás. Bajo los ojos a sus piernas y se sentó con cuidado, en el sofá para retirar los cristales de su piel. Lo hizo con una paciencia infinita y una triste mirada. Cuando terminó fue hasta el baño para buscar unas vendas. Tenía que ponerse a limpiar el desastre que ocasionó el dios. Cuando acabo de cubrir sus heridas comenzó a organizar la sala. La televisión no le importó haberla perdido, pero la consola fue diferente. Era un recuerdo y acabó siendo bastante dañada. La puso en una bolsa de basura con pesar. No servía más.

Bills volvió unas horas después. Había estado mirando por ahí. Pensó en ir a casa de Bulma, pero acabó descartando la idea quedandose flotando sobre la ciudad. Ese mundo era bastante tranquilo pese a la gran cantidad de personas en el. Aún en esa ciudad el bullicio era casi un murmullo. Cada vez que le ponía atención a ese planeta no hacía sino fundamentar su idea de que era un sitio insignificante salvó por su gastronomía. Como un buen puesto de comida en la calle en una ciudad llena de restaurantes. Fue el hambre lo que lo hizo regresar a esa casa casi al anochecer.

Pensó ingresar por la ventana del balcón, pero al ver luz en la ventana del primer piso descendió en el jardín para entrar por ahí, mas cuando iba a hacerlo se detuvo a ver a la mujer sentada en el suelo haciendo pompas de jabón. La sala estaba iluminada por luces de navidad doradas colgadas en las paredes y en el techo. La atmósfera era cálida y un poco mágica, aunque a Bills nada de eso lo impresionó. Aun así observó con atención a la mujer cuyo semblante mostraba una expresión feliz, un poco dulce. Era bastante obvio que se sentía bastante a gusto ahí, jugando como si fuera una niña. Pero él tenía hambre y movió la puerta corrediza para entrar, descubriendo también sonaba una música muy agradable y muy despacio.

Alertada por el sonido de la ventana, María volteo a su derecha encontrándose con el dios. Un poco asustada se puso de pie derramando el agua jabonosa sobre el piso. Bills la miró y más que asustada le pareció molesta, mas paso de ella para observar el lugar. Había una pintura de un hermoso paisaje en el hueco que dejó su ataque horas atrás. Ella había reorganizado aquel espacio dándole un aspecto totalmente nuevo y bastante agradable.

-Y... ¿Qué tienes de comer?- le pregunto con un tono casi simpático. Las vendas en las piernas de la mujer no pasaron inadvertidas para él.

-Nada- respondió María- Váyase por favor. Es obvio que no puedo satisfacer ninguna de sus necesidades y todo lo que consigue aquí es pasar un mal rato.

Bills no se mostró afectado por esas palabras en ninguna forma. Se rasco el costado de la frente con una de sus garras, levantó un poco el mentón y con indiferencia caminó por la sala deteniéndose justo antes del charco de agua jabonosa.

María subió un poco los hombros, pero no bajo la mirada ni perdió esa actitud confrontacional que tendría un ratón ante un gato. Ese instante en que la persona intimidada se harta o se familiariza con el miedo al punto que consigue mantener la cabeza lo suficientemente fría como para dominar sus reacciones, tampoco era algo nuevo para Bills. Era un proceso natural. Por eso si quería conservar su postura era un error volver con demasiada frecuencia al mismo lugar. Él había regresado a la Tierra demasiadas veces. Al fin su figura como una deidad perdió impacto. No tenía que ver con que él hubiera cambiado realmente.

-Por favor...déjeme en paz- insistió María al ver que pasaba el tiempo y el dios ni se movía o hablaba.

-Tienes la peculiaridad de ser cortés e impertinente a la vez- comentó Bills- Me recuerdas al idiota de Goku- agregó dejando una expresión de intriga en la muchacha que ante el tranquilo ánimo del dios se relajo un poco.

Bills echo otra mirada al lugar, después volvió su atención a la mujer que apretaba entre sus manos la varita con la que había estado haciendo burbujas. Cuando él dió un largo paso, para no pisar el charco de agua jabonosa, ella dio un paso atrás. No por temor, sino porque de no hacerlo Bills hubiera terminado demasiado cerca.

-Tengo sed- le dijo- Tráeme algo de beber, pero que no sea esa cerveza insípida que me diste hace rato.

-¿Por qué me ignora?- exclamó María frunciendo el ceño- Le he dicho que se vaya, que no puedo satisfacer sus demandas. Seguirme pidiendo cosas no hará que lo que le pueda dar sea de su agrado.

-¡Y yo te dije que tengo sed y me traigas algo de beber!- le gritó, pero ella solo cerró los ojos. No se movió- Así que te crees muy valiente...- le dijo poniendo la palma de su mano delante del rostro de la chica, que como un ciervo se quedó viendo la luz púrpura que brotaba del la mano del dios.

Ella sabía que esa energía podía desintegrarla, pero su única respuesta ante la amenaza fue cerrar los ojos cuando no pudo tenerlos abiertos por más tiempo. Al fin Bills bajo la mano. Sabía que aquello no surtiría el mismo efecto, sin embargo, había algo en esa mujer que no tenía que ver con lo que venía pensando.

-¿En serio eres tan miserable que no te importa ser borrada de la existencia?

-¿En serio cree que tengo oportunidad de escapar o luchar con usted?- replicó María con cierta timidez.

Bills se inclinó un poco para acercar su rostro al de ella que se medio hundió la cabeza entre los hombros y súbitamente sopló sobre María. Lo hizo con la suficiente fuerza para empujarla un poco hacia atrás haciéndola caer. Cuando la muchacha abrió los ojos el dios no estaba. Aliviada se levantó esperando que en esa oportunidad realmente no volviera, mas un ruido, en su cuarto, la hizo subir la escalera para encontrarse con Bills jugando con un adorno en la pared.

-¿No te aburres en este lugar?- le pregunto el dios y María soltó un largo suspiro.

-Vayase de mí casa por favor- le suplico María.


Doméstico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora