Catorce

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El cuerpo de María estaba empapado en sudor. Lo mismo el de él que reposaba sobre el de ella, que tendida sobre las sábanas recuperaba el aliento mientras extendía los dedos de su mano sobre las arrugas que dejó su agarre. La cortina de la ventana bailaba en la brisa que acariciaba también sus cuerpos desnudos y todavía calientes. Después de unos minutos Bills se levantó acabando de rodillas ahí con toda la espalda de la mujer disponible para él.

Las mujeres comunes le eran algo demasiado frágil. Tenía que restringirse en demasiados aspectos. Desde evitar marcarle la piel con sus garras hasta no penetrarla demasiado fuerte. Demasiados cuidados que en más de un momento entorpecían su búsqueda de placer. Pero él no solo estaba buscando placer en ella.

Deslizó una de sus manos sobre el torso de la chica. Su piel estaba húmeda y fría. Se inclinó después para respirar por el declive que hacía su columna vertebral, subiendo hasta la nuca. Su aliento le hizo cosquillas a María que no pudo evitar reírse un poco. El dios le apartó el cabello de la mujer para descansar allí su rostro un momento antes de meter sus manos por debajo de ella y hacerla levantar para que terminara sentada sobre sus muslos. La humedad viscosa del entrepierna de ambos ocasiono un sonido semejante al de desprender un velcro. El despejado hombro de María quedó a pedir de boca para Bills que lo saboreo con lentitud y fuerza, como si hubiera querido arrancarle la piel.

Las manos de la muchacha se posaron sobre las de él que la apretaban con ansiedad. Despacio fue haciendo descender un grupo de esos dedos hasta su vulva para que iniciarán ese proceso de taladrado vehemente que antes le arrancó gemidos guardados en lo recóndito de su carne. Iniciaban de nuevo esa danza infernal que los hacía fundirse en el otro como una barra de mantequilla sobre el queso caliente.

El sofocante acelerar de sus respiraciones, los esporádicos gemidos y una que otra palabra soltada en medio de esa cadencia los llevó a confines que ambos reservaban muy bien y que muy pocos tuvieron o tendrían la posibilidad de ver. Fueron uno, pero podían volver a ser dos con una facilidad que muchos hubieran considerado insensibilidad. 

Las húmedas sábanas terminaron en el piso. Bills se quedó con la bata blanca que ella le dió después de que tomara una ducha y ella se puso un camisón de color azul que hacía contraste con su blanca piel. Él estaba tendido boca arriba, descansando su cabeza sobre uno de sus brazos. María estaba de costado de cara él viéndole con una paciencia casi infinita, aunque Bills sabia que en realidad ella estaba tan absorta en sus pensamientos como él.

Cada experiencia es única si realmente se entrega todo de sí a una persona dispuesta a corresponder del mismo modo. La de ellos los sacudió muy profundo, pero sin llegar a perturbarlos. Se conocían muy bien. No al otro. A ellos mismos.

Bills se giró a ella con una expresión sería, tranquila. La invitó a acercarse de un modo que no fueron necesarias las palabras. María se acomodo entre sus brazos y se dispuso a dormir. Él no tenía pensado irse y ella tampoco quería lo hiciera. Metiendo el rostro entre el cuello del dios y la almohada, María cerró los ojos sonriendo.

Los encuentros entre ellos se volvieron más frecuentes. El nivel de pasión también fue incrementándose. Los diálogos entre ambos casi desaparecieron. Cuando no estaban en la cama podían pasar horas en silencio el uno al lado del otro sin que nada más hiciera falta. Pronto se cumplió un año desde que Bills llegó a esa casa por primera vez y nada era igual. El temor en los ojos de María se hizo alegría, el recelo confianza, el deseo de que él partiera pronto se transforma en un fuerte anhelo de que permaneciera allí un poco más. Pero jamás se lo pedía y él nunca le decía que le gustaba estar allí. Prefería ir a esa casa que a cualquier fiesta de Bulma pese a los banquetes que esa mujer ofrecía. Prefería la compañía de María a la de cualquiera, pues en Corporación Cápsula siempre se esperaba algo de él. Y en casa, con su asistente a su lado, solía tener el molesto recordatorio de que tenía un labor que cumplir. 

Sin importar cuántas responsabilidad evadiera, Bills no podía huir de los deberes de un dios. Así fuera para pagar consecuencias la sombra de su puesto lo abrazaba a donde fuese. Pero no ahí. No con María. Allí no había demandas al dios sino a él, a Bills, y aunque siempre mantenía un profundo recelo a abrirse por completo, tenía que admitir María lo había visto hasta un nivel que casi le daba escalofríos. Todo lo bueno que podía tener lo derramó en esa mujer. A ratos en poderosa pasión y en otros instantes en absoluta calma.

Una tarde en que satisfecho reposaba en el sofá de la sala de María, ella cayó de los últimos peldaños de la escalera. Cometió el error de bajar con calcetines y se resbaló. Bills se sentó medio riendo y diciéndole lo boba que era, pero cuando notó que ella lloraba observó con más atención descubriendo tenía dos dedos doblados en una postura nada normal. Sin prisa fue hacia ella y le tomó la mano al hincarse a su lado.

-Cuidado...me duele- le dijo la chica.

-Todavía están pegados a tí. No es para tanto- le dijo Bills y ella lo miró frunciendo el ceño- No estés llorando ¿Te conté que hay una forma de reponer los huesos casi como magia?

-¿Eso se puede?

-Por supuesto que sí. Mira ahí tienes algo que nos puede ser útil para eso- le señaló Bills viendo hacia el patio y en cuanto María vio hacia allá, él le regreso los dedos a la normalidad de manera un tanto brusca.

El grito que dio la mujer fue sofocado por la mano de Bills que le cubrió la boca. La pobre mujer terminó pegada al pecho de Bills aguantandose las ganas de darle un buen golpe, aunque pronto descarto esa idea. El dios solo la había ayudado. Muy a su manera claro está. Su mano estaba compuesta otra vez y la descansó en el brazo de él que la sentó entre sus piernas.

-A ratos eres muy dulce- le dijo María. Él guardo silencio, luego se apartó de ella con cierta brusquedad- ¿Dije algo malo?

-Tengo pensando dormir unos años- le dijo el dios poniendo los brazos cruzados tras su cabeza mientras caminaba de vuelta al sofá.

-¿Unos años?- repitió María.

-Últimamente he dormido muy poco y me estoy sintiendo cansado- le dijo Bills.

-Entiendo- murmuró la muchacha poniéndose de pie con una expresión triste- Eres un gran tipo Bills- agregó de un modo que expreso mucho más que esas palabras.

-Yo soy un dios, María- le dijo él.

-Lo sé, pero no es al dios a quien yo quiero...- le confesó la mujer.

Él se quedó de espaldas un momento antes de irse volando por la ventana. Cuando flotó sobre la casa bajó la mirada un instante. No le sorprendió esa declaración, simplemente no quería oírla.

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