Ocho

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Whis se fue casi de inmediato, aunque antes de hacerlo dio una mirada de extrañeza al dios.

María se apartó de Bills y fue a buscar que ponerse sin ninguna pudor. Para ella fue como estar  frente a un doctor. Él era un dios. Su aspecto ni siquiera era humano. No tenía motivo para esconder o sentir vergüenza de su aspecto frente a Bills, que la miró en todo momento esperando su respuesta, pero ella se tomó todo el tiempo del mundo para ponerse esos pantalones y esa camiseta de manga corta con un símbolo medio borrado en la espalda.

-Yo no me escondo. A nadie le importa quien soy- contestó finalmente, poniéndose unas pinzas en el cabello para despejar su rostro- No sé como sea entre los dioses, pero entre los humanos las cosas suelen ser muy superficiales. Tanto que las personas como yo no tenemos ningún reconocimiento. Yo soy así: silenciosa, un poco tímida, sencilla y aburrida. No tengo ningún atractivo físico. Soy una de los miles de miles de don nadie de este planeta. Tal vez incluso un poco más insignificante.

-Si tanto te molesta todo eso ¿Por qué no cambias tu aspecto y en especial tu actitud?- le cuestinó Bills.

María se echo a reír.

-Como en las películas ¿no?- María se sentó en la cama para ponerse los zapatos- Esas donde la protagonista de aspecto sencillo, pero noble y lista sufre un evento traumático o especial que motiva un cambio en todo su ser y de pronto todo el mundo la reconoce y quieren ser sus amigos jajaja. Es la reina del baile, consigue novio y una beca en la universidad porque lo importante es quien eres por dentro y aceptarte a ti mismo. Todos esos conceptos motivacionales olvidan mencionarte que tu esfuerzo no siempre es recompensado y que el aspecto, el como los demás te ven más allá de como eres, es extremadamente importante.

-¿Ahora dirás qué estás conforme así como estás? Yo no te veo muy feliz.

-La felicidad no es estar riendo como idiota todo el día- le dijo María- Eso lo hace la gente que se ahoga de pena o es imbécil. La verdadera felicidad es paz, armonía y compañía. Y todo eso lo tengo tal y como soy, tal y como estoy. Claro que para un ser tan poderoso como usted, lo que poseo puede ser insignificante. Mientras que los demás humanos me ven como un bicho raro por vivir sola o creen que me aconteció algo muy malo que me atemoriza prefiriendo no sociabilizar.

María se puso de pie y volvió hacia el dios con un ánimo sereno. Él la espero exactamente donde había estado.

-¿Qué puedo hacer por usted en esta oportunidad señor Bills?- le preguntó con un tono humilde, algo cansino.

Bills separó sus brazos de su pecho y bajo las manos a sus caderas mientras veía a esa mujer ahí parada. No era atractiva, no tenía ni una cuota de elegancia, no tenía un ánimo agradable o jovial. Era gris como una piedra. Se sonrió oscuro, amenazante. Cuando levantó la mano, ella casi levantó los brazos para protegerse. Terminó haciéndolo cuando Bills creó una esfera de energía sobre su dedo. La muchacha se amparo el rostro del fuerte destello y los abrió cuando sintió la punta de la garra de Bills en su frente. No había más luz y él solo la empujó tirandola al suelo donde cayó sentada.

-¿Y cuál es la compañía que presumes?- le preguntó Bills hincandose frente a ella- Siempre que vengo a esta casa te encuentro sola.

-No lo estoy ahora- señaló María con un poco de disgusto.

El dedo índice de Bills fue a parar bajo la barbilla de la mujer.

-¿Tienes algún juego? Estoy aburrido- le dijo sonriendo ladino.

-Usted destruyo mi televisión y mi única consola ¿lo olvido?

-Ah si...- murmuró Bills viendo hacia el techo- ¿Y no has conseguido otros de esos?

-No voy a desperdiciar mi dinero en esas frivolidades- respondió María intentando apartar el dedo de Bills de su mentón, pero él acabo sujetando su barbilla con los dedos para obligarla a acercarse un poco a él.

-Eres medio respondona- le dijo y luego la soltó para ponerse de pie- ¿Qué no tienes otra cosa con que entrenerte?

-¿Sabe jugar cartas?- le preguntó María y él bajo su mirada a ella- Podemos apostar usando mini gelatinas.

La gelatina era un tipo de postre y fue suficiente para animar al dios a aprender el sencillo juego de cartas que ella le enseño. Sentados en la alfombra de la sala, al abrigo de luces luces de navidad colgadas en la pared, el dios y la mujer jugaban cartas. Cada uno tenía un montón de gelatinas a su costado y estaban muy concentrados en lo que hacían. Era importante saber cuando el otro había reunido dos pares y una escala para adelantarse a la jugada.

-¡Sospecho!- exclamó Bills después de observar con detenimiento el semblante de la mujer.

-Fraude- respondió María y le enseño sus cartas- Yo gano... Otra vez.

-¡Estás haciendo trampa, ya van tres veces seguidas!- la acuso el dios.

-No se queje y pagué.

De mala gana Bills acercó sus gelatinas a la muchacha.

-¡Pero no tomes las de mora que son mi favoritas!- le exigió y tomó los naipes para comenzar a barajar y repartir otra vez. Era bastante bueno haciendo eso.

Al principio María parecía tener la ventaja, pero una vez Bills se familiarizó con el sistema y sobretodo con las expresiones de la muchacha consiguió las suficientes victorias para quedar satisfecho. Verlo sostener las gelatinas, entre sus manos, era como mirar a un ludopata avaricioso haber obtenido el premio mayor en una máquina de monedas. Sonreía de forma abierta, enseñando su blanca y aguda dentadura.

-Son todas mías- decía y las puso entre sus piernas para comenzar a abrirlas.

Como un niño pequeño Bills comenzó a abrir las gelatinas y a vaciar el contenido directamente en su boca. María se quedó sentada frente a él viéndolo comer con cierta gracia. Ese dios era un tipo extraño. A veces infundia terror, a veces cierta ternura. Tal vez se debía al aspecto gatuno que tenía o su carácter caprichoso. Después de un rato la muchacha miró el reloj en la pared. Era tarde. Tenía sueño.

Bills la vio tenderse en el suelo, a descansar. La segunda vez que la miró María estaba profundamente dormida. Un hilo de saliva caía de su boca a la alfombra. Desde luego la falta de delicadeza y tino de la mujer lo ofendió un poco, pero no lo suficiente como para tomar una represalia. Hasta le hizo cierta gracia. Ella no le temía más. Eso era un hecho. Esa noche Bills se retiró dejando una pila de envases vacíos de mini gelatinas y un montón de naipes tirados en la alfombra, junto a la mujer que no se enteró de su ausencia hasta la mañana.

Bills fue por Whis que estaba en Corporación Cápsula. El ángel lo esperaba con bastante curiosidad, pero no consiguió sacarle información respecto a quien era esa mujer y mucho menos de porque fue a visitarla a su casa.

-Estoy un poco cansado- dijo al fin.

-¿No tiene hambre?- le cuestionó Whis con interés.

-No, solo quiero darme un baño y dormir unos días- contestó el dios poniendo su mano en el hombro del ángel mientras se escarvaba su oreja con su mano libre.

-Como usted desee señor Bills.

-Quiero que prepares las alarmas para que me despierten en una semana.

-¿Para dentro de una semana?- repitió el ángel antes de partir- ¿Tiene algún plan en mente?

-Ya vamos, Whis- le ordenó el dios y un tanto intrigado el ángel partió.  


Doméstico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora