Once

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Con el paso de los minutos la muchacha se fue relajando hasta que el temblor de su cuerpo desapareció. Pero cuando Bills le hizo una caricia en la espalda, María se estremeció otra vez. El dios se sonrió y comenzó a tararear una canción con una voz un tanto aterciopelada, melosa; ronroneante.

Por un momento, cuando cerró los ojos, María se olvidó de que esa criatura no era humana. Le parecía que solo estaba junto a un hombre y eso la puso un tanto inquieta por lo que abrió los ojos para deshacerse de esa idea. Hacia mucho tiempo que nadie la abrazaba porque no había encontrado alguien que quisiera lo hiciera. Bills no le despertaba esa anhelo, pero le resultó bastante agradable. Tanto que se quedó ahí hasta que notó el dios se había quedado dormido. Con cuidado escapó de sus brazos, tratando de evitar que Bills cayera bruscamente al suelo. El dios quedó sentado en una postura que no se veía cómoda, pero que parecía sostener con bastante facilidad. Por gentileza, María lo tendió en la alfombra poniéndole un cojín bajo la cabeza. Volvió un rato después con una manta de su cuarto para cubrirlo. Pensó que podía sentir frío.

-Buenas noches señor Bills- le dijo la chica antes de subir a su cuarto.

Una vez escuchó la puerta de aquella habitación cerrarse el dios abrió los ojos, se levantó y se fue. Nunca estuvo dormido, pero fingió estarlo en varias ocasiones en las semanas que vinieron.

María siempre se medio resistía a que él la tocará demasiado, pero paulatinamente comenzó a dejar de evadirlo permitiéndole que le hiciera una caricia de cumplido o como parte de algún juego. No era raro que se quedarán jugando un rato o haciendo nada. A veces Bills solo iba a tenderse a su cama o a su alfombra invitándola a quedarse a su lado por varias hojas. A ella no parecía molestarle o aburrirse ahí sentada. Parecía que de verdad disfrutaba de esos momentos de silencio y quietud. En una de esas oportunidades acabo dormida y cayendo sobre el abdomen de Bills que estaba acostado en el suelo detrás de ella. El dios abrió los ojos abruptamente con ese brusco  contacto. La miró un poco molesto, pero era inútil reclamarle. Ella estaba profundamente dormida.

Cuando María abrió los ojos lo hizo descubriendo estaba descansando sobre el dios por lo que se sentó rápidamente y se seco el hilo de saliva que le quedó en el mentón. Con preocupación miró a Bills, pero él estaba tan quieto que no parecía estar despierto. Era de noche, pero la ventana abierta permitía el paso de la luz libremente y María podía apreciarlo con nitidez. Así descubrió ensucio el abdomen del dios y temiendo él se enfadara por eso lo limpió usando la manga de su camiseta. Lo hizo despacio, para que no despertara.

Bills, que tenía los brazos doblados tras la cabeza, miró a la muchacha abriendo solo uno de sus ojos. Se medio sonrió al verla frotando su abdomen. Le hacia un poco de cosquillas también, pero no la interrumpió ni se quejó. Con los ojos entrecerrados la siguió vigilando hasta que ella se apartó un poco y lo miró al rostro.

María nunca había observado a Bills con demasiada atención. Así, con el rostro cubierto por las sombras de la habitación, el resto de su cuerpo, la hizo pensar que estaba solo ante un hombre. Un hombre delgado y de piel oscura que reposaba en su alfombra. Con curiosidad, pero sin dejar el cuidado que mantuvo hasta ese momento, llevó sus dedos hasta el borde de la caja torácica de Bills y siguió la ruta de sus costillas flotantes asta el esternón. Ella no sabía que él la estaba viendo sin perderse detalle de sus acciones un tanto atrevidas. María retrajo la mano despacio y bajo la mirada a través de las piernas de la deidad.

-Un hombre- murmuró y se quedó callada, junto a él, perdida en sus pensamientos- Que tontería- concluyó en la intimidad de su mente intentando levantarse para ir por una manta para cubrirlo.

La mano de Bills la tomó por el antebrazo súbitamente, devolviéndola a su postura. Ella lo miró sorprendida. Él se sentó con las piernas cruzadas como era su costumbre. Lo primero que paso por su cabeza fue que Bills estaba molesto, pero aunque tenía una mirada muy seria sus ojos no transmitían esa emoción. Antes de que María coordinará las ideas y pudiera articular unas palabras, él acercó la mano de la chica a su rostro. Los dedos de la muchacha estaban cerrados, por lo que Bills tuvo que hacer una leve presión sobre los nudillos para separarlos y descansar en esa palma abierta su mejilla.

María no tembló como aquella primera vez. En ocasiones él hacia cosas parecidas, sin embargo, en esa oportunidad experimento un ligero cosquilleo en su espalda. Cuando Bills cerró los ojos ese cosquilleo se convirtió en un escalofrío, pues comprendió algo que en realidad si pensó más de una vez, pero que se le hacia tonto.

-¿Tiene hambre?- le preguntó para escapar de esa situación.

Bills no contestó. Le apretó los dedos cuando los llevó al borde de su boca y luego deslizó por el dorso de la mano de la muchacha su lengua. Lo hizo hasta el borde del dedo índice. La cara de María cambio de color, pero al amparo de la noche el rubor de sus mejillas paso inadvertido para Bills. Aunque el temblor en su brazo lo hizo imaginar esa cuota de vergüenza en la mujer y lo disfruto.

-No pierda el tiempo conmigo- le dijo ella con cierta timidez- Todo lo que conseguirá será una experiencia aburrida.

-¿Sí?- exclamó Bills con incredulidad- No lo creo- agregó con una sonrisa pícara.

María echo la espalda hacia atrás ocasionando que su brazo quedará totalmente extendido entre los dos.

-¿Me a decir que me encuentra atractiva?- le preguntó logrando que Bills la soltará, pudiendo así apoyar su cuerpo en ambas manos a su espalda. Cuando él se reclino hacia delante, ella levantó las rodillas para mantener la distancia.

-¿Vas a cuestionar los criterios de un dios?- inquirio con un tono meloso mientras se medio hincaba para alcanzarla. Ella retrocedió.

-No cometería ese atrevimiento. Sin embargo, tengo que decir que no los entiendo- confesó la chica teniendo que estirar un poco las piernas para volver a impulsarse hacia atrás.

Aprovechando que María bajo las rodillas, Bills se hincó sobre las piernas de la chica descansando sus mano a los costados de ella. Su rostro terminó bastante cerca del de la mujer cuya respiración delataba su nerviosismo. El dios respiró sobre el rostro de María que cerró los ojos para eludir los del dios que parecían brillar en las sombras. La nariz de Bills estaba helado. La froto contra su mejilla con delicadeza, pero cuando bajo a ese punto entre su oreja y su cuello la hundió con fuerza en su piel. No dolió. Fue solo un pequeño empujón que la hizo poner una de sus manos en el hombro de Bills para apartarlo un poco, pero todo lo que consiguió fue perder el balance y acabar tendida debajo de él.

Bills no era un bruto. Sabía como tratar a una mujer. Amantes tuvo varias. Algunas de ocasión, otras con las que volvió más de una vez. Ciertamente muy pocas tuvieron alguna relevancia en su vida. No recordaba sus nombres. Si sus rostros, algunas palabras dichas con elocuencia o gracia, pero tampoco eran algo presente en su memoria. De su puesto y posición jamás se valió para forzar a ninguna. Sí para deslumbrar. Quizá en cierta forma si acabó valiéndose del temor que infundia. Daba igual. Siempre estaba la oportunidad de negarsele. María la tenía en ese momento. Todo lo que tenía que hacer era decir: no. Él se detendría. Sin embargo, su mano empezaba a separar los botones de aquella camiseta y ella no manifestaba ninguna negativa. 

Doméstico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora