Trece

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El carácter prepotente y enérgico de Bills se prolongó por días. Estaba rebosante de buen humor, pero una visita a la Tierra bastó para medio cambiar eso. Al llegar a Corporación Cápsula a lo que parecía una celebración, Bills mostró sus hábitos de antaño. Los que había estado sosteniendo esas últimas semanas, pero no causó el efecto que pensó. Bulma y compañía asumieron que solo estaba de mal humor y no lo tomaron demasiado en serio. Por supuesto todavía era capaz de infundir respeto y temor, pero solo en algunas circunstancias. Cuando esas personas sentían o más bien tenían la certeza de que él tenía buenos motivos para hacer gala de su papel de dios.

-Tal parece que a perdido su toque, señor Bills- le comentó Whiss en tono burlón al sentarse a su lado en aquella mesa bajo el sol.

El dios no respondió. No se enfado. Ni siquiera gruñó. Se quedó a disfrutar de la comida y la bebida, pero a penas tuvo la oportunidad se escabullo a la casa de María que no estaba lejos. Pero la mujer no estaba ahí. La casa estaba ordenada, limpia y totalmente vacía. Él entró colándose por la ventana del segundo piso, en el cuarto de la mujer. Se sentó en la cama un rato preguntándose donde estaría la muchacha y cuánto tardaría en regresar. Cerró los ojos y se concentró para ubicarla. No le fue demasiado difícil saber el lugar en que estaba María y decidió ir por ella. No era la primera vez que caminaba por las calles de esa ciudad donde no parecía llamar particularmente la atención.

Después de un rato y casi al anochecer encontró a María sentada en un parque bebiendo una bebida caliente con una pajita. La muchacha tenía puestas unas prendas no muy atractivas, pero el que estuviera meciendo los pies le daba un aspecto algo cándido. Estaba sola y no advirtió su presencia por lo que Bills pensó en hacerme una jugarreta. Llegar detrás de ella no fue difícil, mucho menos flotar sobre su cabeza para comenzar a tirarle del cabello o de la ropa hasta conseguir que se levantará un poco asustada y entonces levantarla por la cintura. Obviamente María se asunto al ser alzada, pero en cuanto escuchó la risa de Bills se calmó y miró atrás y arriba para encontrarse con un dios sonriente que la hizo sentar sobre su abdomen mientras se elevaba muy por encima de la ciudad.

-¿Qué hacías fuera de casa?- le preguntó el dios poniendo sus brazos cruzados tras su cabeza como si estuviera cómodamente tendido en una silla de playa.

-Necesitaba aire fresco- le contestó María meciendo los pies como si estuviera sentada en una banca cualquiera- A veces me aburro un poco y salgo de paseo con algún conocido.

Bills apartó una mano de su cabeza para escarbarse los dientes con una de sus garras.

-Un conocido... Y ¿Dónde está ese conocido?- le preguntó el dios con cierto interés.

-Volvio a casa, pero yo me quedé un poco más- contestó María viendo el cielo nocturno.

-¿Me extrañaste?- le preguntó Bills con un tono meloso.

-Hmmm creo que no- contestó María haciendo que el dios frunciera el ceño- Pero si me preguntaba si volvería. Pensé que no- confesó con un poco de timidez.

Bills estiró su mano hacia ella y le hizo una caricia con los dedos en la mejilla. Ella estaba un poco helada. María solo puso su cabello tras su oreja del lado del dios y se llevó la bebida a la boca. Bills se la arrebató de forma juguetona.

-Hey...- exclamó la muchacha intentando recuperarla, pero él ya había puesto la pajita en su boca.

Una vez vacío el vaso, Bills lo desintegró para sentarse en el aire y terminar con María sobre sus piernas. Ella se sujetó a él, pues tuvo temor de caer. Estaban muy alto.

-Es la primera vez que veo la ciudad de esta manera- le dijo María apretando aquella prenda faraónica, del dios, con su mano- Es un paisaje muy bonito.

Bills observó la mano de María sobre él. Hace unos meses esa mujer jamás se hubiera atrevido a tocarlo. Mucho menos hubiera descansado entre sus brazos como lo hacía en ese momento. Él no lo hubiera permitido. Sin embargo, tampoco se lo hubiera estado permitiendo en ese instante de no ser porque ella le agradaba. Súbitamente la tomó como si cargará a una princesa para lanzarla hacia arriba con una fuerza un tanto considerable. Aquello asustó a María, pero por lo repentino que fue. Bills la atrapó en su brazos otra vez y ella lo miró un tanto nerviosa.

-No gritaste. No sabía que eras tan valiente, María- le dijo el dios inclinado su cabeza hacia la de ella.

-Es que no creí que me dejara caer- le dijo ella.

-¿No? Oye que tú y yo hayamos...

-No es por eso- interrumpió María un poco avergonzada- Es que no creo tenga un motivo para dejarme caer.

No, no lo tenía. Que evidente era. Que obvia se hacían sus acciones cada vez que alguien llegaba lo suficientemente cerca y él permitió que muchos se aproximaran. Su constante presencia en la Tierra no solo le quitó autoridad, sino también esa celosa intención detrás de sus acciones o palabras. Tal vez era eso lo que realmente le molestaba. Tener tantos intrusos. Eso no era normal. Era algo totalmente nuevo, molesto e incómodo. Y entre más tiempo estuviera en contacto con esas personas más expuesta quedaría su intimidad. Todavía lo más importante estaba al resguardo de sus más sólidos muros, pero el que entrasen en sus patios...

-¿Señor Bills?- lo llamó María y él la miró con una expresión seria, un poco distante.

-¿Tienes algún platillo delicioso en casa?- le pregunto él, ella negó con la cabeza- Pues deberías siempre tener guardado algo especial para mí.

-Pero es que nunca sé cuándo vendrá y la comida se estropea pasado unos días- respondió la muchacha- Además...esto...

María no terminó la frase. Pese a eso Bills supo cuál era la pregunta que ella no se atrevió a formular. Con suavidad descendió al parque permitiéndole a la muchacha bajar de sus brazos. María lo observó un instante antes de preguntarle si quería acompañarla a comprar un bocadillo. Él se mostró bastante interesado y la siguió pese a que la naturalidad con la que ella le hablaba le provocaba un poco de disgusto. Bills le concedió el privilegio de pasar una noche con él y esperaba una reacción un poco más efusiva de parte de ella. Aunque la verdad le era un tanto improbable que ella reaccionara asi.

María lo llevo hasta una pequeña tienda en la esquina de un callejón. Allí vendían comida de aroma bastante suculento y el lugar estaba vacío. Tuvo que apartar unos rojos banderines para acercarse a la barra tras la cual había un señor robusto que les preguntó que querían. Fue María quien ordenó un plato que pronto estuvo sobre la barra y al cual Bills se asomó con cierto recelo. Se veía y olía muy bien, pero era algo nuevo.

-Le gustará- lo animó María regalandole una sonrisa.

Bills hundió la cuchara con desconfianza que se esfumó tras el primer bocado. Realmente aquella comida estaba muy buena. El sujeto tras la barra les ofreció un poco de licor diciendo que iba muy bien con ese platillo y Bills aceptó de muy buen humor. María también lo hizo y juntos acabaron con la pequeña botella para después retirarse con una galleta de la fortuna. Bills abrió la suya solo para quitar el papel y poder comérsela, pero cuando María le dijo que se trataba de una profecía se mostró muy interesado en saber que decía.

-Conoceras a alguien muy especial- leyó María en el vaticino de Bills- No se lo tome tan en serio. Suelen decir cosas así. Solo oiga lo que dice la mía: hoy tendrás una experiencia agradable. Son solo frases estándar.

-La tuya puede hacerse realidad- le dijo Bills con un tono travieso y tomándola de la mano de una forma un poco brusca.

La muchacha entendió y se sonrió un poco avergonzada.

-¿Puedo pedirle un favor?- le preguntó en voz baja- ¿Podríamos hacerlo en la cama está vez? En la alfombra es muy incómodo.

Bills la miró de una forma pícara y con un movimiento rápido la arrojo a los aires para atraparla en sus brazos e ir volando hasta la casa de María, quien por primera vez le pidió algo y él por  se lo concedió.

Doméstico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora