Nueve

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Las alarmas comenzaron a estallar según lo programado. Bills despertó sin demasiado resistencia pidiendo a su asistente que le preparará el baño para refrescarse. Después de comer partió con entusiasmo a la Tierra diciéndole a Whis que iría solo en esa oportunidad.

-Entiendo- exclamó el ángel para quien su señor había encontrado un no muy común pasatiempo- ¿Cómo se llama la muchacha?- preguntó con un propósito muy ajeno a conocer el nombre de la mujer.

-No lo sé- contestó Bills obteniendo una mirada aguda de su asistente- No le he preguntado- agregó antes de salir volando hacia la Tierra.

Eran cerca de las seis de la tarde. Bills había cálculo el tiempo para llegar allí cuando la mujer estuviera en la casa. Ella no era como Bulma que siempre estaba en su hogar. Descendió suavemente en el patio trasero recibiendo un papelero en la cabeza, arrojado desde la ventana del segundo piso. Después del papelero comenzó una lluvia de objetos que Bills tuvo que esquivar. Un tanto fastidiado y por un momento creyendo que esa era la bienvenida que le daba la muchacha, el dios subió hasta la ventana recibiendo una almohada en la cara. María se quedó congelada al ver allí al dios quien la miró nada feliz cuando se quitó aquel cojín del rostro. 

-Lo siento- se disculpó la chica y le dio la espalda para secar sus lágrimas.

Bills miró la habitación. Era un caos. Todo estaba tirado y sucio, pero lo más llamativo era ella. María sollozaba.

-Tienes una pataleta- murmuró el dios entrando suavemente en el cuarto y sentandose en el aire- ¿Qué te sucedió?

-Nada importante.

-¿Lanzas tus cosas por la ventana solo porque se te dio la gana? ¿Estás loca o qué?- le pregunto sin delicadeza, pero no con ánimo agresivo.

María lo miró por encima de su hombro mientras terminaba de secar sus lágrimas.

-Usted no lo entendería- dijo en voz baja.

-¿Estás cuestionando mi forma de ver las cosas?- inquirió Bills poniendo los pies en el piso.

-No, pero no creo que para usted sea algo importante- le contestó María y se medio giro a él que dio unos pasos hacia ella.

-Cuentame- le pidió con cierta curiosidad.

María dudo un momento. Después, con cierta timidez, le hablo de que había un chico que le gustaba mucho y al que decidió hablarle al respecto, pero él la rechazo de forma muy cruel.

-¿Y eso qué?- le cuestionó Bills inclinandose un poco hacia ella.

-Pues que me dolió- exclamó María.

-No veo porque. Dijiste que te gustaba estar sola- le señaló Bills.

-Sí. Eso es cierto- afirmó la muchacha con un tono triste- Pero eso no significa que no sea capaz de sentir cariño u amor por los demás. Hay gente que me simpatiza y aunque sea por poco tiempo realmente me gusta tener su compañía.

Bills guardo silencio. María volvió a llorar callada, pero seco sus lágrimas para preguntarle si tenía hambre. El ánimo de la mujer sufrió un cambio con su presencia y Bills no estuvo seguro de a qué se debió. Pudo ser porque no quería verse patética delante de él o bien María solo quería decirle a alguien como se sentía y, su persona, de casualidad le dio esa oportunidad. Tampoco era importante. Ella le ofreció un postre y él aceptó siguiéndola a la cocina. El resto de la casa estaba en orden, pero bastante oscura. Habían varias plantas en la sala que antes no estaban ahí, pero Bills no les dio ninguna importancia.

El postre era una especie de pastel con muchas frutas en almíbar y crema. María le puso una taza con té sin azúcar junto a la comida y se apartó como solía hacerlo. El dios la miró de reojo. Ella solía evitar el contacto con él.

Doméstico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora