Tres

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María se quedó dormida en el sillón. Casi cae de el cuando Bills la llamó. Pensó que había sido un sueño hasta que volvió a escuchar:

-¡Oye, mujer! ¡Ven aquí!

Con prisa subió la escalera y llegó a su habitación donde aquel dios estaba descansando.

-Estoy aburrido- le dijo al verla llegar.

La muchacha se medio encogió de hombros al oír eso. Obviamente entendió lo que él quería, pero no tenía idea de como entretenerlo.

-¿No oíste? Dije que estoy aburrido.

-¿Y qué quiere que yo haga?-le preguntó Maria con timidez.

Bills la miró un instante, después se sentó en la cama sin quitarle los ojos de encima a esa mujer, que si bien estaba asustada tenía algo diferente a la primera vez que la vio. Se puso de pie poniendo sus manos tras su espalda y con un paso solemne fue hacia ella, que retrocedió hasta pegar su espalda en la pared tras de si. Era como mirar un conejo acorralado. María temblaba y respiraba pesadamente, mientras a él se le dibujaba una ladina sonrisa. Cuando estuvo a unos pasos de la mujer, levantó el brazo como si fuera a golpearla haciendo que ella cerrará los ojos y se protegiera la cabeza con los brazos. Para cuando los apartó, Bills no estaba. Aquello si que la alivió, pero se abrazó así misma al imaginar que él regresaría otro día. Para suerte de María, aquello tardó en suceder.

Bills durmió un par de semanas. Cuando despertó lo hizo con buen ánimo. La primera noticia que recibió de su asistente fue que Bulma lo invitaba a una fiesta. Eso era agradable, pero en esa oportunidad no consiguió entusiasmarse con la idea. Por el contrario, sufrió una desazón.

-No quiero ir- manifestó el dios poniendo sus manos tras la cabeza y estirando las piernas en aquella silla, a la sombra de los árboles del jardín.

-¿No irá?- le cuestinó Whiss un tanto sorprendido.

-No- reafirmó Bills con una actitud relajada- Todavía tenemos mucha comida de la Tierra ¿o es que anduviste de goloso?

Whiss respingo la nariz y se limitó a decir había bastante comida en la despensa.

-Entonces no tenemos para que ir hasta allá- exclamó Bills y ahí se quedó disfrutando del agradable clima.

El ángel lo miró con cierta curiosidad, pero no hizo preguntas o comentarios. Con un poco de decepción se comunicó con Bulma para disculparse por no asistir al evento. La mujer no se lo tomó a mal. No insistió tampoco en contar su presencia. Bills miró al cetro de Whiss con cierto desdén. Bien sabía él que si esa mujer lo llamaba para que disfrutara de un banquete o cuando la visitaba se esmeraba en complacerlo era por conveniencia. Esa era la relación que Bills, como dios, sostenía con prácticamente cualquier mortal sin importar que estos fueran reyes, emperadores o acaudalados señores. Todos tenían que rendirle pleitesía, complacerlo para evitar que él devastara sus mundos. No le molestaba. Los mortales solo pueden aspirar satisfacer a seres en su posición. A Bills aquello le causaba un gusto un tanto oscuro. Realmente le provocaba placer amedrentar y ver el respeto surgido del temor en quienes lo mirasen, pero... eso había dejado de suceder. Había cambiado. No quería admitirse tal cosa, pero así era. Con disgusto chasqueo la lengua, retrajo el labio superior y cerró los ojos para dormitar un rato.

Unos días después, mientras almorzaba, Bills vio a su ángel recibir una llamada. Al parecer debía salir a atender un asunto encargado por el Gran Sacerdote. Sería cosa de un día o menos, pero siempre era una molestia tener que quedarse solo y no tener a alguien que lo atendiera. No es que Bills fuera un inútil, solo consideraba que no tenía porque hacerse cargo de ciertas cosas. Pero como se trataba de una petición de Daishinkan no podía protestar. Un rato después de que Whiss partió, Bills resolvió ir a la Tierra para conseguir un poco de atención. Con una sonrisa avisada salió volando hacia a aquel pequeño planeta. Su destino era la casa de María.

Al llegar entró por la ventana de la habitación de la mujer, pues estaba abierta. La muchacha estaba ahí, tendida en su cama. Tenía puesto un camisón corto de color caramelo y abrazaba su almohada. Su respiración delataba lo profundamente dormida que estaba. Bills la observó con atención y un poco de fastidio. Puso las manos en sus caderas y se reclinó sobre la cama solo para mirarla más de cerca. Que le provocó exactamente ver a esa mujer dormir así fue algo que ni siquiera se detuvo a examinar. Al ver un vaso con agua en la mesa de noche se lo ocurrió una idea bastante desagradable para despertarla. María sintió como si la hubieran arrojado a una cascada. Medio ahogada se sentó en la cama, intentando respirar con normalidad. Tardo varios segundos en notar la presencia de Bills que estaba parado a un costado, jugando con el vaso de cristal. Lo lanzaba al aire para luego atraparlo en un movimiento constante, un poco hipnótico.

-Tengo hambre- le dijo con una voz ronca, seca y una mirada penetrante- ¿Qué esperás? Prepara algo de comer.

María se le quedó viendo estupefacta. Se pasó una mano por el rostro, como para secarlo un poco y luego solo se quedó ahí. Bills, con impaciencia, clavo en ella su mirada acabando por abarcarla con sus pupilas como si estuviera haciendo un reconocimiento. Las piernas desnudas de la chica se veían suaves al tacto, el cabello mojado, la candida expresión de temor y la humedad de su camisón que le permitió apreciar su pecho le despertaron más de una atrevida idea. La mujer cruzo su brazo izquierdo sobre su busto, para buscar su bata con la mano libre y cubrirse con ella antes de bajar de la cama para ir a la cocina. Bills la vio pasar junto a él satisfecho con conseguir ese resultado, sin embargo, notó un cambio en la reacción de la muchacha a la que siguió sin prisa.

María se había metido en el baño para cambiar su atuendo. Acabó con un pantalón corto y una camiseta de manga corta con manchas de color azul que parecía pintura. Descalza se metió en la cocina y empezó a preparar una comida para su prepotente invitado, que se sentó en la solitaria silla que había en la pequeña mesa del lugar. Desde allí observó a la muchacha. Terminó por aburrirse en cosas de minutos por lo que empezó a lanzarle las semillas de la uva que había empezado a comer, sin permiso, del frutero delante de él.

María recibía los proyectiles, pero no les daba ninguna importancia o eso le pareció a Bills hasta que ella le dijo:

-Si sigue haciendo eso puede que algunas semillas acaben en su comida.

Bills bajo la mano a la mesa un tanto molesto por el dócil, pero muy acertado reclamo. Comenzó, entonces, a golpear su garra contra la madera mientras la miraba cortar verduras, poner arroz en una olla, deshuesar la carne y todas esas cosas.

-¿Cuánto te vas a tardar?- le preguntó el dios.

-En cuarenta minutos estará listo - le contestó la muchacha.

-¿Cuarenta minutos? Eso es demasiado tiempo- se quejó con un ánimo juguetón- Estoy aburrido ¿Qué se supone que voy a hacer todo ese tiempo?

-Yo no...

-Divierteme- le imperó con cierto tono travieso.

María lo volteo a ver con una expresión un tanto ingenua. Lo miró con un poco de timidez y nerviosismo. Casi se quemó la mano al poner la carne en el horno.

-Me temo que no sé como podría hacer eso- le confesó hundiendo un poco la cabeza entre los hombros- Puede ver la televisión. La última vez lo hizo y pareció que gus...

-No hay nada bueno en esa cosa- exclamó Bills y moviendo el dedo índice le señaló acercarse.

Con un poco de temor, María se aproximó hasta quedar a un metro de él. Su cuerpo temblaba ligeramente y eso le causó un poco de malestar. Como ella no parecía querer dar un paso más, él estiró el brazo para tomarla por la ropa y empujarla hacia él. María por poco perdió el balance y le cae encima. La mano de Bills se cerró sobre el rostro de la chica, cuyo temor se hizo más evidente. Pronto empezaría a suplicar, pensó el dios. Los ojos de María se poblaron de lágrimas que se deslizaron por la mano del dios que sintió aquello como algo verdaderamente fastidioso, sin embargo, ella no parecía querer pedirle que la soltara o no le hiciera daño.

Gracias a la incomoda postura en que él la sostenía, María terminó por poner una rodilla en el suelo, mientras sujetaba el brazo de Bills con las dos manos.

-Eres patética- le dijo el dios viendo su reflejo en aquellos húmedos ojos. Había visto esa expresión tantas veces, pero no era lo mismo. Había dejado de ser lo mismo hacia buen tiempo.

Después de un rato, sin violencia, la soltó. 

Doméstico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora