Diez

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Bills volvió a esa casa de manera bastante regular. Las semanas se fueron volviendo meses y María se fue mostrando menos reservada con él, pese a que nunca evaporó la distancia entre los dos. No era extraño que a veces le hablara de su trabajo. De como cultivar plantas en diferentes ambientes. Bills le decía que en su mundo había un jardín enorme que siempre tenía flores y el aire olía a ellas todo el tiempo. Conversaban de muchas cosas. De las más mundanas a las más divinas. Con el paso del tiempo, María se le fue haciendo más divertida a Bills quien se hizo menos hostil para ella.

A diferencia de su relación con los Saiyajin y sus familias, Bills era más conciente de como todo iba cambiando con María. Él nunca fue un tipo sociable, pero contrario a lo que la mayoría pensaba de él no era un ser asocial. Se lo pasaba bastante bien en el ambiente adecuado y de su gusto, aun si había mucha gente o ruido. No le molestaba hablar con todo tipo de personas siendo capaz de mezclarse entre ellas sin demasiado reparos. Tampoco era un tipo amargado. Bills sabia muy bien disfrutar de las cosas que brindan placer y felicidad. Sucedía que simplemente no necesitaba compañía para lo que el resto de personas sí. Igual que María que tampoco era una chica tan seria o reservada. Con él se fue mostrando muy abierta y siempre dispuesta a jugar un poco a lo que fuera, sin embargo, prefería estar sola.

Las personas con esa predisposición a la soledad se le hacen cerradas al resto de la gente. Su actitud es anomala y genera cierta desconfianza. Se les empieza a ver con recelo por ser individuos misteriosos al no compartir sus pensamientos con los demás y poco a poco se comienza a desatar algo semejante al rechazo. Mas en el fondo no son diferentes al resto del mundo. Tienen penas, alegrías, sueños y todo lo demás. No son no mejores ni peores que otros individuos. María tenía sus pro y contra, sin embargo, a Bills le fue generando un agrado genuino por lo que le permitía cosas por la que a otros hubiera borrado en un instante. Pero ella no había bajado la misma cantidad de muros que él. María lo mantenía a una distancia que Bills estaba deseando romper hacia tiempo.

Cada vez que el dios intentaba tocarla, así fuera por solo para quitarle una pelusa de la ropa ella se apartaba. Si se acercaba demasiado rehuía de él y a ratos a Bills, que no gozaba de una paciencia muy amplia, esa actitud de ella lo fastidiaba tal y como sucedió esa noche en que trato de tomar un mechón de su cabello, mientras estaban sentados en la alfombra viendo una serie de anime.

-¿Por qué siempre hace eso?- le preguntó María tomando su pelo para acomodarlo del otro lado de su cuello.

-¿Hacer qué?- le cuestinó Bills, pero de tal manera que pareció le había dado un golpe.

-Le he dicho que no me gusta que me toquen- le respondió María con un poco de timidez.

Bills, que descansaba su rostro en su mano, tomó un puñado de palomitas y se las metió en la boca de forma un tanto brusca.

-Sí no dejas que los demás te toquen tú tampoco tocaras a nadie- le dijo el dios viendo al frente, a la pantalla.

-Tampoco es como que nadie, nadie me toque- hablo María en voz baja- Tuve un novio. Y cuando él me abrazaba...se sentía bien.

Bills la miró de reojo y volvió a meter palomitas en su boca del mismo modo que antes.

-¿Los dioses tienen pareja?- le preguntó María por simple curiosidad.

-No- contestó él y volvió a verla- Algunos tienen concubinas, incluso un harén para divertirse, pero como que eso es muy problemático ¿Por qué lo preguntas?

-Pensé que podían sentirse un poco solos. Después de todo alguna vez fueron mortales- dijo María con un aire candido que tenía a veces- No digo que busquen amor, solo compañía para...

-Los dioses de la destrucción no somos un montón de sentimentales llorones. Si alguna vez buscamos la compañía de una mujer es solo para divertirnos un poco- exclamó Bills de forma fría y petulante- Ser un dios implica dejar atrás muchas cosas mundanas que...

-Pero todavía buscan ese tipo de placeres- lo interrumpió María- Algo impropio de un ser divino. Los dioses no pueden entregarse a los vicios del hombre, pero usted...

Fue el crujido de las palomitas en el puño apretado de Bills lo que callo a la chica.

-Lo siento- murmuró con esa odioso actitud de cachorro regañado que a Bills tanto le disgustaba.

El dios la contempló un buen rato, después y con una actitud muy relajada le preguntó si ella creía que él iba ahí para divertirse con ella. Una sonrisa ladina se le quedó en los labios mientras que María buscó un poco de distancia.

-Sí creo que viene aquí porque estaba aburrido- le dijo la muchacha- Pero no creo que busque conmigo ese tipo de pasatiempos...Usted es un dios. Seguramente prefería otro tipo de compañía para esas actividades.

Ciertamente Bills tuvo todo tipo de compañeras. Muchas de ellas eran mujeres con estatus, pero nunca desprecio a una campesina o una mucama de algún palacio que lo alojó. Tampoco buscaba ese tipo de compañía con demasiada frecuencia. Si la oportunidad se le presentaba y estaba de humor para eso lo hacía sin reparos. Tampoco salía a buscar tales situaciones. Sabía disfrutarlas, pero no dependía de ellas ni eran en su vida una necesidad. Jamás lo fueron. Muchas cosas modifico el ser un dios en su persona, pero también muchas prevalecieron intactas. Su forma de ser, por ejemplo, cambio bastante poco en el tiempo.

-Además conmigo sería un desperdicio de su tiempo- comentó María metiendo su mano en el enorme tarro de palomitas entre ella y el dios.

-¿A qué te refieres?

-A que soy muy mala en la cama- contestó María con una sinceridad casi inocente.

El impacto en Bills fue tal, que quedó mudo y quieto como una estatua. María no era tan tímida como algunas de sus actitudes podían sugerir. Con respeto a lo que pensaba y a ella misma era muy abierta, pero Bills nunca esperó una confesión como esa. Tras un momento para asimilar la declaración, el dios no pudo evitar soltar unas carcajadas.

-Con razón no tienes novio- dijo con un tono de burla bastante pesado y sin dejar de reír.

-Solo estoy diciendo la verdad- señaló la muchacha un tanto avergonzada de que él se riera de ella.

Por fastidio María iba a echarse un puñado de palomitas a la boca, pero al tratar de tomar algunas, Bills movió el recipiente con la cola para poder quitar esa barrera entre los dos. María terminó con la nariz casi pegada a la de él. Intentó apartarse. Bills la detuvo tomándola por el codo del brazo izquierdo. No era un agarre violento como lo fueron los de los primeros días. Ese fue hecho con cuidado, aun así María buscó distancia.

-No huyas- le exigió Bills con un rostro serio, pero tranquilo.

María no tiro de su brazo, pero se hincó para intentar levantarse. Sus ojos se fijaron en los de él de quién en verdad, María no temía ideas lascivias hacia ella, por más de un buen motivo. El que él le rodeará la cintura para llevarla hacia su cuerpo si la puso nerviosa, pero porque como muchas veces dijo no le gustaba ser tocada. No en exceso. La mano derecha de Bills paso de su cintura a detrás de su cabeza y la que del codo a su espalda, para llevarla hacia su pecho. María terminó sentada entre las piernas del dios y con el costado del rostro pegado a esa prenda a franjas que tenía sobre sus hombros.

-¿No es tan desagradable o si?- le preguntó Bills cuando ella se terminó de acomodar junto a él.

María no respondió. Temblaba sutilmente e intentaba respirar con normalidad porque no lo quería ofender con sus nervios, mas cuando los dedos de Bills se hundieron en su cabello el escalofrío que se deslizó por su espina, casi la paralizó. El dios disfrutaba de esas reacciones de la mujer, pero la sonrisita pícara acabó por desaparecer de su boca y cerrando los ojos se quedó ahí, con ella entre sus brazos, un buen rato.

Doméstico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora