Siete

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Un mes después Bills volvió a la Tierra. A Corporación Cápsula. Su única motivación era comer algo bueno, pero su anfitriona estaba ocupada y los envío a un restaurante. A veces hacia eso. Ni al dios ni a su asistente le disgustaba. Mientras probaran nuevos platillos mostraban muy buena disposición. Aquel lugar era bastante agradable. Tenían una mesa privada en una terraza que daba un hermoso jardín con un invernadero de muros transparentes. El menú era de mar y tierra. Muy amplio y sabroso. Por largos minutos la comida se robó toda la atención de Bills, hasta que al final del jardín vio aparecer a una mujer que reconoció rápidamente aunque lucía un poco diferente.

María entró por la puerta de atrás, siendo recibida por una empleada del lugar que le señaló el invernadero. La muchacha no advertío la presencia del dios en aquel lugar, pero él fijo sus ojos en ella de inmediato. La mujer iba vestida casi como un muchacho y cargaba una especie de maleta que parecía costarle trabajo sostenerse entre sus manos.

-¿Algo interesante al final del jardín, señor Bills?- le preguntó el ángel con un tono algo mordaz.

Bills gruñó y mordió un trozo de carne para no tener que contestar. Casi una hora después, María salía de aquel lugar. Al hacerlo de frente a la terraza vio al dios sentado en la mesa. La maleta cayó de sus manos y olvidándose de ella entro otra vez en el invernadero para ocultarse detrás de unas matas de tomates, esperando no haber sido vista por él. Lo último que quería en la vida era tener que lidiar con ese sujeto otra vez. Las últimas semanas se lo había pasado de maravilla suponiendo que ese dios no volvería por su casa. Se tomó un momento para calmarse y se movió a un costado para salir por la puerta de atrás. Por sus cosas volvería después, mas cuando se dio la vuelta dio un agudo grito al encontrarse de frente con el dios.

-Hola- le dijo Bills levantando su mano derecha, mientras le sonreía de la forma más simpática posible- Se te cayó esto- le dijo levantando la maleta de la mujer a la altura de su cintura.

-Si- murmuró María un poco nerviosa- Gracias por recogerla- agregó estirando las manos para recibirla.

-Oye y... ¿Qué estas haciendo aquí?- le pregunto Bills escarbandose la oreja con el dedo meñique.

-Trabajando- respondió María escogiendo un poco los hombros.

-¿Trabajando?- le cuestionó Bills cruzando los brazos e inclinandose un poco hacia ella.

-Hay restaurante que cultivan sus propias especias y yo soy quien mantiene los invernaderos donde lo hacen. Diseño estos espacios, construyó el sistema de ragado; todo lo que hace falta para mantener estos lugares- le explicó con un poco de vergüenza mientras él la veía con detenimiento.

-Era de esperarse que tuvieras un trabajo como este- comentó Bills acariciando su barbilla.

María bajo la mirada. Supuso que para ese dios su ocupación no tenía ningún valor.

-A mí me gusta lo que hago- dijo en voz baja- Cultivar plantas es algo muy bonito y satisfactorio. Cuando planto una semilla en una maceta y semanas después aparece un pequeño brote...me causa una gran alegría.

Bills se levantó cuan alto era y observó a su alrededor. En ese lugar había toda clase de especias, pero también algunas hortalizas. Todo se veía muy fresco y saludable.

-Debes tener mucha paciencia- comentó el dios con cierto desinterés, pero viéndola a los ojos.

-Me tengo que ir- le dijo María.

Bills pareció ignorarla. Luego con una taimada sonrisa le preguntó:

-¿Tienes hambre?

No se atrevió a negarse. Acabó sentada en aquella mesa en compañía del dios y ese otro extraña sujeto que parecía querer comérsela con la mirada.

Doméstico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora