XVII. Madre...

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En la mañana Victor despertó con un fuerte dolor de cabeza. Al abrir los ojos se dio cuenta, de que estaba acostado en el piso al lado de la cama de su madre. Se levantó sin entender que había pasado y miró a su alrededor. Sofía todavía dormía profundamente mientras que los primeros rayos de luz entraban por la ventana. Ahí en la ventana también se encontraba Mayo con una pequeña sonrisa. 

El ojiverde notó el cansancio en sus ojos y se acercó a el. -No dormiste bien, Mayo?- El pelinegro lo miró algo sorprendido. Pues no lo había escuchado acercarse. -El piso no es muy cómodo, que digamos.- Contestó con una sonrisa. -Aunque a ti no pareció que te molestara demasiado.- Victor desvió la mirada algo avergonzado, mirado por la ventana. Nuevamente un silencio llenó la habitación. No era un silencio raro. Los dos amigos se sentían bien así. No sentían la necesidad de hablar el uno con el otro. 

O eso era el caso hasta que dos palabras interrumpieron el silencio. -Quiero abrazarte.- Era Victor quien había dicho eso. Pero envés de avergonzarse de lo dicho, solo continuó mirando el paisaje. Tampoco Mayo mostró la reacción habitual de las personas. No se puso nervioso o se sonrojó, como lo haría la mayoría de la gente. Solo volteó a ver al ojiverde. -Porque?- Esa fue su única pregunta. 

Mayo no entendía porque alguien quisiera acercarse tanto a él. No estaba acostumbrado a recibir afecto por alguien que no era su padre. Toda su existencia la había pasado como personaje de fondo en las aventuras de los demás dioses. Le parecía algo inexplicable, que alguien como Victor, con todo la isla a sus pies, quería estar con él y abrazarlo. Tenía tantas personas a su alrededor, pero prefería estar con él. 

-No lo se...- La respuesta del ojiverde no ayudó mucho. Era una persona muy sincera, pero eso no significaba, que se le entendía mejor. Victor decía lo que pensaba, sin importar si sabía porque decía eso. Pero Mayo por su parte siempre intentaba buscar un sentido en lo que dijo su amigo. Unas veces le costaba entenderlo, pero en otras ocaciones entendía al instante. Así también era en ese momento. 

El único problema era, que no podían. El contacto le haría daño a Mayo y eso es algo que Victor evitaba a toda costa. Así los dos continuaron mirando el amanecer por un tiempo. Pero en algún momento Victor solo se alejó. Mayo no sabía porque, así que no le daba gran importancia. Después de todo, el ojiverde podía hacer lo que le apetezca. Solo continuó mirando el paisaje asta que sintió algo en su espalda. 

Era una tela que Victor había colocado sobre él con cuidado. Tapaba su espalda y sus hombros como una capa blanca, pero eso no era el sentido de la tela. Después de que él pelinegro la acomodara un poco, fue sorprendido por un fuerte abrazo. Era la solución que Victor había encontrado para poder sentir a su amigo. La tela fina evitaba el contacto directo de sus cuerpos, pero igual sentían a su contrario a travez de ella. 

Victor terminó de envolver a Mayo, así que solo su cabeza quedaba libre. El pelinegro aun podía moverse y asta caminar, pero no sintió la necesidad de hacerlo. Los dos simplemente se sentaron en el piso, apoyándose en la pared. El ojiverde con un movimiento colocó a su amigo en su regazo, haciendo que apoyara su cabeza en su pecho. Así Mayo no tenía que volver a sentarse en el piso. Empezó a acariciar su cabello mientras le sonreía. 

El pelinegro no sabía cómo sentirse. Los brazos que lo rodeaban eran fuertes y le daba la sensación, de que quien lo estaba abrazando, era un gigante cariñoso. Se sentía protegido de esa manera y por alguna razón quería quedarse así por el resto de la eternidad. Simplemente cerró los ojos y se apoyó en el ojiverde, quedando dormido casi de inmediato, sin importar que aún estaban en el piso.

Victor no sabía cómo reaccionar ante eso. Tenía un ser fragil y delicado en sus brazos y que ademas confiaba ciegamente en él. El príncipe estaba acostumbrado a que lo critiquen e intenten cambiarlo de alguna forma o otra. No a que alguien viniera y simplemente lo quería así como era. La forma en la que actuaba Mayo lo recordaba a los animales que su abuelo una vez había tenido. Animales que le regalaron de Africa y que solo hacían lo que les da la gana. 

Espada y arcilla [Mayictor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora