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El rocío de la mañana cubría todo Karmaland con suavidad, mientras un ser celestial con forma de ser humano yacía en un pequeño nido improvisado

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El rocío de la mañana cubría todo Karmaland con suavidad, mientras un ser celestial con forma de ser humano yacía en un pequeño nido improvisado.

Aunque comenzó a removerse incómodo en ese dulce lecho, le hacía falta su fuente de calor humana, de grandes pectorales y brillantes ojos violetas.

Por lo cual se removía incómodo entre sueños en blanco, olfateaba las prendas del alfa de cabello ébano buscando la calidez que solo él sabía brindar. Por su inquietud terminó despertando en poco tiempo, sintiendo sentimental y físicamente la ausencia del alfa.

Frotó sus ojos con suavidad y cuidado, se fué sentando cuidadosamente en la orilla de la cama, hasta quedarse quieto mirando inmersamente las puertas de la habitación, esperando algo, o mejor dicho, alguien.

"Hombre, Luzu, que bueno que despiertas" Un joven de cabellos ébano entró por la puerta, lo que más destacaba era la ausencia de ropaje en la parte superior de su cuerpo, además de la bandeja con alimentos en sus manos.

"Vegetta.." Sonaba aturdido además de tener aún una suave mueca de sueño "Ven a dormir..." Se volvió a acurrucar con la gracia de un gato adormilado.

"Venga Luzu, si quieres desayunamos y seguimos descansando" Dejó la bandeja junto al pequeño ángel felino.

"¿Lo prometes?" Miro de medio lado al mayor, en un gesto de desconfianza y sueño.

"Lo prometo, ahora comamos" Se acercó al Omega para frotar su mejilla con este, el más bajo ronroneo en respuesta mientras se incorporaba lentamente.

El desayuno fue pacífico, comieron en la cama acurrucados en un silencio ameno.

Cuando ambos terminaron de consumir sus alimentos, el alfa se llevó la bandeja a la cocina del hogar, mientras el Omega se dedicaba a acomodar el nido.

Los jóvenes en poco tiempo se acurrucaron, los pectorales del moreno entraban en contacto directo con el pecho castaño, abrazados en el nido del cálido hogar, el ser celestial rozó la coronilla de su cabeza con el mentón del mayor.

El alfa, en modo de respuesta, comenzó a frotar su rostro con la coronilla del mayor, al igual que paseo su lengua en las mejillas del castaño, provocando ronroneos en el felino.

Sus piernas estaban entrelazadas, al igual que sus brazos, las suaves caricias se esparcían en los cuerpos de ambos, como suaves besos dejados por un ángel, el mayor; encantado por el dulce y exquisito aroma a felicidad pura, como si una nube hubiese sido bajada del paraíso.

Mientras el felino; ronroneaba de la pura felicidad de estar en los brazos del mayor, el aroma a roble lo hipnotizaba y encantaba en demasía, haciéndolo olvidar cualquier malestar de su pobre alma, aún sin la lujuria estar presente en ningún corazón.

En poco tiempo, ambos se habían convertido en la ambrosía del otro.

En poco tiempo, ambos se habían convertido en la ambrosía del otro

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