El pueblo habrá de responder a nuestras exigencias. Toda mujer, niña o anciana habrá de estar bajo custodia de su hombre, haciéndolas el cabello suelto, la rebeldía o los ropajes impúdicos, sospechosa de brujería, y habrán entonces de postrarse ante la ira de los dioses. Los hombres de fe encargados de cada poblado tendrán la potestad de guiar a nuestro pueblo por el sendero correcto. Poblato imperiose mandatto. Que el fuego sea la liberación, y que quienes de oscuras magias se valgan para sus propios designios caigan antes la voluntad de los dioses.Edicto de sancta justicia
***
El reverendo susurró la palabra "bruja", alzó la mano señalándola, y justo cuando fue a gritar a viva voz, alguien agarró de la cintura a la acusada.
—Cariño —dijo una voz gruesa junto a ella—. ¿Dónde te habías metido? Has estado a punto de avergonzarme delante de toda esta gente. —Samantha, con la sorpresa tintando su rostro, miró a quien la agarraba y pudo ver a aquel hombretón de hacía unos segundos—. Vamos a casa, te enseñaré lo que son buenos modales. —El hombre miró a los guardias—. Lamento la falta de respeto que ha mostrado mi esposa ante vuestro buen hacer, señores míos. Me encargaré de que esto no vuelva a pasar.
El carapicada, a quien le tembló de nuevo el labio bajo la atenta mirada de los presentes, se acercó un tanto más, entornando los ojos. Midió a quienes tenía en frente y su voz surgió de su vibrante labio con melodía a desconfianza.
—No me sonáis en absoluto, señor. Ni vos, ni su mujer.
—Y no es de extrañar, ¿capitán? —El soldado irguió la espalda con orgullo y asintió al acierto del hombretón—. Vinimos hace poco desde el sur, pues sabemos que la verdadera fe se asienta en estas tierras. Y si queremos estar a salvo de esas malditas brujas y su magia negra, no conocemos mejor lugar que este.
El capitán se apartó un tanto, miró al reverendo allí subido y le ordenó que siguiera a lo suyo con un ademán de su mano. El pesado sermón del eclesiástico retomó poco a poco su ritmo a pesar de que quien lo soltaba no perdía de vista a la mujer encapuchada.
—Gracias, capitán —dijo el hombretón, arrastrando a la mujer del brazo.
—Quiero verle el rostro.
Ambos se detuvieron. El hombretón cerró sus ojos azules como el mar y suspiró largamente. El capitán, a su espalda, volvió a repetir la orden.
—He dicho —le tembló el labio— que quiero ver su rostro.
El supuesto marido bajó la mirada a la mujer, y bajo las sombras de la capucha pudo ver una mirada salvaje que lo hizo estremecer.
—Pues a la mierda —suspiró.
Y tras aquellas palabras que hicieron fruncir aquel ceño marcado por la viruela, el hombretón atizó un puñetazo tremendo al capitán que lo hizo contemplar las estrellas tras los ojos.
La gente gritó, los soldados llevaron sus manos a los estoques y el reverendo bramó al fin lo que tanto deseaba:
—¡Bruja! ¡Bruja!
—No lo sabes bien —masculló para sí entre dientes Samantha, que tras el tirón de uno de los guardias a su capucha, mostró su melena caoba y suelta al viento.
Flexionó las rodillas y giró como una peonza, cortando con el cuchillo en los tobillos de los soldados. Dos cayeron al suelo gimiendo de dolor. El que quedaba en pie la miró con ojos muy abiertos justo antes de recibir en el estómago uno de aquellos puñetazos que ya servía a domicilio aquel hombretón, haciéndolo doblarse como un arco, obligándolo a vomitar el almuerzo sobre sus compañeros. Ninguno dudó que el muy cabrón había comido aquella tarde pollo a la cerveza.
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SAMANTHA y la reliquia prohibida
FantasySamantha, la legendaria hechicera, deberá salvar el Otro Mundo de las garras de Madre Bruja. La bruja más temida de todas, Madelane, tiene oscuros planes para los seres que habitan el Otro Mundo. Pero para llegar a ellos y hacerse con sus almas nec...