CAPÍTULO 15

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El anillo del Otro Mundo. Uno de los artefactos denominados como Reliquias Prohibidas, y el más macabro de todos ellos. ¿En qué estarían pensando los dioses cuando decidieron crearlo? Quizá, ni ellos mismos lo sabían. Jugar con las almas de quienes descansan en el más allá no debería estar siquiera en manos de los dioses. Los cuatro no hicieron más que volver a demostrar su ineptitud a la hora de empeñarse en demostrar que podían crear cuanto les viniera en gana. Y ahora, las únicas víctimas son esas almas, cuyo descanso se puede ver mancillado a antojo de quien posea ese maldito anillo. Oh, dioses. ¿Por qué nunca os esmerasteis en crear algo que de verdad valiese la pena?

Samantha, Notas

***

Las brumas, hilos de impenetrable negrura que se enmarañaban y adherían a los árboles y sus ramas, se extendían hasta alzarse al cielo como tentáculos carbonizados, corrompiendo el aire y atrayendo nubes oscuras sobre aquel oscuro portal.

Samantha y el resto llegaron al lugar, contempló con asombro la magia que restallaba en el interior de aquel bosque y no le cupo duda de que al fin había encontrado lo que andaba buscando. En el aire flotaba una amalgama de afilados sonidos que erizaba la piel.

—¿A qué distancia dices que los viste?

Lalah sonrió y señaló al norte.

—Por allí, no están cerca, pero no tardarán en llegar. Y no son pocos.

Jhon miró anonadado a la pequeña mujer gnomo.

—¿Estás diciendo que, una vez encontraste esto, recorriste el bosque de arriba abajo en busca de intrusos?

—Bueno —enseñó aún más sus pequeños y blancos dientes—, digamos que me aburría, y que nunca está de más reconocer la zona.

Jhonatan asintió, maravillado por aquella criatura. 

—Allí —señaló Cerión un cuerpo putrefacto y roto apoyado contra un tronco, no muy lejos del enorme portal oscuro abierto sobre la tierra.

Samantha se acercó y se agachó junto al cadáver, pudo ver algo que refulgía con un apagado brillo bajo el polvo y la suciedad, en su esquelética mano apoyada en el suelo.

«¿Puede ser posible?».

Extendió sus dedos, con cierto nerviosismo arraigándose en sus entrañas. Al fin podía impedir aquella guerra, aquel desastre que vio en sus premoniciones, donde aquel lugar prohibido para los vivos se veían invadido por la astucia de Madre Bruja. Si podía impedir que esclavizara al Otro Mundo, lograría al fin evitar una masacre. Un mundo devastado por la sinrazón.

—Algo no anda bien —alzó la voz Jhon, que miraba cómo el cielo se rebullía con oscuras formas y brumas.

Y cuando Samantha estuvo apunto de alcanzar el anillo, el vuelo raso de un halcón la hizo retroceder, cayendo al suelo de espaldas. Las garras del animal le habían arañado en la mano. 

—¿Qué ha sido eso?

—Definitivamente —volvió a decir Jhonatan—, algo no nada va bien.

Un zumbido hizo vibrar el aire y las hojas de los árboles se sacudieron, siseando en las alturas. El enorme portal emitió un gemido chirriante y al momento brotó de él un león de patas enormes. Su rugido puso en guardia de inmediato a Cerión, que ya tensaba su arco. Jhon lo admiró como quien hace siglos que no ve a una criatura como aquella, y Sam, con ojos muy abiertos, habló al animal como si este tuviera la capacidad de entenderla:  

—¡No venimos a perturbar vuestra paz, animal totémico!

El león clavó su mirada en ella, mostrando sus poderosos colmillos. El espeso pelaje de su cuello se vio sacudido por el viento y de nuevo rugió haciendo estremecer el bosque entero.

Cerión miró por el rabillo de ojo a la hechicera, su arco tenso y listo.

—¿Qué hacemos? —alzó la pregunta al aire.

Samantha levantó la mano, pidiéndole paciencia. Entonces, un cuervo, un lobo y una enorme anaconda hicieron aparición tras el enorme felino, surgiendo también de aquella oscuridad suspendida en el aire.

—No me obliguéis... —apretó los dientes la hechicera. 

Jhonatan, petrificado ante aquella muestra de poder, no pudo no maravillarse con semejante espectáculo.

«No puedo creerlo. Sospechaba que mi instinto no me engañaba, que viajar hasta aquí me supondría encontrar algo de valor incalculable. Pero esto... Esto va más allá. Esto me abre la posibilidad de explorar un nuevo mundo. ¿Será el tesoro que tanto busco? —Miró el anillo en manos de aquel cadáver—. ¿Será esto a lo que se refería esa nota que yo mismo me mandé desde el pasado? Si aseguraba que viniendo aquí encontraría el mayor de los tesoros, no me cabe duda de que para alguien como yo, un mundo nuevo que explorar es el mayor de todos».

La enorme anaconda se arrastró veloz como un relámpago en dirección a la hechicera, que con un susurro hizo temblar la tierra. Todos aquellos animales posaron su atención en ella.

—Magia —masculló un rugido entre diente aquel león.

—Hablan... —lo miró Jhon anonadado.

El reptil, que tras la sacudida, se había esfumado entre los helechos y arbustos que rodeaban el lugar, surgió tras ella con un siseo mostrando unas fauces abiertas y enormes. Pero una flecha lo alcanzó de lleno en la garganta. El enorme animal se sacudió, hasta que por fin se desvaneció en una bruma negra como la noche.

—No vais a haceros con ese anillo —sonó una amenaza desde el cráneo del cadáver, donde un pequeño gorrión clavaba su nerviosa mirada en la hechicera.

Un viento sacudió el aire bajo el pequeño pajarillo y el brazo del muerto se vio arrancado de cuajo con un golpe. A unos palmos de distancia, Lalah pivotaba de un pie a otro con la reliquia en sus manos.

—¿Estás seguro, pajarito? —sonrió.

Una oscura bruma surgió junto a ella y un gato, veloz como el viento, golpeó a la gnomo y el anillo rodó hasta las patas del propio león, quien volvió a rugir mostrando su fila de dientes y colmillos.

—¡Marchaos de aquí! —advirtió—. O no nos dejaréis más remedio que acabar con vuestras vidas dejando vuestras almas al amparo del eterno vacío.

Jhon observó a aquellos animales salidos de la nada, a la magia que se agitaba sobre sus cabezas distorsionando el cielo y la tierra. Pudo ver cómo surgían otros animales, distintos todos ellos, brotando de oscuras brumas, y cómo rodeaban a aquel león que se alzaba sobre el anillo allí tirado en la tierra. Y entonces lo comprendió.

—No pueden tocarlo... —dijo en un hilo de voz.

—¿Cómo dices? —preguntó Cerión a su lado.

—Los animales salidos de ese mundo no pueden tocar el anillo. Saben lo importante que es para ellos y aun así no han hecho nada por agarrarlo y llevárselo de aquí.

El centauro miró raudo la reliquia y apuntó directa a ella.

—¡Atenta, Lalah!

Disparó y, con una puntería que cualquiera calificaría de inmejorable, la punta de la flecha golpeó el anillo, que salió despedido a las sombras bajo los helechos allá en el bosque. Lalah se convirtió en un borrón que se esfumó tras él.

Entonces, el león miró iracundo al inhumano.

—Si guerra buscáis, la muerte obtendréis.

***

NOTA: ¿Qué está sucediendo aquí? ¿Quiénes son esos animales?

SAMANTHA y la reliquia prohibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora