CAPÍTULO 27

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Eran tres los puñales los que se clavaban con crudeza en lo más profundo de su alma. Tres, y no hacían falta más, pues con ellos era suficiente como para arrastrarla a las profundidades del mayor de los lamentos.

Uno era aquel humo, negro como la noche, que se elevaba allá donde posara la vista sobre el cruento y ya muerto campo de batalla. Un humo que le recordaba a los abismos más profundos, desfiladeros por donde las almas de quienes habían luchado en aquella batalla se habían desplomado para perderse en la eternidad.

El segundo puñal tenía el aroma de la carne quemada. Un hedor infausto que la invitaba a vomitar, a llorar, y caer de rodillas y así gritar con todas sus fuerzas por las hermanas caídas y derrotadas. Un olor insoportable, el de la muerte más brutal.

Y por último, y el peor de todos, era ese maldito sonido de los cuervos. El sonido del festín de entrañas, ojos y roja sangre. Un sonido que la taladraba por dentro, como cinceles esculpiendo la palabra "culpa" en su alma golpe tras golpe. Sí. Sin duda, el sonido de los cuervos era el peor de aquellos tres puñales que atravesaban su corazón.

Aquella batalla, no solo fue más cruenta que el resto. Aquella fue la más brutal, donde las brujas apenas pudieron contener el atronador asedio de los diablos. Aquellos monstruos habían plantado cara a la magia de las hechiceras, y no solo eso; habían diseccionado sus cuerpos. Habían matado, masacrado y reventado a cuantas cayeron en sus garras.

Miró alrededor, con los ojos inyectados en sangre, con lágrimas bañando sus mejillas. Pudo ver los cuerpos atravesados por aquellas protuberancias óseas de aquellos monstruos, la sangre secándose sobre la tierra, y los lamentos de quienes no habían tenido la suerte de morir.

»¡Matadme, por favor!».

***

Jhonatan la observaba con ojos vidriosos por la impotencia. Aquel relato parecía haberle hecho un daño atroz incluso a él.

Sam, temblorosa, trató de contener el llanto que pugnaba por salir al exterior. Tanto dolor, tanto sufrimiento. Y, entonces, las fuertes manos de Jhonatan acariciaron sus mejillas. Cuando Sam quiso darse cuenta, ya lo tenía en frente, formando parte de un nuevo horizonte, donde aquellos ojos color del mar profundo servían de reposo para su triste mirada. Y, sin apenas percibirlo, otro de esos sentimientos se reveló bajo su pecho... «pasión», y un beso la alcanzó en los labios. Uno lento, cálido, deseado. Uno que la hizo languidecer, buscando sustento en los fuertes brazos de aquel hombretón. Dándole una respuesta aún más profunda. Fundiéndose con aquel horizonte que eran sus ojos con una mirada que destiló por un ínfimo instante un destello de esperanza.

Cuando sus labios se separaron, Jhon habló con la mayor de las dulzuras:

—Ten cuidado allí. Y regresa a mi la lado. Te estaré esperando para luchar juntos, ya sea esta la última de las batallas.

Y el llanto ganó la guerra contra sus ojos color plata, que estallaron justo antes de darle un segundo y más profundo beso.

—Volveré, Jhon —contuvo el sollozo—. Volveré y cambiaré el destino si es que este es morir aquí hoy. Te lo prometo. Y toma esto.

Sacó de su capa un cuchillo de empuñadura labrada en madera. La hoja describía un brillo extraño, peculiar. Junto a la guarda, un nudo de ocho puntas grabado. El bucanero lo cogió y lo sopesó.

—¿Un cuchillo?

Ella rozó su mano al entregárselo.

—No encontrarás mejor arma para afrontar lo que se avecina.

Un portal oscuro restalló tras ella, abriéndose en un óvalo negro y titilante. Samantha acarició por última vez el rostro de aquel hombretón, y con una sonrisa teñida de tristeza, se perdió en la cerrazón de aquella oscura magia.

—Tranquilo, Jhon —sonó la voz de Kina, que posaba sus fuertes zarpas junto a él—. Yo cuidaré de ella.

—Gracias, Kina.

Y la pantera desapareció en una bruma negruzca como si de humo se tratara.

«Ten cuidado allí, Sam —pensó el hombretón—. Porque creo... Creo que no quiero perderte».

***

Sus pies pisaron la arena levantando el polvo tras salir de la oscuridad.

Los seres congregados allí parecían ser más al estar en campo abierto. Samantha trató de abarcar con la vista aquella ingente cantidad de especies dispuestas a jugarse la existencia. No era muy diferente a lo que ya vio en los ojos de las suyas en aquella terrible ocasión; el valor, la determinación, la exigencia de una paz que todos sabían que merecían...

«Y de nuevo me veo en la misma tesitura; luchando por la libertad. ¿Acaso es eso la vida? ¿Una eterna lucha por alcanzar la libertad?».

Y en lo alto de aquella colina junto a Nael, Jenon y Kina tomó aire y alzó la voz para hacerse oír en aquel silencio sepulcral que merodeaba por el ambiente:

—Ya conocéis el plan; lo importante —se dirigió a las aves y roedoras más pequeñas— es que una vez abierto el portal encontréis a quien tiene el anillo. Buscad a la hechicera de la que os hablé. No dudo en que sea ella quien lo guarde en su poder. Decidme dónde y yo me encargaré de recuperarlo.

Miró entonces al resto. Animales de todas las especies, de todos los tamaños, colores y formas. Patas y garras coceando contra el firme, arañando la tierra. Afilando las ganas de luchar. Bufando, exhalando la ira necesaria para la batalla que se avecinaba. Y entonces dedicó las últimas palabras a las que sufrirían el embate de los diablos.

—Y al resto... aguantad. Solo puedo pediros eso. Aguantad.

La loba a su lado aulló y, como si de una onda expansiva se tratase, los gruñidos, trinos, rugidos y demás sonidos de la fauna se extendieron por la sabana en un único grito de guerra.

Y de pronto, como acudiendo a aquel reclamo, el cielo comenzó a cubrirse de nubarrones oscuros donde relámpagos violáceos jugaron a esconderse con profundos destellos. El aire se enrareció, de golpe, se sentía más pesado. Y Samantha, al bajar la mirada del cielo, pudo contemplar cómo la realidad se partía en dos con un fuerte chasquido, brotando de aquella disonancia un viento desgarrador, sacudiendo su cabello color de la madera viva.

«Ya vienen...».

El portal se abrió con un estruendo frente a ella. Pero tan solo lo hizo por un breve instante. El necesario para que una figura, herida, maltrecha, cruzara al otro lado justo antes de volver a cerrarse.

Samantha, con los hombros desplomados, miró a aquella chica de cabello negro y bello rostro impregnado en sangre.

—Clara...

***

NOTA: ¿Qué le pasará a Clara?

SAMANTHA y la reliquia prohibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora