CAPÍTULO 18

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El Otro Mundo es un lugar perdido entre los cielos y los infiernos, donde las almas que quedan perdidas y pendidas de la incertidumbre, encuentran su lugar. Es bien sabido que solo monstruos terroríficos anidan en semejantes lares, siendo un enjambre de esperpentos y carroña a medio comer. Si los dioses descubrieran la oculta ubicación donde se halla tan vil lugar creado por el general de los infiernos, de seguro pondrían de su parte en hacer justicia con el destino y mandaría a la muerte a aquellas almas infestas y putrefactas para que no regresaran jamás.

Padre Rodrigo, El Otro Mundo y sus oscuros secretos

***

Según me relató el dios Akiyama, el Otro Mundo no es tal y como lo describen los humanos en sus manuscritos religiosos, donde no se encuentran más que patrañas y mentiras. Según me dijo, el Otro Mundo es un lugar oculto, sí, pero uno donde las almas hallan su descanso, aunándose cada una de ellas a una figura que representa a su especie. Es decir; el alma de todos los ratones que mueren, viajan al Otro Mundo como una pieza más que se une a un único ratón. Y así sucede con todas las especies. Por lo tanto, y según me contó, no es de extrañar entonces que cada animal que se encuentra en ese mundo perdido, reúna una sabiduría inconmensurable, pues consta de almas de millones y millones de muertos. Como apunte final, Akiyama dijo que tan solo había una forma de que esas especies desaparecieran para siempre incluso del Otro Mundo. Y era con su completa extinción en la tierra. Una pena, a mi humilde parecer, pues tal pérdida me parece nefasta.

K. Tarbusi, Apología a la Verdad

Tomo IV

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El parlamento con los seres del Otro Mundo concluyó y el gran ciervo, llamado Nael, propuso la unificación de todas las especies para afrontar el peligro. Cosa que, al parecer, no era tarea fácil, pues incluso allí, donde las almas descansaban a la espera del eterno final, cada cual poseía su forma de pensar y concebir la existencia, al ser la unión de las almas de cada especie —acumuladas durante siglos y siglos en un solo recipiente— el compendio de infinidad de vidas, sufrimientos, anhelos y toda clase de sentimientos. Pero era imperativo proteger no solo aquel mundo, sino el centro de toda existencia allí asentado; el enraizamiento de la propia esencia; el Árbol de la Vida.

Samantha no llegaba a comprender cómo era posible que desconociera todo aquello, que Madre Bruja hubiera ocultado toda esa información a las suyas propias. Y entonces no le cupo duda de que había hecho bien al revelarse, al alejarse de ella y sus intenciones. Madelane no las respetaba, las manipulaba como si no les importase más que simples herramientas para un fin. ¿Acaso su comportamiento no sería más que el reflejo de cuanto tuvo que vivir junto al dios que la creó y utilizó?

Fuera como fuese, ese comportamiento no estaba justificado.

«Y no estoy dispuesta a permitir que el resto de mis hermanas sufran bajo sus órdenes, manipuladas por la ignorancia en la que ella misma las entierra día tras día».

Y ahora también estaba lo de Jhon. ¿Qué había querido decir aquel animal totémico sobre lo de que no pertenecía a este tiempo? ¿Qué diablos ocultaba ese hombretón y por qué despertaba tantas emociones en ella? Desde el primer momento en que lo rozara, en su interior pareció estallar un sin fin de sensaciones, confusas, dispares. Como la que se pudiera tener frente a una muerte segura. Decepción, pena, miedo... Pero también paz, pasión. Incluso amor...

Todo se estaba encaminando al cumplimiento de aquella maldita premonición, y para colmo, surgían más y más cosas. Más y más desconcierto.

«¡Céntrate, Samantha! No puedes pensar ahora en otra cosa que no sea impedir esa masacre. No dejes que suceda lo de aquella vez... No dejes que esos diablos acaben con todos a los que pretendes proteger. No dejes que se repita».

Tras tomar una difícil decisión, Nael ordenó escoltar a los intrusos hasta el bosque del Olvido, donde, según sus palabras, se reuniría una coalición que haría frente al peligro que se avecinaba. Samantha trató de convencerlos de que Madelane no era un enemigo corriente. Que, al igual que ella, dominaba los ocho elementos de madre naturaleza, y que, a pesar de su falta de cordura, los engranajes dentro de su cabeza no deberían de ser menospreciados.

La sabana ante ellos se extendía hasta lo que parecía los confines del universo, con aquel cielo de colores cambiantes y aquella tierra plagada de vegetación. Un terreno en apariencia inhóspito, desde donde se alcanzaban a ver unas lejanas y escarpadas paredes de las que brotaban cataratas imposibles. El grupo, seguido de cerca por aquella pantera negra como la noche, se encaminaba bajo el manto turquesa a lo que parecía una selva en la lejanía, donde un árbol, que no era precisamente un árbol, predominaba por encima de todo como si de una montaña se tratase.

Cerión, junto a su inseparable compañera Lalah, encabezaban la comitiva con paso decidido. Tras ellos, sin ser perdidos de vista por la enorme felina, Jhonatan y Samantha se mantenían el uno junto a la otra, silenciosos, con preguntas hurgando en las entrañas de los dos.

—¿Por qué no has abierto uno de esos portales tuyos para salir de aquí? —preguntó el hombretón con frialdad.

Sam lo miró por el rabillo del ojo.

—¿Acaso crees que no lo he intentado? Además —gruñó—, aquí debería ser yo la que preguntase ciertas cosas.

Jhon no apartó la vista de enfrente.

—Pregunta, pues.

—¿Qué ha querido decir ese animal totémico? ¿A qué se refiere con que no perteneces a este tiempo? Y te lo advierto... —su tono se volvió oscuro—. No tolero bien las mentiras.

«Y con solo una se puede echar por tierra todas esas sensaciones que despiertas en mí y por las cuales te he dado la oportunidad de seguirme los pasos».

Jhon la miró, su ceño fruncido.

—¿Acaso te he mentido yo? —casi sonrió con picardía.

—No juegues conmigo, Jhon. —Alzó un dedo amenazante—. Me debes la vida. Y creo que la sinceridad es un pago correcto para semejante deuda. Sé que me ocultas algo. Que desde que nos cruzamos por primera vez... No sé... Es como si te conociera de algo que no logro recordar. Y sé que tú sí. Así que habla de una vez.

—No es eso, Sam.

—Entonces, ¿qué diablos es? Porque no logro dejar de darle vueltas y creo que merezco una explicación.

—Es...

—Y no me vale que digas que es complicado de explicar —lo interrumpió.

Jhon suspiró profundo, su apacible semblante se difuminó hasta tornarse seriedad, anhelo.

—Está bien —dijo—. Todo se debe a una carta...

—¿Una carta?

—Vaya —curvó el labio el bucanero—. Al parecer, no era una historia tan complicada.

—Déjate de juegos, Jhon.

—Sí, sí. Una carta, como ya te he dicho. Una en la que se me prometía el mayor de los tesoros. —Miró hacia arriba. Sus ojos de azul profundo recorrieron con melancolía las betas rosadas y verdosas que componían el cielo en su totalidad—. Una que hallé junto a la herramienta que me trajo hasta aquí y donde se rezaban las indicaciones oportunas para encontrarlo. Indicaciones simples, pero certeras. —Miró entonces a la mujer, que lo observaba carcomida por la incertidumbre que inundaba sus plateados ojos—. Tan solo tenía que seguir ciegamente, sin importar las consecuencias y hasta el fin del mudo, dos cosas: A mi instinto. Y a un par de ojos color plata...

***

NOTA: ¡Gracias por seguir ahí!

SAMANTHA y la reliquia prohibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora