CAPÍTULO 30

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De entre los ocho elementos de la naturaleza, el elemento muerte puede llegar a ser el más atroz de todos en manos de una bruja. No solo porque le dé la potestad de levantar cuerpos sin vida como puras marionetas a su merced, sino porque, según parece, si fuese un dios quien lo dominara, podría arrebatar esa alma de las manos de la misma Muerte a voluntad, y así regresarla a la vida como si nada hubiera pasado. Por fortuna, y según decía Akiyama, es uno de los elementos más raros junto a oscuridad. Y pocas son las hechiceras que nacen en consonancia con tal poder. Por fortuna...

K. Tarbusi, Apología a la Verdad

Tomo II

***

Una hoja luminiscente cayó haciendo aspavientos desde una de las inmensas ramas del gran Árbol de la Vida, y de ella, que se hizo humo y tinieblas, surgió un rinoceronte junto al tronco y las raíces. El sonido que produjo al aterrizar hizo que Jhon diera un respingo, alzando el cuchillo. 

—Ya han llegado —se quejó el animal—. Y son muchos, y fuertes.

Y tal como lo dijo, se esfumó en una difusa nube de humo, dejando allí de nuevo en soledad a Lalah, Cerión y Jhonatan.

«Muchos... Y fuertes... —temió Jhon a oír aquellas palabras—. Sam, espero que estés bien».

***

Las garras de Jenon surcaron la piel del diablo como cuchillas entre la mantequilla, cortando la cabeza del monstruo en varias rebanadas.

El león cayó sobre sus patas al suelo, nervioso, atento a todos lados, y otro diablo se lanzó sobre él con un placaje, levantando el polvo y la tierra ya roja, convertidos en un amasijo de patas, garras y fauces. Los animales seguían luchando de forma férrea, muriendo, volviendo a aparecer. Su sangre tintaba la tierra y cuando morían, se iba a la nada con ellos. Pero seguía habiendo demasiados heridos, haciendo imposible que el color bermellón desapareciera para siempre.

Un buitre leonado surcó el aire y se llevó consigo los pequeños ojos de otro de esos diablos, y Sam, con Kina a su lado, centró toda su atención en la bruja que los había traído hasta allí.

—Desiste, Madelane —alzó la voz para hacerse oír—. En este mundo no tienes posibilidad alguna.

El polvo se alzaba, los relámpagos convocados por la hechicera legendaria golpeaban la tierra con dureza, llevándose consigo la vida de más y más diablos. El terreno se abría y cerraba tragando y machacando. Y la lluvia comenzó a caer como el plomo sobre sus cabezas.

—¿No ves lo divertido que es todo esto? —leyó Sam de los labios de aquella desquiciada—. ¿No logras atisbar lo grande que es mi hazaña? ¡He abierto el camino al Otro Mundo y voy a hacerme con él!

Varias hechiceras surgieron tras ella de aquel portal, y Sam sintió cómo el corazón le daba un vuelco. «Más hermanas. Más víctimas. ¿Por qué no os resistís y venís conmigo, hermanas?».

Bondo, junto al rinoceronte que ya estaba de regreso, se lanzaron contra ellas haciendo temblar la tierra, las piernas, los equilibrios. Pero entonces, Sam vio salir de aquel portal algo más terrorífico si cabe que aquellos diablos. «Quebrantahuesos...».

Grandes incluso más que el propio jinete demoniaco, dos enorme seres, cubiertos de una armadura ósea que salía de toda su piel, entraron en escena con un rugido que tronó hasta los confines de la sabana y, deteniendo la embestida de Bondo y el rinoceronte, barrieron sus patas y los tumbaron haciendo vibrar la tierra. 

—No... —exhaló Sam.

Madelane, sin dejar de mirarla, comenzó a pronunciar un hechizo que Sam no conocía en absoluto. Un amalgama de runas que no había visto u oído en su larga vida, entre las cuales solo identificó las del elemento... muerte. Y entonces, en el fragor de la batalla, Bondo sufrió una fuerte sacudida y enseguida dejó de forcejear. Kina gruñó, clavó las garras en la tierra. Samantha llamó a los relámpagos, que cayeron sobre Madelane como una lluvia luminosa. Pero Madre Bruja los rechazó como si fueran de papel, mostrando los dientes, viendo con satisfacción que su nuevo encantamiento funcionaba.

—Dominar un alma muerta consciente —gruñó feliz entre dientes—. ¡Funciona!

—¡Pero qué estás haciendo, Madelane! —gritó Sam con ojos desencajados—. ¡No prosigas con esto! ¡Tu guerra no incumbe a quienes ya descansan de la vida!

La carcajada de Madre Bruja resonó hasta los confines de la guerra terminando en un corte abrupto para dedicar una mirada dislocada y perdida de toda cordura a Samantha.

—El poder es supremacía, pequeña. Nunca lo has entendido, y veo que nunca lo entenderás.

Tras lo dicho, volvió a murmurar el mismo hechizo y el rinoceronte reaccionó tal cual lo hiciera Bondo, poniéndose de nuevo en pie bajo la lluvia, sumiso como un esclavo.

«No es posible —trató Sam de pensar a toda prisa—. ¿Utiliza el elemento muerte como podría hacerlo un dios? No... Eso no es posible. ¿Qué hechizos has unido para algo tan atroz? Dominar un alma... Un alma que aún no ha desaparecido para siempre. Un solo alma consciente...».

Un zarpazo la arañó en el brazo por poco. Si no hubiera visto la sombra acercarse por el rabillo del ojo, ahora sería sangre y carne cercenada y desparramada por el suelo. Miró entonces a su lado, y lo que vio la aterrorizó sobremanera.

—Kina...

La pantera, mostrando su enorme fila de dientes y colmillos, la devoraba ya con la mirada, apunto de lanzarse sobre ella.

«No... Tú también...».

La felina se lanzó con todas las garras apuntando a su rostro, y Sam invocó una barrera que surgió como un relámpago a su alrededor. El animal chocó y tras una fuerte descarga salió despedido a un lado.

—¡Retirada! —gritó Samantha—. ¡Retirada he dicho!

Jenon la miró con la preocupación surcando en sus ojos. Miró cómo el rinoceronte y Bondo permanecían mansos junto a aquella hechicera de pelo ceniciento y sus dos enormes monstruos, y rugió con fuerza haciéndose oír.

—¡Retirada!

Zarpazos, golpes, mordidas, tripas y sangre, y en medio de todo aquel caos bajo la lluvia, todos los animales totémicos miraron a Jenon, cuya cabeza voló por los aires segada por el hacha de Balaam. Entonces obedecieron de inmediato, desapareciendo del campo de batalla como brumas que nunca existieron.

La carcajada de Madelane resonó de nuevo por toda la sabana. Una risotada de satisfacción, de placer. Samantha, que aún permanecía allí, no pudo más que gruñir una plegaria. Una que sabía que no serviría absolutamente de nada:

—¡No sigas con esto, por favor! Si tanto deseas matar a esos dioses, yo... Yo me uniré a ti...

Madelane mostraba sus dientes en una mueca que dibujaba pronunciadas líneas junto a sus ojos rosas y descarriados, por donde goteaba el agua del cielo incesante. Miró entonces el anillo que poseía en su mano y lo acarició haciendo aún más grande el agujero abierto en el aire. Más diablos, como si no tuvieran fin, surgían y hacían sonar la tierra con sus garras, amontonándose tras ella y sus hechiceras. Tras los dos quebrantahuesos y Bondo, el rinoceronte y Kina, que malherida se situó junto a ellas.

—¿Crees que me hace falta tu ayuda para algo? —dijo Madelane extendiendo los brazos de forma teatral—. ¿Crees que no soy suficientemente poderosa e inteligente para llevar a cabo mis designios? No, Samantha. No, traidora —echó un último y fugaz vistazo al cuerpo desparramado de Clara—. No. No necesito de tu ayuda. No necesito de nada más que mi propia voluntad. Que como puedes ver, es fuerte como la luntanhia.

Veloz como ninguna de su especie, Madelane invocó al agua y al viento, sacudiendo el ambiente, frío como la escarcha, y convirtió el agua de lluvia en afiladas lanzas que cayeron como una sentencia de muerte sobre Samantha, quien alzó la vista sin apenas poder reaccionar.

***

NOTA: No...

SAMANTHA y la reliquia prohibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora