CAPÍTULO 6

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Y con esta majestuosa obra, el legado del Sanctum perdurará por el paso de los siglos, siendo la Catedral el pináculo de nuestra supremacía, la muestra indiscutible de quienes somos los auténticos bendecidos por la gracia de los dioses. Bendice postrum eternidae. No ha habido ni habrá religión más que el Sanctum. Y con esta muestra de grandiosidad no dejaremos lugar a dudas. No hay verdad en cuantas falsas religiones pretenden adoctrinar con sus falsos dioses a la humanidad, pues quienes son nuestro rebaño, encontrarán la verdadera salvación en los jardines de Atem, allá en los cielos.

Fioretto Risiio, Arquitecto e Sanctum

***

Frente a un enorme manuscrito, cuyas tapas de piel roja como la sangre se percibían parcialmente quemadas, una mujer de cabellos ceniciento buscaba con desesperación lo que solo ella sabía que era un conjuro. Uno que debía encontrarse allí. Uno que la ayudara a esclavizar a lo que no se podía esclavizar. Uno que llevaba buscando demasiado tiempo para su paciencia en aquel grueso grimorio del dios Fudo. 

El alto portón tras ella emitió un gemido al abrirse y las velas que iluminaban la estancia titilaron por el aire ocasionado. La hechicera cesó en su búsqueda.

—¿Por qué has tardado tanto, Balaam? —gruñó hastiada.

Aquel a quien hablase, de estatura como dos hombres, uno sobre el otro, y armadura de extrañas y afiladas formas, clavó la rodilla tras aquella mujer que se veía casi ínfima ante semejante ser.  

—Lo lamento, Madre Bruja —contestó con aquella voz que sonaba a cavernas y guerras—. Nos está resultando más difícil de lo que suponíamos el encontrarla. Las brujas que la siguen no hablan. No sueltan la lengua.

—¡Pues cortádselas! —rugió dando media vuelta, haciendo que aquel ser, mucho más grande que ella, temblara bajo la armadura—. Quienes me traicionan no merecen compasión.

El daemonio agachó la cabeza aún más.

—Pero no hemos vuelto con las manos vacías, Madre Bruja.

La hechicera entornó los ojos. El tono de su voz cambió como solo lo hace en las voces perdidas de toda cordura. 

—¿A qué te refieres, pequeño mío?

—Una de sus adeptas dijo algo. Algo que me lleva a pensar sobre sus intenciones.

—¡Habla de una vez!

Se encogió de hombros el daemonio Balaam ante su voz.

—La última que hallamos escondida dijo: "Ella no os dejará encontrar lo que buscáis, ya le cueste la vida".

Madelane bufó de forma dramática, volviendo la vista a un lado. Su rostro, un mar de sorpresas.

—Sabe lo que ando buscando... Sabe que quiero la reliquia... Pero, ¿cómo es eso posible?

—¿Traición de alguna de las nuestras, quizá?

—Quizá... —murmuró llevándose la mano a la barbilla—. Quizá.

—¿Órdenes?

Madelane lo miró por el rabillo del ojo, aún sumida en sus elucubraciones.

—Intensifica la búsqueda. Llévate a más diablos contigo. Piensa en la gran recompensa que supondrá cuando obtengamos esa reliquia y, con ella, se abra ante nosotros el acceso a esas maravillosas criaturas. —Lo encaró y acarició su yelmo con dedos trémulos—. Os prometo a ti y tus hermanos un ejército digno de vosotros, mis Jinetes Demoniacos. Uno de criaturas inmortales capaces de doblegar el mundo entero. ¿No te gustaría? —dijo como la madre que habla a un hijo pequeño. Balaam asintió en silencio—. Pues márchate. Prosigue con tu cometido. Yo... Yo trataré de encontrar a la rata que se oculta en el granero.

SAMANTHA y la reliquia prohibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora