Cap 6: Raven

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Raven pasado.

2005

Estaba ahí cuando mi padre, el señor Javier Díaz dijo que mamá era, en palabras suyas, no más que la mujer más bella y fácil de la región. No supe que significaba hasta que mamá comenzó a llorar.

Mamá lloraba cuando pensaba que yo estaba dormido.

Nuestra casa era grande, no era bonita, y la verdad parecía que estaba embrujada. Por qué las paredes eran grises y nunca me dejaban pintar las de mi cuarto. Mamá dijo que las pintaríamos, papá dijo que era un gasto sumamente innecesario de dinero por el cual, él se estaba rompiendo el culo.

Cuando me envió a la escuela escuché como dijo que él no trabajaba para pagar los estudios de alguien que era muy estúpido como para no saber escribir su nombre. Ese día mamá llevaba lentes negros, enormes; le cubrían los ojos y apenas y podía verle las mejillas.

—Mamá, ¿Por qué llevas esos lentes? No hace sol.

—Me duelen los ojos— mintió.

—Está bien mami.

Le dije eso solo para que se quedara tranquila. Pero la verdad es que sabía que algo estaba mal.

Algunas veces me sentía mal, como con un nudo en el pecho tan grande que quería salir corriendo de casa y esconderme en el jardín. Me gustaba mi jardín. Era la única parte de mi casa que no se sentía un infierno. Me gustaba ver el sol y sentirlo en la cara. Me gustaba hablar con mamá.

Pero el infierno apenas estaba comenzando.

Empecé en la escuela cuando tenía 5 años. Mi cumpleaños era en 3 días y mamá dijo que tenía que resolver algunos asuntos con su familia y que no podría estar conmigo. Eso me hizo llorar. Pero luego Taylor tocó mi puerta, con esa sonrisa enorme y escondiéndose detrás de su madre que llevaba un vestido blando con flores blancas.

Me gustaban las flores. Mi jardín no tenía. Papá dice que son de maricas. No sé qué significa la palabra. Pero mamá dice que nunca debo decirla porque eso haría negro mi corazón.

El negro me espanta. Me recuerda el closet de mi cuarto. Algunas veces me escondo ahí cuando no quiero que papá me grite. Ahí dentro también se escuchan menos los gritos de mamá. Y también cuando llora.

Pero cuando Taylor apareció me dio un pastel de Zanahoria. Y un dibujo que, aseguraba, era un cuervo amarillo. ¿Quién dibuja un cuervo amarillo? Tal vez algunas veces queremos creer cosas que no existen porque su mero pensamiento nos reconforta.

No supe si su madre sabía que era mi cumpleaños. O si solamente le hacía caso a su hijo. Pero la mirada de esa mujer era casi idéntica a la de Taylor. Pero los ojos del niño brillaban más. Brillaban como el Sol.

—Me gustan los patos— le había dicho a Taylor.

Y él se coloro al instante. Pensé que tal vez se había enfermado.

Algunas veces mamá se ponía muy roja y su piel ardía al tocarla. Decía que era porque estaba enferma, pero, que papá no debía saberlo. Así que yo siempre callaba.

El día que Taylor me dio el pastel corrí a mi habitación sin que papá se diera cuenta. Tal vez solo con ver la bolsa lo tiraría a la basura diciendo que la flor en el centro era algo que no me merecía.

Pensé en guardarle un pedazo a mamá para cuando llegara del trabajo.

No llego. Me quede dormido y la bolsa con el pastel se quedó escondida bajo mi cama hasta el día siguiente. Me lo comí antes de que papá despertara. Y luego limpie las migajas que parecían pequeños granos de arena sobre las sábanas grises que le quedaban grande a mí cama.

Vas a quedarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora