14. DANIEL. Reincidentes.

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«Los que no moderan las pasiones son arrastrados a lamentables precipicios»

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«Los que no moderan las pasiones son arrastrados a lamentables precipicios».

Andrés Bello

(1781-1865).

Daniel guía a la princesa del Infierno hasta detrás de las galateas y la increpa:

—¿Te parece necesario que causes este alboroto para llamar mi atención, fiera? Me obligas a sentir vergüenza ajena al ser testigo de cómo estos tíos se pelean por ti delante de todos. Sé lo que buscas en realidad. ¡Deseas que nadie se fije en nosotros y que quedemos a tu merced! ¿Sabes, diablesa? No eres la única persona sobre la faz de la tierra.

—¡Ey, bonito de cara, para ahora mismo con los ataques! —Astartea le coloca el índice en el pecho—. ¿Acaso eres tan soberbio como para pensar que el mundo gira alrededor de ti? ¡Me conoces desde hace dos días y piensas que lo sabes todo!

—Porque en la cama la gente se conoce más rápido y yo ya he visto lo peor de ti. Dime la verdad: ¿qué haces aquí si no es otro patético intento de conseguirme? Y no porque me desees, sino porque quieres arrastrarme de cabeza al Infierno. —Se quita el dedo de la chica de encima y se pone las manos sobre las caderas.

—Pues para que lo sepas, australopithecus, si en estos momentos quisiera revolcarme en el lecho no me fijaría en un simple mortal como tú, sino en uno de los demonios del Averno. ¡Ningún humano los supera en belleza! —La joven efectúa un gesto despectivo—. Además, ¿por qué no asistir a esta fiesta? Yo también estudio Derecho en Oxford y me han invitado. ¿O es que ahora también trabajas como portero de discoteca y controlas quién entra y quién sale?

—¡Deberías quedarte con tus demonios en el abismo más profundo y dejarnos a nosotros en paz! —Daniel le grita, harto de ella—. Pretendes robarme la calma con tus jueguitos morbosos y con tus manipulaciones cutres. ¡Eres idéntica a tu padre!

—¡Gracias! —El trillizo se enfurece más porque la joven se toma como un halago parecerse al Emperador del Infierno—. ¡Me voy! Y te agradecería que te dedicases a lo tuyo y que te olvidaras de mí, guapote, haz de cuenta que soy humo. Si me ves, vete por donde has venido.

—¡Vete tú! Yo era el hombre más feliz del universo hasta que tuviste la osadía de mezclarte con engaños en mi vida. —Daniel se siente igual que una olla a presión a punto de explotar.

—¡¿Engaños?! —chilla Astartea y mueve de derecha a izquierda la cabeza—. ¿Desde cuándo para tirarse a alguien y tener un mísero rollo de una noche hay que contar toda la biografía? ¡Qué falso eres! Me dijiste que te gustaba más así porque le daba misterio.

—Cada frase que uno expresa tiene matices. ¿O acaso eres tan ingenua que te crees que me hubiese acostado contigo si hubiera sabido que eres la princesa del Infierno? —La muchacha pone cara de que la ha pillado en falta—. Respóndeme con sinceridad, aunque sea por una única vez.

Los hijos del viento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora