A medida que crecía, Sunghoon había comenzado a considerarse a sí mismo como un alma desafortunada. Huérfano de madre y abandonado por su padre, se hace cargo de su hermano menor mientras lidia con un padrastro y dos hermanastros insufribles.
No hay...
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Los pies de Sunghoon repiquetean inquietos sobre el suelo de concreto del pequeño callejón oscuro mientras espera localizar aquella cabellera teñida de gris. No puede evitar preguntarse si encontrarse en lugares así se volverá una manía para ellos, algo dentro de sí mismo le dice que tal vez.
Jo está a su costado aferrado a su brazo derecho. Su emoción ha disminuido y ahora ha caído en cuenta de que conocerá a alguien nuevo. Los desconocidos siempre le han dado temor por el simple hecho de que desconoce quién sí lo juzgará y quién no, es complicado ser un extranjero en un país que es completamente distinto al tuyo y encima, ser distinto a la única familia que te queda.
A Jo no le gustaba ser diferente.
—¿Estás bien? —Sunghoon le pregunta en un murmullo. Su voz es delicada, detalle que le recuerda la razón de por qué disfruta tanto de oír a su hermano cantar, tiene un tono dulce y calmado que siempre lo relaja.
Pero sabe que no le puede pedir que le cante ahora, no estando expuestos porque Sunghoon desarrolló cierto pánico escénico, así que se limita a jugar con los dedos de su mano libre tocando con cada uno de ellos su muslo izquierdo.
Inhala profundamente antes de responder.
—Sí —sonríe pequeñito. Sunghoon no está del todo seguro pues conoce a su hermano y sabe que por dentro está hecho un desastre. Jo nunca fue bueno conociendo extraños, su temor en ambientes y personas nuevas era tanto que le preocupaba que se tratara de ansiedad social o algo similar, sin embargo, no podía hacer nada como buscarle ayuda por el momento, todo por la maldita economía precaria que tenían.
