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 "Eres tú el padre de mi hijo"

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 "Eres tú el padre de mi hijo"

Daniel la miró pasmado sin poder siquiera pestañear al escuchar aquellas siete palabras.

Si volver a verla le había afectado todos sus sentidos, lo que ella acababa de soltar fue como si le hubiesen electrocutado los sesos chamuscando todo el cerebro, esfumándose de esa manera el poquito control que trató de mantener desde que la vio parada frente a sus ojos.

De pronto, la rabia sentida se transformó en una inmensa ira que estalló en lo más fuero de su interior, rebosando su nivel de tolerancia.

El pulso se le desbocó enseguida, la sangre entró en un estado de bullicio en sus venas y con toda la furia, en un movimiento tan rápido apartó la lujosa silla que se encontraba a su lado provocando que ésta se estrellara estrepitosamente contra la pared, sin importarle si se dañaba o el ruido que esta hiciera al caer.

Al ver su reacción, Emily palideció y saltó en su sitio, sintiendo que sus piernas se doblaban por el miedo. Su corazón despavorido comenzó a latir contra sus costillas tan fuerte que juró que en cualquier momento un agujero se abriría sobre la piel de su pecho, saliendo el preciado órgano.

Aquella furia en Daniel causó que los recuerdos golpearan su memoria, pegándose aún más contra la pared que tenía a su espalda. Sin embargo, a pesar del miedo que casi le doblaba las piernas, ella comprendía que el estado y la furia que en ese momento le desfiguraba el rostro al hombre que la miraba como si la quisiera asesinar, era causado por la información que en ese momento recibía.

No era fácil recibir aquella noticia y pretender que él continuara como si nada, más sabiendo cómo terminó todos entre dos en el pasado. A pesar de ello, Emily sintió miedo por su reacción.

Daniel, abarrotado por la ira que le consumía, la miró con ojos inyectados de sangre reflejando en ellos el deseo de querer arrancarle la cabeza por decir algo tan oprobio. La observó y ver que lo miraba con tanto miedo, pero con la esperanza de conseguir al hombre pendejo que fue con ella en el pasado, le enardeció descomunalmente. Como si una mano invisible lo empujara, con la velocidad de un guepardo y sin que ella lo esperara, se acercó al cuerpo tembloroso que se adhería a la pared y tomándola desprevenida; sus grandes y gruesas manos como garras de acero se aferraron fuertemente a los delgaduchos brazos.

De Nuevo Juntos los TresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora