—Negra ¿Estás segura de lo que vas hacer? —Inquirió Chente desde el interior de su vieja camioneta—. Después de lo que ocurrió ayer, esto no me parece una buena idea —negó dudoso con la cabeza, torciendo la boca cubierta por aquel grueso bigote—. Recuerda lo que nos dijo Emily, Daniel la amenazó con la justicia si volvía a molestarlo y eso es lo que tú vas hacer en estos momentos. Pienso que ya tenemos suficientes con todo lo que nos está pasando, para sumarle otro problema más.
Nora, sentada en el asiento del copiloto, giró la cabeza para mirar a su esposo. Ya tenía la mano puesta en la manilla de la puerta, lista para bajarse, sin embargo; el largo rostro preocupado de Chente la detuvo.
Al igual que ella, su esposo también sufría por la desgracia que ahora enfrentaban. El peso de la enfermedad que le robaba la vida a su pequeño nietecito, los tenían a ambos condenado en el dolor y el sufrimiento por partida doble, para ellos era muy devastador ver como se extinguía la vida de su angelito y al mismo tiempo, observa como se apagaba la de su sobrina, Emily... y ellos sin poder hacer nada.
Ambos hacían todo lo posible para ayudar en cubrir los gastos que generaba la enfermedad de Sebastián. Trabajaban muy duro desde la madrugada hasta el anochecer para ayudar a costear el costoso tratamiento del niño y apoyar en todo lo necesario a Emily. Ella vendía sus arepas y empanadas en el mercado municipal donde tenía un puesto arrendado, mientras que Chente seguía reparando y pintando cuantos coches se le atravesara en el camino. Sin embargo, nada era suficiente para terminar con aquella pesadilla porque sabían que en la etapa de la enfermedad donde su nietecito se encontraba, la única solución inmediata para salvarlo estaba dentro de esa clínica que tenía frente a ellos.
Después que Emily la llamara esa madrugada, llorando desconsolada por la nueva crisis en la que Sebastián había entrado, ella supo lo que tenía que hacer. Por eso se encontraba allí, comprendió que había llegado el día de decir la verdad sea como sea y duélale a quien le duela. Ya no podía seguir sentada esperando que ocurriera un milagro, mientras su nietecito se moría en la espera. Sebastián no tenía culpa de los odios y sufrimientos que arrastraban las vidas de sus padres y ella tenía que abogar por él. Por eso se sentía muy segura de lo que iba hacer. Tenía que actuar y dejar el miedo, moverse para obtener la cura que el niño necesitaba con urgencia... y esa cura precisamente se encontraba dentro de esa estructura lujosa que se levantaba frente a sus ojos.
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De Nuevo Juntos los Tres
Romance¿Podría ese amor que ambos aun sentían ser más fuerte que el odio que una vez los separó?... y si volvieran a darse una nueva oportunidad ¿Les daría esa reconciliación la felicidad con la que siempre soñaron o resultaría peor que antes? Una histo...