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Con pasos lentos y temblorosos, Emily caminaba por aquel largo pasillo de pisos y paredes impecable,  sintiéndose aniquilada y con la sensación  de no estar en su propio cuerpo

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Con pasos lentos y temblorosos, Emily caminaba por aquel largo pasillo de pisos y paredes impecable, sintiéndose aniquilada y con la sensación de no estar en su propio cuerpo. En silencio lloraba su agonía, su dolor y la impotencia le escocía el alma al saber que no logró lo que se había propuesto. Su mente solo era consciente del inmenso dolor que la arropaba y al mismo tiempo, la devoraba.

De pronto, sintió que estaba viviendo un déjà vu.

Como si de una máquina del tiempo se tratara, su mente la trasladó a cinco años atrás donde irónicamente realizaba ese mismo recorrido. En aquel momento, también se sintió dolida y destruida, sin embargo; había algo que hacía una gran diferencia... su hijo Sebastián.

Recordar el frágil cuerpo de su pequeño, la palidez mortecina del delgado rostro y el escaso brillo que le quedaba en sus ojerosos ojitos verdes, hizo que un espantoso escalofrío le recorriera la piel entera; sobreviniéndole de pronto un mareo que le desenfocó la visión. Por un momento dejó de sentir sus piernas, sensación que le hizo pensar que se caería de bruces. De inmediato, detuvo sus pasos al apoyar su tembloroso cuerpo sobre la pared.

— ¿Se siente bien, señorita? —Escuchó que le preguntaba con voz preocupada el agentes de seguridad más joven que caminaba de tras de ella, escoltándola.

Mareada, Emily giró el rostro para mirarlo, pero antes de que pudiera contestarle, el otro hombre de seguridad que se veía tener más autoridad que los demás y el cual se encontraba justo a su lado; habló:

—Es mejor que no se detenga, señorita —sugirió con severidad, interponiéndose entre ella y el hombre de seguridad que se veía preocupado por su estado—, mire que la orden que nos dio el doctor De la Fuente fue muy clara. Usted debe salir de inmediato de las instalaciones de la clínica porque tiene prohibido estar en este lugar, así que por favor, avance y no haga el procedimiento más engorroso.

— ¿Qué te pasa, Maldonado? ¿A caso no ves que la señorita no se siente bien? —refutó contenido el primer hombre, reparando con mala mirada a su compañero.

—No es nuestro problema, Soto —reviró serio el aludido a su par—. Y usted discúlpeme, señorita —se dirigió a ella notoriamente irritado por la situación—, no tengo nada en contra suya y no tengo ni idea por qué el doctor De la Fuente la trata de esta manera, pero entienda que yo simplemente estoy haciendo mi trabajo y si no acato las ordenes que me dan, más viniendo de uno de sus directivos, corro el riesgo de perderlo y lamentablemente no puedo darme ese lujo.

De Nuevo Juntos los TresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora