¿Podría ese amor que ambos aun sentían ser más fuerte que el odio que una vez los separó?... y si volvieran a darse una nueva oportunidad ¿Les daría esa reconciliación la felicidad con la que siempre soñaron o resultaría peor que antes?
Una histo...
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Esa misma noche, al otro extremo de la ciudad y a muchos kilómetros de distancia de donde se encontraba Daniel, Emily también trataba de conciliar el sueño.
Se encontraba en la fría sala de espera de la Unidad de Oncología del Hospital Central, acostada sobre una delgada colchoneta donde podía sentir a su espalda la dureza del duro y frío piso. Junto con ella también se hallaban durmiendo aproximadamente veinte personas más, algunas se les veían durmiendo sentados en las pocas sillas que allí quedaban, otras lo hacían en camas portátiles que ellos mismos improvisaban con materiales que traían de sus casas; como cartones, sabanas, bolsas plásticas o pequeños colchones. A nadie les importarles las incomodidades sufridas, con tal de estar cerca de sus familiares enfermos.
Lo que de día era una sala de espera, en las noches se convertía en una inmensa habitación de dormir para aquellos familiares que decidían quedarse. La mayoría de las personas que pernotaban en aquel sitio, lamentablemente no tenían dinero para pagar un hotel o no podían regresarse a sus hogares, viéndose en la obligación de quedarse y tener que dormir en aquellas condiciones. Como era el caso de Emily que desde que Sebastián volvió a recaer en su enfermedad, aquella sala de espera se convirtió en su aposento para dormir.
Esa noche el frío se sentía más fuerte de lo normal y no era precisamente porque aquella sala contaba con aire acondicionado, no, lamentablemente estos aparatos que deberían ser esenciales en un hospital; en aquel centro asistencial llevaban muchos años sin funcionar. Sin embargo, por las noches nadie se quejaba de calor ya que aquella sala siempre estaba fresca porque los trabajadores del hospital -en consideración con las personas que pernotaban en aquel sitio- acostumbraban a dejar los grandes ventanales abiertos. Un gesto bastante piadoso de parte de ellos, sin embargo, a veces ese gesto se convertía en una tortura -como estaba ocurriendo esa noche- ya que el frío que se colaba, era descomunal.
Por eso, Emily se encontraba enrollada de pies a cabeza con una gruesa cobija que cubría todo su cuerpo, dándole un aspecto de tamal. Solo sus hinchados ojos se podían ver, sus ojos que estaban decididos a no cerrarse, a no dormir y esta vez la causa de su insomnio no era el dolor de cabeza que desde muy temprano le taladraba los sesos, ni mucho menos la enfermedad que mataba indolentemente a su hijo. La falta de sueño que le abordaba esa noche la causaba era, Daniel... El hombre causante de todos sus sufrimientos, el hombre que le enseñó lo que era el amor y también el dolor.